Bebé y Mamá de Conquista

EPíLOGO

El eco de ese amor…

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Nyss

El vestido se adhiere a mis curvas como si me hubiera estado esperando toda la vida. Es blanco, suave, vaporoso, con la espalda descubierta que deja respirar mi piel.
Emma, mi mejor amiga, se acerca con la brocha de rubor, me da el último retoque mientras yo respiro hondo y dejo que los nervios hagan un nudo dulce en mi estómago que me saca una sonrisa por sentir estos nervios de adolescente enamorada.

—Estás preciosa… —dice ella, con una sonrisa orgullosa—. Tu historia merece este final.
Sonrío, porque sé que no es un final. Es el comienzo. El verdadero comienzo. El que soñé tantas veces en silencio mientras me abrazaba a un dolor que sin remedio me tocó soportar.

—¿Ya están mis hermanos en el jardín? —pregunto, alisando con suavidad la tela de mi vestido. Estamos en la casa de mis suegros. Mau se estaba arreglando en otra alcoba y el pequeño Mau, está siendo consentido por sus abuelos desde que llegamos.

—Sí, ya están todos. Y te están esperando en la sala, así que anda, no hagas esperar al amor de tu vida —me guiña un ojo—. Ve por ese sí que tanto mereces, mi Nyss… Hoy es tu día. —Me anima.

Sonrio para ella, le lanzo un beso y salgo del cuarto con el corazón, brincando como niña feliz que encontró su lugar favorito y más preciado en este mundo. Mis manos están frías, y mis pies tiemblan dentro de los zapatos blancos. Llego a la sala pensando que estará James, mi hermano mayor, esperando por mí para llevarme al altar, pero, no es él quien espera por mí. Es…

Es mi papá.

Se pone de pie. Está de traje oscuro, con corbata clara y con su mirada con tintes muy marcados de vergüenza. Claramente, está conteniendo emociones que aún se cohíbe de expresar en mi presencia, por sentir que mi perdón no llega. Mis hermanos poco a poco lo han aceptado, y mi madre, aunque distante, por lo menos ya puede compartir una misma mesa con él, pero yo, a pesar de todo el esfuerzo que ha hecho por acercarse, no he podido pasar ese muro que todo lo sucedido puso entre los dos. Quiero hacerlo, pero me ha costado.
Lo miro en silencio y analizo mi corazón. No hay rabia y no hay reproches de mi parte. Porque en mis latidos solo encuentro ese amor viejo y deshilachado que supo coserse a fuerza de heridas… y remendarse con ese perdón que aún no concedo en voz alta.

—Te ves hermosa, mi princesa… —Habla bajito, con una voz que se quiebra un poco al pronunciar la última palabra.

Detengo un poco mi respiración, mis ojos se humedecen, y aunque no digo nada de inmediato, una media sonrisa se dibuja en mis labios, al recordar que antes de que todo lo malo sucediera, él fue mi primer amor, y él también fue quien apareció en mi peor momento, me abrazó, me sostuvo y me sacó del más duro infierno. Por él casi muero de tristeza, pero también por él, volví a nacer…

Se acerca, con pasos lentos, y toma mi mano como cuando era niña y me ayudaba a cruzar la calle.

—¿Me permites ser yo quien te lleve al altar y darte mi bendición, por favor? —pregunta como si no mereciera nada. Su voz es apenas un susurro, y su mirada lleva un mundo de arrepentimiento.

No necesito pensarlo. He hablado con mi madre y con mis hermanos, y ellos me han contado por todo lo que le ha tocado pasar para enfrentarse y hundir al senador. Se hundió a sí mismo, declaró culpas y estuvo en prisión por un buen tiempo, hasta que su abogada logró su libertad bajo fianza. Muy posiblemente después del juicio le toque volver, y no le importa, porque su objetivo era poner a ese hombre tras las rejas por crímenes imperdonables, y lo logró. El senador está pagando una larga condena, gracias a mi padre.

—Sí… —respondo con la garganta hecha un nudo—. Quiero que seas tú quien me lleve a la iglesia, papá. —Después de mucho, esa última palabra sale fluida de mi garganta, sin que pese, sin que duela.

Acepto su mano, y de un impulso me lleva hasta él, y me abraza fuerte. Tanto, que siento cómo me sostiene no solo con sus brazos, sino con todo el amor que parece haber renacido en él con más fuerza.
Nos abrazamos como padre e hija que volvieron a encontrarse en medio del dolor… Que decidieron volver a amarse.

—No quiero que vuelvas a presión, papá. Yo… —Intento hablar, pero su abrazo más fuerte congela mi voz.

—Shh… No te preocupes ni te pongas triste por mí. La abogada está haciendo todo para que no vuelvan a encerrarme, pero… si tengo que volver, ahora estoy preparado, hija. Me equivoqué y es justo que pague por mis errores. No tengo miedo y no me pesa pasar un par de años encerrado porque ahora llevo este abrazo conmigo y era todo lo que necesitaba para sentirme fuerte —habla calmado.

No decimos nada más, porque no hace falta. A veces, el perdón se da sin palabras, cuando los ojos se encuentran, cuando los errores se entienden y el amor sobrevive al daño. Porque…

Perdonar no es olvidar. Es elegir que el amor pese más que la herida.




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