Me sentí bastante débil y hambrienta en cuanto llegamos a la casa,sin embargo quería acabar con el asunto cuánto antes, por lo menos en cierta medida.
Papá entró tras de mí y se sentó en un sofá de una sola plaza.
-No me explique nada ahora mismo papá,no tengo ánimos,solo quiero que sepa cómo me sentí respecto a usted, durante todos estos años. Usted me hizo mucha falta, pero quiero que sepa que Dios ha llenado mi vacío personal,ese vacío que su ausencia dejó dentro de mí.- hice una pausa y respiré profundo - Ahora solo quiero saber porqué ha venido y que espera de mí -
Hubo un silencio tenso en la habitación. Mi padre no dijo nada..y yo tampoco.
Escuché unos golpes secos en la tierra,era ya otoño y gracias a Dios, había llovido bastante durante el verano. Lo suficiente para trabajar la tierra y sembrar en la estación tardía.
Eran como las seis treinta de la mañana, los golpes firmes y secos se siguieron escuchando,me levanté de mi cama y me acerqué a la ventana,en el patio trasero,estaba mi padre con un azadón (azada). Ya llevaba removido un buen tramo de tierra. Papá en su juventud, había crecido en el campo,o como decimos en México,en el rancho.
Hijo de un agricultor, papá sabía preparar la tierra y los tiempos de siembra. Cuando se casó por segunda vez, se salió de su comunidad a trabajar a la ciudad. Anduvo por diferentes partes del país y pues conoció a mi madre,su tercer esposa. Y nos tuvo a nosotros. Cuando se jubiló, regresó a su tierra, sus padres ya habían muerto,el se quedó a cargo de las tierras del abuelo y se dedicó a la siembra de nuevo. Tenía su huerto de árboles frutales, naranjas, mandarinas, aguacate ( pagua,un aguacate criollo de la localidad,grande,de sabor más acentuado y de color verde vibrante),maíz, frijol y verduras. A papá le gustaba mucho la agricultura,en pequeña y mediana escala.
Cuando compramos el terreno, se nos especificó que,parte del terreno estaba en loma y parte era terreno uniforme,o sea plano. A nosotros nos pareció perfecto, había suficiente espacio para construir la cabaña y todavía quedaban metros para un huerto familiar. Cuando llovía mucho, escurrían desde la loma entre las piedras arroyitos de agua que bien podíamos aprovechar para el riego del huerto. Estábamos felices la verdad, tendríamos nuestra casita en la sierra, con su aire limpio y su vegetación exhuberante en tiempo de lluvia y nuestro huertito.
Mientras planificabamos la construcción de la casa, Francisco mencionó la posibilidad de sembrar y me llené de entusiasmo. Podía imaginar a Francisco trabajando la tierra y sembrando en nuestro huerto, ajos,calabazas, cilantro, tomate y hasta maíz. Yo amaba el maíz. El maíz se convertiría en elotes, esquites,mazorcas, nixtamal, tamales, gordas de maíz crudo ( un especie de pan de maíz) y las hojas del maíz en hojas para los tamalitos.
Miré hacia afuera,quien estaba ahí, trabajando la tierra no era Francisco,era mi padre, mi padre con sus ochenta y siete años de edad. Una pequeña luz se encendió en mi entendimiento. Teníamos una oportunidad. Mi padre y yo. La oportunidad de hablar, intentar entendernos,conocernos un poco y por fin,dejar atrás el pasado, poco a poco.
Resistiremos.
Cuando Luz, puso las cuatro bolsas de plástico sobre la mesita de su cocina se sintió feliz. Esa compra de comida era la evidencia de la bendición de Dios para ella. Era como si Dios le dijese: No estás sola Luz, estoy contigo, bendeciré el fruto de tu trabajo.
Ella se llenó de esperanza, esperanza de que por fin estarían más estables en su economía.
No era fácil sin embargo, se le presentaban desafíos. Tenía que dejar a su esposo con sus hijos. Dejar suficiente comida preparada antes de salir y encargar a Paco que vigilase que su padre estaba tomando su medicamento a la hora correcta. Dejar a sus hijos sin supervisión, dejar a Francisco en cama, todo eso era difícil, Francisco se estaba haciendo muy dependiente de ella,se ponía ansioso y no quería comer si ella no estaba. Aveces se ponía impertinente, no quería que saliera a trabajar, las horas de las fiestas eran entre tarde, noche y madrugada.
Todo eso la mortificaba,( preocupaba). Francisco comenzaba a enumerar las razones por las que debía buscar otro trabajo. El asunto era que no había trabajo a su medida ni a los gustos de ella o de Francisco.
Ella debía seguir esforzándose y encomendandose a Dios. Se ponía presentable, limpiaba su cámara, se llevaba su bolso y tomaba el microbus hasta su destino. A veces le iba bien,otras no tanto, pero había que resistir. Y persistir.
Aveces lloraba sola en el baño, aveces solo quería estar en casa con su familia.
Siempre le pedía a Dios que la cuidara mientras regresaba a casa de madrugada. Dios siempre la cuidó.
Otra de las situaciones que para ella eran motivo de ansiedad,eran las habladurías de los vecinos. Que si iba muy arreglada, que si talvez se iba a buscar fulanos, que llegaba muy tarde, que si andaba de loca.
La gente hablaba, ella fue la última en darse cuenta de las habladurías. Pero ella le había dicho a Francisco que no había otra opción por el momento.
Fue por esos años que Luz conoció al taxista Juan, el comenzó a recogerla de los eventos. Incluso la recomendaba con sus conocidos.
Después de algún tiempo a Luz comenzó a irle medianamente bien. Podía comprar las medicinas, pagar colegiaturas y comprar útiles escolares,uniformes y zapatos para sus hijos. Estaba resistiendo.
Ella tomó la mano de Francisco una noche que llegó muy tarde a casa. Él estaba enojado, preocupado y estresado por que ella no llegaba.
-Ya no quiero que vayas a tomar fotos Luz, temo que te suceda algo y , ¿quien te va a ayudar?-
-Estare bien querido, mira, Dios me ha cuidado hasta ahora -
-No tientes a Dios Luz, no te expongas ya a peligrar en la noche -
-No quiero hacerlo, pero debo trabajar. Además,he encontrado un taxista de confianza. Se llama Juan Alonso y es buena persona -