No puedo asegurar cuando comencé a sentir esto por ella.
Me gusta pensar que Claire empezó a interesarme cuando éramos chicos y nos encontramos en el patio del colegio, cuando con mi grupo de amigos, queríamos jugar fútbol y ella nos preguntó si podía jugar con nosotros.
Esa vez, admito con vergüenza, me burlé de ella. “¡Las niñas no juegan a la pelota, no seas tonta!” le dije. A mis diez años, decir esas cosas me parecía un acto de valentía.
Claire, que tenía mi misma edad, en ese tiempo no se amedrentó y me retó. Me dijo que si podía meterme un gol, yo tenía que disculparme y dejarla jugar con nosotros siempre que quisiera. Cuando acepté, confiado en que como niño podía ganar siempre, ella solo se río. Y se burló de mí cuando no me metió un gol, ¡fueron tres!
Después de mi humillación y el regaño de mi mamá en casa por ser un tonto que habla sin pensar, Claire se volvió una jugadora recurrente en nuestros juegos de recreo. Y al principio yo la odiaba por haberme derrotado y hecho tragarme mis palabras, pero de a poco, su presencia se volvió una constante y comencé a aguantarla.
Los días se volvieron años y nosotros, a medida que fuimos creciendo, nos acercamos. Nos conocimos y nos empezamos a convertir en amigos. Claire, obviamente, era más que una chica que jugaba a la pelota y andaba en bicicleta por la avenida. Sabía muchas cosas, le gustaba leer y era buenísima escuchando a las personas. Eso me gustaba mucho. También era bromista y le gustaba hacer travesuras.
Disfrutaba mucho de su compañía. De sus ocurrencias y la pubertad me hizo empezar a encontrarla bonita; a saborear sus sonrisas y a perderme en sus ojos claros. Empecé a querer acariciar su cabello largo, a admirar la manera en que pensaba, en cómo nunca callaba sus ideas y a admirar muchas cosas que antes pasaba por alto.
Comencé a querer darle todo de mí sin recibir nada a cambio. A sonreír cuando la veía llegar a clases, a buscar hacerla reír cuando estaba triste. A pensar en lo bonita y radiante que se veía cuando se pintaba los labios y preguntarme qué se sentiría besarlos.
Fue todo muy progresivo. Y creo que nunca me quise dar cuenta.
Claire, de a poco, a lo largo de nuestros años de amistad, se fue convirtiendo en un todo para mí. Fue ganando terrenos en mi corazón con sus sonrisas, con sus apegos, con su compañía y caí como un tonto enamorado en sus brazos, sin admitirlo, callando porque ella era demasiado y yo era tan pequeño y tonto.
Pero lo callé. De verdad iba a decírselo, pero a la familia de Claire se le ocurrió la brillante idea de conseguir un trabajo en la otra punta del país. Y nuestra amistad se tambaleó.
Mi confesión también.
"Seguiremos en contacto" me dijo. "Eres mi mejor amigo y no quiero perder contacto".
Sí. Me sepultó en carne viva.