Los días se comen a sí mismos con lentitud.
Claire estará en Santiago en dos semanas, no será demasiado tiempo, solo los siete días que dura la conferencia a la que fue invitada. Me dijo que ella hablará sobre la importancia de regular el uso de las redes sociales en niños de doce y quince años y que no puede esperar ver el resto de las ponencias, si mal no recuerdo, varios amigos de ella estarán presentes. Para ella este evento es importante porque le ayudará a hacer contactos dentro del mundo de la psicología y a una carrera tan saturada como la suya, siempre viene bien tener manos amigas.
Para mí, este evento es importante porque me permitirá reunirme con ella, aunque sea de forma fugaz después de tantos años sin vernos. Creo que cada día que pasa, es lo único en lo que puedo pensar.
Sé que no debería ser así.
A pesar de nuestros años de amistad y la cercanía que nos ha hecho compartir todos los aspectos de nuestra vida, nunca he podido romper el abismo que separar nuestra relación del amor. Una vez, poco tiempo después de que recuperamos contacto por internet, le dije que seguía sintiendo algo muy fuerte por ella. Esa vez, solo se rió y dijo que me olvidara de la idea, solo éramos amigos y amigos a distancia que estaban unidos solo porque se conocieron en el colegio.
«Aún si sintiera lo que tú, las cosas por internet siempre son complicadas. Tenemos catorce años, sería difícil y yo no quiero eso. Yo quiero preservar esta bonita amistad, Ivar» me dijo en aquella ocasión, rompiéndome el corazón. Lloré durante semanas, sintiendo que el universo me falló. Que yo fallé como persona, como hombre.
Con una sonrisa burlona y amarga hacía mi mismo, recuerdo que me faltó poco para suplicarle. Iba a hacerlo. No tenerla conmigo me carcomía el alma.
Me detuvo mi madre.
Fue una de las primeras veces que hablamos con el corazón abierto. Yo no le decía mucho sobre mi vida y ella no se involucra demasiado, en parte por su trabajo, en parte porque decía que tenía que aprender muchas cosas por mí mismo y que el amor era una de ellas.
Supongo que esa vez todo fue diferente porque conocía a Claire, varias veces, en nuestra infancia, me llevó a su casa a jugar. Ese recuerdo siguió persistente en su memoria y cuando nos reencontrarnos, mi mamá también se hizo amiga de ella. A veces hablan por chat, incluso.
Quiero pensar que por esto a mi mamá le ha sido tan fácil leerme.
No lo sé. Solo sé que esa vez me sentó en el comedor y me regañó. Me dijo que los hombres no pueden quedarse a mirar el vacío, que llorar está bien, pero que hay que seguir adelante, que no hay nada peor que dejar que las heridas del corazón se extiendan al resto del cuerpo y lleguen al alma. Nos anulan. Nos matan de a poco.
Con una ternura que a mis catorce años consideré exagerada y ridícula, ella me tomó de las manos y con suavidad me dijo que el amor era importante, pero que no se obligaba y que no siempre iban a aceptar lo que yo sentía. Que eso no significaba que yo era malo, solo no era lo que la otra persona estaba buscando.
En esa ocasión fue como un cuchillo en el corazón clavado a traición. Pero sus palabras me calaron tanto como para detenerme y dejar de insistir, supongo que quise salvaguardar mi dignidad. No lo sé.
El sonido de Skype iniciándose me saca de mis recuerdos con un breve sobresalto. Las sesiones de algunos amigos y de Claire están iniciadas.
"Qué haces aquí?" escribo en el chat de ella después de saludar a mis amigos, con los que ocasionalmente me reúno después del trabajo. Tengo que resolver unos asuntos con uno de ellos, que trabaja conmigo en un proyecto.
"Te va a sorprender, pero me fue horrible hoy" escribe ella y yo no alcanzo a escribir algo más, ella me lanza la bomba sin contemplaciones: "¿Te acuerdas de Manuel? Bueno, hoy todo se fue a las pailas, jaja"
Me gustaría que el tiempo se detuviera en este momento para poder pensar con claridad. Tragar sus palabras y procesarlas. Incluso me gustaría poder saborearlas como una victoria o algo similar. Pero no, mentiría si dijera que saber esto me alegra o me hace saltar el corazón porque puedo sentir una oportunidad naciendo. No.
Leerlo me da pena. Saberlo fue nacer un golpe de angustia.
“Te engañó?" pregunto.
Tengo la tentación de iniciar una videollamada y ver su rostro. ¿Estará llorando? Me rompería ver las lágrimas deslizándose por sus mejillas.
“No” responde tras varios segundos de ausencia. “Me dijo que no puede estar con alguien que va a viajar tanto, que no puede confiar en que la distancia nos haga encontrar otras cosas mejores”.