Besos de una Historia

Capítulo doce: Beso de fiesta.

Son sólo segundos que me quedo prendida en sus ojos, luego carraspeo y me doy cuenta que mis manos están en sus hombros. Con rapidez las quito de allí.

— ¿No se supone que deberías de haberme empujado? —pregunto cuando vuelvo a poner el algodón en su herida.

—Si te hubiera empujado, te habrías caído, boba.

—Idiota —saco una bandita del botiquín y se la pongo —. No fue una herida grave, es más un raspón.

—Gracias, señorita enfermera.

—Algún día deberías de dejar tu sarcasmo conmigo, Drake.

—Lo pensaré —vuelve a decir con vos burlesca.

—Malagradecido —bromeo mientras quito de nuevo el cabello de su frente —. Tal vez deberías secarte el cabello, el agua hará que se salga la bandita.

—Tú también deberías secarte, tu cabello está algo mojado —con sus dedos, logra arreglarlo tras la oreja.

—Supongo que ya debo irme —trato de dar un paso hacia atrás, pero sus manos en mi cintura me detienen —. Drake, debo irme.

— ¿Y por qué no lo haces?

—Tu mano está... —señalo mi cintura con la mirada.

El muy tonto se ríe.

—Drake, necesito...

—Oh, cállate —es lo único que dice antes de juntar sus labios con los míos, me toma segundos en los que me debato entre seguirle o no. Sólo necesito pensar en un contra para alejarme, pero no lo encuentro. Se separa un poco logrando que yo pueda tomar aire, luego sus labios toman mi labio inferior y succionan. Me acerca más a mí y gira su rostro un poco para profundizar más el beso. Mierda —. Debo suponer que no quieres seguirme el beso.

—Me-e tomaste por sor... sorpresa —titubee.

—Creo que en realidad te dejé sin habla.

—No fue un... súper beso —me cruzo de brazos desafiante.

— ¿En serio?

Ríe antes de volver a besarme, se levanta, logrando acercarme más a él, mientras pongo mis manos en sus hombros. La sorpresa se va y sólo estoy yo, siguiendo el beso. Muerdo con suavidad su labio y luego entre abro los míos, dándole paso a profundizar mucho más, suelta un gruñido cuando pasó mis manos por su pecho mientras las suyas que quedan en mis caderas. Se levanta y tengo que pararme de puntas para alcanzarlo.

— ¿Esto es un beso, beso? —pregunto.

—Digamos que es un beso de fiesta —me responde dándome otro.

— ¿De esos que sólo pasa en las fiestas y nadie dice nada después? —vuelvo a preguntar con los ojos cerrados entre besos.

—Sí, Rosalie, de esos —dice con burla.

—Entonces sólo nos besaremos ahora, ¿verdad?

—Ross, ¿los besos te vuelven más tonta?

Me separo un poco de sus labios.

—No seas un idiota, Drake —ambos nos miramos con una sonrisa, me pongo de puntas, y vuelvo a besarlo.

Realmente no sé qué tanto pasa de tiempo, hasta se me había olvidado que mañana debía trabajar, y todo porque me encontraba hablando de cualquier cosa, sentada en la cama de Drake, junto a él.

— ¿No deberías cambiarte? Estás todo mojado.

— ¿Estás preocupada por mi Ross? —Pregunta con burla.

—Idiota —saco mi teléfono del bolsillo de mi pantalón para ver la hora —. Debo irme.

— ¿Complejo de cenicienta?

—No, responsabilidades de joven adulta.

—Decir "trabajo" habría sido más corto —comienzo a levantarme de la cama —. Espera. Dame unos segundos.

Va a su armario, saca un poco de ropa y se mete al baño. Son más de la una de la mañana y en vez de irme, estoy aquí, esperando a que el rubio se termine de cambiar. Para matar el tiempo, decido comenzar a observar las fotos de su repisa, está él con Jackie, luego otra con una mujer, con Morris, una con nuestros amigos y dos más junto a su hermana, dos fotos repetidas.

Cuando sale, me tiende una polera. Arqueo una ceja.

—No soy tan idiota como para dejarte morir de frío, suficiente con el haberte mojado la ropa.

Mientras me lo pongo, decido preguntar porque parece que voy a aprovechar la pequeña confianza que tenemos justo ahora.

— ¿Por qué dos fotos iguales? 

—No son fotos iguales.

—Son casi, exactamente, idénticas.

Ríe.

—Tengo hermanas gemelas, Ross, así que no serían fotos iguales.

— ¡Tienes hermanas gemelas! —Grito con entusiasmo —Siempre pensé en qué pasaría si habría tenido una —miro ambas fotos —. Deben volverte loco su gran parecido, ni siquiera pensé en que fueran dos. Aunque tal vez puedas diferenciarlas.

—Lo hago —se encoge de hombros —, al menos la mayoría del tiempo.

Mi mirada cae en el reloj del escritorio.

—Debo irme —camino hasta la puerta y él me sigue —. ¿A dónde vas?

—Voy a llevarte.

—Vivo al frente —digo con obviedad.

—Solo camina, Ross.




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