EMMA
Abro su obsequio y saco de este un par de brazaletes de oro, el primero que tomo en mis manos tiene a su alrededor varias perlas y en medio tiene un pequeño diamante, discreto pero elegante. El segundo es totalmente liso pero con mi nombre grabado elegantemente.
—Ulises…
—Emm, solo quería que usaras algo que brille como tú.
—Gracias, son muy lindos. Aprecio que te hayas tomado el tiempo de hacer todo esto. —digo con una sonrisa.
Es en verdad muy, muy lindo el detalle y sobre todo que él es el que esta detrás de todo. No me deslumbra con lo material, sino con todo lo que se ha tomado para que esto sea posible.
—Me agrada que te guste, solo hago lo mejor para la mujer que Amo.
Mi mirada se dirige a él, estoy anonadada, me siento mareada, aunque ya me lo ha dicho indirectamente, nunca lo había dicho tan directo.
—¿Qué? —me mira con amor y su sonrisa no duda en salir—¿Apoco no sabias que te amo o que eres la mujer que se ha llevado todo el amor que tengo para dar a segundas personas?
Me ve como todas las mujeres deseamos que nos mire un hombre; corrección, como deseamos que nos mire el hombre al que amamos.
Esa mirada que nos hace sentir que somos parte del corazón de alguien más, esa mirada que te demuestra deseo, esa mirada que te ve como algo indescriptiblemente bello. Y a decir verdad esa mirada te sube el ego, la autoestima y el amor propio porque sabes que si este último no lo sintieras nadie podría estar con alguien que no se ama a sí mismo.
—creo que en este día te he dejado sin palabras, y yo lo que quería era dejarte sin ropa y enamorada.
—dicen que lo que es perfecto, no tiene nada que discutirse, —me muevo con galantería y me siento en su regazo. —ya solo le falta dejarme sin ropa, enamorada estoy de ti hasta lo mas profundo de mi ser.
—en verdad te amo. —dice.
—y yo te amo a ti, ahora volvamos a casa que deseo que cumplas la última petición.
Llegamos a la casa y ambos nos desnudamos, me mira con deseo y amor.
Me acuesto en la cama y él se aproxima a mi dirección, comienza un juego de besarme de los pies hasta el cuello y cuando llega a este, hace que mi cuerpo y el de él se unan en una sincronía perfecta, gozamos al unísono haciendo que la habitación se llene de nuestro amor y de nuestros jadeos.
Me estremezco, al escuchar su voz en mi oído recitando la palabra que todo mortal desea escuchar, no me canso de eso y cada que la repite en cada embestida me vuelvo a estremecer, llegamos al final juntos y él se deja caer sobre mí, nuestros cuerpos se pegan por el sudor, pero creo que el contacto no se debe a este.
—yo también te amo, —le beso la coronilla.— y creo que te amaré como nunca más podré amar a nadie más.
Me mira como si eso le hiciera el mismo bien que me hace a mi escucharlo de él, nuestras miradas lo dicen todo.
El fin de semana se va y debemos de regresar a nuestras responsabilidades.
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Editado: 15.11.2022