"Tienes que morir unas cuantas veces antes de poder vivir de verdad."
- Charles Bukowski.
He aquí la noche ante nosotros, he aquí la esperada llama de espontaneidad. Después de una vida tortuosa que comenzó con el alba el destino nos ha regocijado con un brote de esperanza para calmar nuestra rebeldía juvenil.
Las luces neón pintaban nuestro Cadillac negro, aquel que habíamos robado hace ya tres semanas. Las intrincadas figuras iluminadas de colores primarios nos abrían paso a un mundo de música, alegría e ingenuidad. ¿Qué nos esperaba allá afuera? Quien sabe, pero es una hermosa noche de viernes.
Habíamos decidido correr el riesgo y escapar los tres de nuestra anterior vida, aquella que no vale la pena mencionar, pues somos hombres nuevos. Nacimos de nuevo bajo el aroma del champan y el salitre del océano. Y, ahora, todos juntos en ese auto que pertenecía a otros rostros, veíamos el mundo de la noche recorrer las calles. Ese mundo tan ajeno y brillante, dispuesto a concedernos todas las respuestas a preguntas que manteníamos guardadas en algún rincón de nuestra mente.
Los vestidos Avant Garde, los peinados de todas formas y colores, los maquillajes que desafiaban géneros, esta sería nuestra vida. Mía, de nosotros tres. De aquellos que no lo lograron. De los que esperan. Y de quienes ya están ahí.
La pista de baile disfrazada de las calles de la ciudad rebosaba de libertad, como una fantasía anarquista. Las sonrisas de los extraños que nos acompañaban en este viaje se dejaban ver por todas partes. Y nosotros tres danzamos hasta que nuestros cuerpos dolían. A ver cuando despertábamos de este sueño imposible, de este error en la simulación.
En esta noche de viernes, con el sonido de los automóviles de época, de las risas, de la música que manaba del cielo purpura y el mar azul, salimos a bailar con el destino. Quien sabe lo que sucedería mañana, lo importante es el hoy.