"Voy a sobrevivir a mí mismo. Comer, dormir, dormir, comer. Existir lentamente, en voz baja, como estos árboles, como un charco de agua, al igual que el banco rojo en el tranvía."
-Jean-Paul Sartre.
¿Quién dijo que quería dejar de vivir? Lo único que deseo en realidad es observar el infinito cielo rojo y dejarme llevar por la marea de la vida en esta silla de mimbre purpura.
Y así, mientras observaba los planetas cambiantes en el cielo, al momento que bebía de mi limonada rosa, me di cuenta de lo estúpido que había sido. Con este nuevo conocimiento de mi persona lo comprendí todo, no existía necesidad alguna para que abandonara esta burbuja carmesí que con lento cuidado había creado. Ahí, sentado en mi silla de mimbre, sorbiendo la pajita de mi limonada rosa veía mi vida pasar frente a mí.
La habitación era blanca, y la luz que entraba por el techo que en realidad no era techo era rojiza. Un montón de flores de todos los tipos crecían en cualquier parte, de tantos colores que era muy probable no poder identificarlos todos. A través del techo que no era techo el oscuro espacio del universo se desplegaba ante mí, si era así ¿cómo es que se iluminaba todo? ¿De dónde provenía aquella metafórica luz? Pero no me preocupaba eso, ya nada lo hacía. Incluso los anillos congelados de Saturno que se dejaban observar.
Ahí estaba yo, justo en el medio de esa pantomima: bebiendo mi limonada y admirando esos anillos. El olor de las flores era enternecedor, un plácido murmullo de vida. El olor que desprendían cuando llegaba la hora de florecer, como un halito de vida; una vida apacible y sin preocupación. ¿Para qué es la vida sino para disfrutarla? Ya había sufrido bastante, a mis cortos veintiuno no necesitaba más preocupaciones. Podrías considerarme un ser desconfiado y apático, pero eso era justo lo que era y no podía cambiarlo. No podía y no quería. ¿Quién es usted para decirme como debo vivir la vida, cómo debo sentirla, cómo debo crearla? Yo me voy a crear a mí mismo.
Justo después de terminar mi limonada rosa y darme cuenta de que seguía con hambre me di cuenta del pequeño control remoto que tenía a un lado. Lo tomé, le di la vuelta admirando sus formas: un sutil rectángulo de color negro con unos cuantos botones rojos desperdigados por él. Me acomodé las gafas redondas, me quité unos cuantos botones de la camisa y enderecé mi boina a cuadros. Después de terminar con mi ritual me dispuse a presionar los botones; al parecer, la curiosidad seguía conmigo. Al presionar el primer botón de un rojo que no era rojo sucedió.
Sucedió y no hice más que abrir la boca en un gesto exagerado de sorpresa: los anillos de Saturno habían desaparecido y ahora "El ojo de Dios" me observaba solemne. La nebulosa de color glauco, añil, garzo, índigo se cernía justo en mi cabeza. Era una explosión de colores como yo no había visto. Acuarelas doradas se degradaban en las puntas, la degradación de un ser mítico y colosal. Una obra maestra sin precedentes ni paragón.
Lo comprendí de repente, mi techo que no era techo junto con el control remoto funcionaban como un gran televisor, y francamente esos canales se escuchaban mucho más interesantes que los que pudieran contener la televisión por cable. Oh, el olor de la anarquía que flotaba en el aire. Que libre me sentía.
Sentado en mi silla de mimbre con mi boina a cuadros y el lunes iniciando presioné otro botón.
Y así, con este nuevo conocimiento disfruté por primera vez del lunes. Un lunes lleno de blues.
***
Y este fue el primer capítulo que corresponde a la primera canción: Monday Blues.
Monday Blues me da la sensación de ser una canción muy tranquila, casi despreocupada; aunque al cerrar los ojos imagine un paseo por los secretos lugares del universo. Una canción perfecta para empezar el lunes, y la semana.
Ah, también, cuando cierro los ojos con esta canción imagino tonos rojizos y anaranjados. Colores cálidos junto con el blanco.
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Diphylleia Grayi