CIARA
El monótono clima de Londres me recibió como aquel golpe de realidad que necesitaba.La fresca brisa de Mónaco y los días soleados habían quedado atrás. Me sentía algo deprimida por tener que dejar aquella hermosa casa con su increíble vista al mar. Sin embargo, Lucien se había encargado de prometerme que no importaba cuándo, podíamos volver cuando quisiéramos.
Aun así, temía que la rutina que habíamos establecido en Mónaco se viera afectada por las obligaciones y trabajos de cada uno. No quería que esa burbuja en la que me encontraba fuera perturbada. Y aunque sabía que ambos éramos maduros y lograríamos sobrellevar nuestras vidas juntos, eso no era lo único que me tenía pensativa.
Llegar a Londres era la señal de que debía enfrentar todo lo que había estado evitando. Sabía que debía hablar con Rain y que no podía seguir ignorando las llamadas de mi madre y mi familia. Por más tentadora que sonara la idea de evadir todo, no podía darme el lujo de ser tan inmadura.
Tenía que encontrar fuerzas donde no las tenía para hacer frente a mi supuesta amiga y a mi familia. Por más que detestara los enfrentamientos, sabía que era inevitable uno fuerte, especialmente al considerar lo dolida y enojada que aún me sentía.
Suspiré, y de reojo observé cómo Lucien se removía adormilado en su asiento hasta abrir los ojos lentamente.
Parpadeó un par de veces antes de girar su rostro hacia mí, esbozando una pequeña sonrisa con sus ojos levemente hinchados, probablemente por el trasnoche de los últimos días. Había pasado noches arreglando su casa para mí y organizando temas del laboratorio para no estar tan cargado de trabajo al regresar a la ciudad.
—No has dormido nada —susurró con su voz ronca.
Sonreí.
—No tengo sueño —respondí, recostando mi cabeza en su pecho.
Él me rodeó con sus brazos y dejó un par de besos en mi coronilla.
—Deja de sobrepensar las cosas —murmuró, como si supiera exactamente qué me mantenía despierta.
Y dio en el clavo.
Mordí mi labio y me quedé en silencio unos segundos.
—Es difícil... —admití.
Lucien acarició mi cabello y miró el techo del jet. En diez minutos aterrizaríamos, pero al verme así, podía apostar que tenía ganas de pedirle al piloto que regresara a Mónaco. No le gustaba verme preocupada.
Sin embargo, sabía que yo necesitaba enfrentar todo esto, fuera cual fuera el resultado. Si no lo hacía, no podríamos avanzar como pareja. Era necesario enfrentar lo que mi familia nos había hecho pasar.
—Estaré a tu lado en todo momento, ¿ok? —dijo, tratando de aliviar mi carga.
Asentí y me acurruqué más en su pecho, inhalando su aroma, que por arte de magia calmó un poco la ansiedad que sentía.
—Familia Gulbrandsen, aterrizaremos en breve. Por favor, abróchense los cinturones.
El anuncio por el altavoz nos sacó de nuestra burbuja. Lucien ajustó el cinturón y miró por la ventana, mientras yo hacía lo mismo.
Minutos después de aterrizar, bajamos del vehículo aéreo y nos dirigimos hacia los dos autos que esperaban a una distancia prudente del jet. Podía sentir el viento frío colarse entre mi abrigo, pero me mantuve en silencio, observando cómo todos se acomodaban en sus respectivos lugares.
"Adelántense, tengo que ir al laboratorio a ver un tema de las últimas exportaciones", escuché decir a Frank mientras revisaba su reloj de mano.
Eleonor apareció detrás de él, con esa energía que siempre parecía acompañarla. Enganchó su brazo al de Frank antes de anunciar:
"Me llamaron de la floristería. Al parecer, los girasoles tienen una especie de larva que los está marchitando. Iré con Frank para que me dé un aventón al local."
Lucien asintió con calma antes de responder:
"Bien, le avisas a Jeremy que me notifique las exportaciones realizadas este fin de semana." Luego volteó hacia Eleonor con una mirada más suave. "Si el tema se vuelve serio, no dudes en llamarme."
Eleonor levantó el pulgar en un gesto despreocupado mientras seguía a Frank hacia el auto.
Yo permanecía cerca, algo insegura de cuál era mi lugar en todo esto. Mi bolsa colgaba de mi hombro, y mis manos se movían inquietas. ¿Debería decir algo? ¿Hacer algo?
Lucien debió notar mi indecisión porque, antes de que pudiera reaccionar, entrelazó nuestras manos con una sonrisa y me guió hacia el auto restante. Su toque tenía ese efecto calmante que empezaba a reconocer siempre
"¿Vamos a casa?", preguntó suavemente mientras me atraía hacia él.
Asentí, cerrando los ojos y dejando escapar un bostezo antes de poder evitarlo. "Tengo que ir a buscar mis cosas", murmuré, mi voz teñida de sueño.
"Mandaré a mi asistente por ello. No te preocupes", respondió, acariciando mi cabello con la misma delicadeza con la que siempre manejaba todo.
"Por cierto", recordé de repente, "ya hablé con mi arrendataria, y me dijo que no había problema con desocupar el apartamento los próximos días."
"Eso también lo tengo cubierto", aseguró con una pequeña sonrisa. "Tenemos una bodega en el centro de la ciudad donde podemos dejar tus cosas. Y si quieres cambiar algo de la casa o traer tus muebles, no hay problema."