Blume

CAPITULO TREINTA Y CUATRO

CIARA

La semana siguiente pasó con completa normalidad.Ya había establecido una rutina.

Me levantaba a las 7 de la mañana, salía a la cocina a preparar el desayuno junto con Lilian y Renata. Ambas siempre estaban de buen humor y ya me había acostumbrado a sus chistes malos y parloteo.

Luego, desayunaba con Lucien en el comedor del patio; algunas veces se nos unía Frank y otras Eleonor.

Eleonor siempre salía temprano a la floristería y se llevaba a regañadientes el desayuno que yo le empacaba. El resto de la mañana la dedicaba a responder correos electrónicos y hacer el trabajo que Lucien me asignaba. Sigo siendo su asesora, y me tomo muy en serio mi trabajo.

El hecho de ser su novia no significa que haga las cosas con menos esfuerzo. Incluso tuvimos una pequeña discusión. Bueno, no sabría si llamarlo discusión en sí.

La cuestión es que él se empecinó en que ambos trabajáramos en el mismo lugar, o sea, su despacho. Aunque la idea me encantó al principio, porque, bueno, pasaría más tiempo con él, cuando lo intentamos el primer día, terminamos haciendo nada.

Cada cinco minutos se acercaba a mi escritorio a pedirme un beso o preguntarme algo del trabajo, lo que siempre terminaba conmigo sentada a horcajadas sobre él.

Yo tampoco colaboraba mucho. Tenerlo tan cerca me desconcentraba y no podía mantener los ojos en mi ordenador, sentía la necesidad de observarlo por horas.

Dios... ¿Desde cuándo soy tan cursi?

Al final, tomé la decisión de trabajar en una de las tantas habitaciones disponibles en la mansión. Con la ayuda de Frank, la convertí en una oficina. Pero en cuanto el señor gruñón se enteró, pegó el grito al cielo.

Detestaba la idea, y por más que le explicaba que era por el bien de ambos, se mantuvo en su negativa la mayoría de las veces. Todo hasta que le amenacé diciendo que, si no aceptaba esto, terminaría yendo a los laboratorios para trabajar desde allá.

Eso, por supuesto, lo odió el doble, así que, resignado, permitió que trabajáramos por separado. Al menos permanecíamos en la misma casa.

Por las tardes, Lucien iba a los laboratorios.

No volvimos a tocar el tema de Leonel Sánchez, a pesar de que moría de incertidumbre por saber cómo iba todo. Lo único que sabía por ahora era que ya habían impuesto la demanda. Y porque fue Frank quien me lo informó, me sentí algo tranquila, solo porque me aseguró que todo estaba saliendo mejor de lo planeado. Rogaba que nada saliera mal.

Hablando de él, últimamente lo noto extraño. Casi no está en la casa, y cuando me acerco para preguntarle por qué, siempre esquiva el tema y me habla de cualquier cosa que me distrae.

Lo dejé ser; sabía que, en cualquier momento, lo sabría.

Por las tardes, me dedicaba a hacer un poco de ejercicio y cuidar las plantas del huerto, aunque el jardinero siempre las mantenía al día. Y a pesar de que el primer dia me dio una mala impresion, note que solo es alguien distante y de pocas palabras, pero muy bueno en su trabajo, me enseño nuevos trucos para hacer que mis plantas se mantuvieran mas lindas

Las noches eran mi parte favorita del día.

Cuando Lucien y yo nos acostábamos a ver una película o simplemente nos quedábamos hablando hasta quedarnos dormidos. Era nuestro pequeño momento.

Hablábamos sobre nuestro día, y siempre había una sección de besos intensos que me dejaban realmente necesitada. Pero por ahora no hemos cruzado esa base otra vez. Ya hablamos de eso, y él me ha asegurado que pronto eso cambiará.

¿A qué se referirá? No lo sé.

Pero lo espero ansiosa.

Ahora mismo me encontraba leyendo un libro que Eleonor me había recomendado. Ambas hemos estado leyendo mucho últimamente.

Pasé la página cuando el sonido de una llamada entrante me sacó de la lectura. Me levanté de la mecedora para dirigirme a la mesita de noche. Eran las 5 de la tarde y me encontraba en mi habitación.

Tomé el celular con una sonrisa plantada en mi rostro. Quizás era Lucien que salía más temprano. No obstante, mis comisuras bajaron al leer el nombre de Rain en la pantalla.

La muy conocida sensación de rabia me invadió desde el estómago. Colgué la llamada, bajando mi móvil de mala gana. Pasé una mano por mi cabello, notando cómo la rabia se transformaba en tristeza.

Mis ojos picaron, pero me rehusé a soltar una sola lágrima. Ya había llorado lo suficiente.

Tomé el libro nuevamente, con la intención de distraerme.

Tim, Tim

Una notificación.

Giré mi cabeza para ver en la barra de notificaciones su nombre resaltado en negrita. No alcancé a leer mucho, solo tres palabras:

hablemos por favor

Mentiría si dijera que no sentía ganas de enfrentarla, pero al mismo tiempo me sentía demasiado dolida como para pensar con claridad. Lo dejé estar y, con una mueca, salí de mi habitación.

No dejaré que esto me afecte más de lo necesario.

Bajé las inmensas escaleras, notando el silencio del lugar. A esta hora siempre me encontraba prácticamente sola, a excepción de las empleadas de limpieza y el personal de seguridad que custodiaba las entradas de la mansión.




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