CIARA.
Seco mis manos con el pañuelo mientras reviso el reloj en mi muñeca.
Frunzo el ceño al notar que han pasado dos horas desde que Lucien salió a buscar las naranjas para el almuerzo. Salgo de la cocina con la intención de buscar mi celular, pero recuerdo que lo dejé en el comedor.
Cuando lo tengo en mis manos, busco su contacto y marco su número.
Dos pitidos… tres… cuatro… cinco.
No contesta. Se va a buzón de voz.
Frunzo los labios e intento alejar la inquietud que me recorre el cuerpo.
Estos últimos días ha salido más de lo normal, y cada vez que le pregunto por su paradero, me responde con alguna vaga excusa sobre el trabajo.
He intentado no preocuparme por cosas ridículas, porque lo conozco y sé que jamás sería capaz de lastimarme de ninguna manera. Pero mi propio cerebro se encarga de llenarme de inseguridades y pensamientos absurdos que me aterrorizan.
Hoy, casualmente, había decidido preparar una comida especial. Solo nosotros dos.
Esperaba con ansias sorprenderlo con un obsequio por nuestro segundo mes de noviazgo.
Un hermoso reloj de plata con nuestras iniciales grabadas debajo de las manecillas. Además, lo había encargado personalizado: podía sincronizarse con el celular y tenía múltiples funciones.
Dudé mucho si era un buen regalo, pero al final me decidí por este, porque era práctico y hermoso. Quería que siempre me recordara cada vez que viera la hora.
Pero ahora me encontraba sola en esta inmensa mansión, porque había decidido darles el día libre a todos los empleados con la idea de tener algo de privacidad.
Con la comida lista y la mesa arreglada, una sensación desagradable se instala en mi estómago, pero me prohíbo siquiera soltar una lágrima.
Suspiro, dejando mi celular a un lado para regresar a la cocina y tapar los platos.
Se me quitó el hambre.
Cuando estaba por salir al patio con la idea de regar las plantas para distraerme, escuché el sonido inconfundible de la puerta principal al abrirse.
"Amor, ya llegué" su voz resuena en la casa.
Decido ignorarlo y cierro la puerta corrediza del patio detrás de mí.
Voy en busca de la regadera, sin hacer caso a los llamados de Lucien.
Lleno el recipiente y, recorriendo planta por planta, me dedico a darles suficiente agua, con cuidado de no excederme.
Algunas plantas son propensas a…
"Bella, llevo llamándote un buen rato" un escalofrío me recorre el cuerpo al sentir el suave agarre en mi cintura.
Malditas mariposas que no entienden de enojo.
Me reprocho a mí misma.
Lo ignoro, continuando con mi tarea y tratando de lucir indiferente.
"Cielo, ¿estás bien? ¿Qué sucede?" Su cuerpo se coloca frente al mío, obligándome a ver sus ojos apagados por mi indiferencia. "¿Por qué me ignoras, mi amor?"
Esta vez sus manos sujetan mis mejillas, evitando que esquive su mirada.
Me alejo de su toque, dando dos pasos atrás.
Su expresión se transforma en desconcierto y dolor.
"¿Por qué?" Le reprocho, cruzándome de brazos. "Llevo dos horas esperándote para nuestro almuerzo. Solo fuiste a comprar naranjas. ¿Por qué te tardaste tanto?"
Lucien suaviza su expresión y, por alguna razón, parece relajado y confiado.
Eso me enfurece más.
"Perdóname, Bella. Estaba organizando un par de cosas relacionadas con tu regalo" sus manos toman las mías.
Levanto una ceja, aún a la defensiva.
"¿A esta hora? Es mediodía. Además, no es la primera vez que desapareces por horas" reclamo, sintiendo mi rabia transformarse en tristeza.
Mierda. Me dolía que me ocultara algo.
Mi novio niega con paciencia y me arrastra al interior de la casa.
"Antes de explicártelo todo, debo llevarte a ver tu obsequio" dice mientras me guía hacia la salida.
Afuera, su Mercedes está estacionado.
Me abre la puerta del copiloto y, cuando se sube por su lado, me mira con una sonrisa.
"Te prometo que esto lo compensará todo" acompaña sus palabras con un dulce beso en mi frente.
Pese a mi molestia, no puedo evitar sentirme emocionada y nerviosa.
Salimos por el camino de planicie, oculto entre los árboles.
Durante el trayecto, el silencio entre nosotros es cómodo.
De repente, su mano libre del volante entrelaza la mía sin despegar la vista de la carretera.
Me relajo en mi asiento, permitiendo que su pulgar acaricie mi piel.
Un simple toque suyo, y ya me siento en paz. Ese es su efecto en mí.
Cierro los ojos solo por un segundo.
O eso creí.