CIARA
A la mañana siguiente, un delicioso aroma a pancakes y chocolate me despertó.
Mi novio me había llevado el desayuno a la cama, y juntos comimos mientras veíamos una serie de comedia.
El día había iniciado de la mejor manera, con muchos besos y palabras cursis que me aceleraban el pulso.
Ambos habíamos tomado una ducha juntos y entre el vapor del agua caliente nos entregamos el uno al otro. Mientras hacíamos el amor.
Al salir nos vestimos, yo optando por un vestido largo sencillo con mangas sueltas y de un color celeste casi blanquecino, tenía unas sandalias de tacón pequeño Y llevaba una trenza de medio lado con algunos mechones sueltos.
El había decidido no trabajar hoy, dijo que quería instalar un televisor más grande en nuestra habitación y que se encargaría de llevar el que teníamos a la mansión.
Se que todo fue una excusa para poder estar pendiente de mi y lo apreciaba realmente.
Cuando el reloj marcó las 5 de la tarde, tome un largo respiro y sujete con fuerza mi bolso blanco de mano.
Aplique un poco de perfume, y después de despedirme con un largo y dulce beso. Llame a Mario y a Federico para que prepararan el auto.
10 minutos después, estaba saliendo del pueblo donde se encontraba nuestra casa.
Ambos iban en silencio, en los puestos de adelante.
Algo me decía que ya estaban enterados de lo que sucedería.
Me mantuve tranquila mientras veía los árboles pasar por la ventana, tenia la cabeza vuelta un enredo de pensamientos.
Pero solo uno en concreto me mantenía con la mente fría.
No permitiré que pasen por encima de mi y mi voluntad.
El auto se detuvo en la tranquila calle donde pasé la mitad de mi vida. habíamos echo 2 horas de camino que pase leyendo unos documentos de trabajo
Como era de costumbre no había un alma afuera. Solo los ancianos en los porches de sus casas, con tazas de café y la radio de fondo.
Nada había cambiado.
Mi mirada recorre el lugar que solía llamar hogar.
Uno que me trajo tanto dolor.
Sus paredes de color beige y tejado cobrizo.
Las marchitas plantas del frente y el sombrío ambiente que siempre sentí que rodeaba la propiedad.
No había calidez aquí, se sentía asfixiante volver a este lugar.
Miré a Mario y a Federico, que aguardaban atentos.
"Tratare de no tardarme más de una hora" explicó colgando mi bolso a mi hombro "prendan el auto apenas me vean salir de la casa, y procuren tener el acelerador preparado"
Mi tono fue serio, sin espacio para bromas.
Ambos asintieron, pero antes de que logre bajarme la voz de Federico me detiene.
"Señora, el señor Gulbrandsen nos ordeno entrar a buscarla si llegáramos a escuchar gritos"
Yo asiento. Ya me esperaba algo así.
"Esta bien"
Al poner un pie fuera, el frío me caló hasta los huesos. La ausencia de Lucien me dolía más de lo que había imaginado.
Suspiré y avancé hasta la terraza. Subí los cuatro escalones y, toqué el timbre chirriante que siempre detesté.
Pesados pasos se acercaron desde adentro. Con solo escucharlos supe que era mi madre.
Tragué el nudo que se formaba en mi garganta. Y cuando la puerta se abrió, lo primero que vi fue su rostro redondeado y esa mirada cargada de disgusto a la que estaba acostumbrada
"Madre" saludé con frialdad.
No venía con intenciones de ser amable.
Ella arqueó una ceja con fastidio y se hizo a un lado, en silencio.
Entré.
Todo estaba igual: los muebles insípidos, el olor a humedad, el crujir de las tablas del piso. Igual de deprimente que siempre.
Caminó delante de mí hasta la sala. El televisor sonaba con alguna novela. Yo me senté en el sillón más alejado, cruzando los dedos sobre mi rodilla.
Esperaba que hablara primero. Y así fue.
"¿Desde cuándo estás con ese desgraciado?" escupió con desdén.
Su primera pregunta me arrancó una pizca de decepción. No hubo un "¿cómo estás?", ni un saludo decente. Ni siquiera una duda de preocupación. Nada. Solo odio.
"Cuatro meses, casi cinco" respondí con calma, mirándola directo a los ojos.
Ella bufó, cruzándose de brazos con torpeza. Al parecer había ganado más peso en este tiempo.
"¿Eres idiota? ¿De verdad te dejaste engatusar por ese malnacido?"
Su desprecio hacia Lucien me hizo hervir la sangre.
"Se llama Lucien. Y si sigues insultándolo, me iré."
Su rostro se desfiguró en pura furia. Se levantó bruscamente, plantándose frente a mí.
"Hablaré como me dé la gana. A ver, ¿qué mentiras te dijo para tenerte como su puta?"
Mis manos se cerraron en puños. Sentí mi sangre quemar por la rabia.
"¡Deja de hacerte la inocente! Tú y todos me mintieron seis malditos años" estallé, poniéndome de pie. "Me ocultaste que estaba con Lucien y que me iba a casar con él. ¿Por qué me reclamas? ¡Si la mentirosa siempre fuiste tú!"
Su rostro se desencaja en una expresión de altanería.
"Cuida tus palabras, eres una malagradecida que nunca valoro todo lo que tu familia hizo y sacrifico por ti" eleva los brazos mientras no deja de verme con esa misma mirada fría que ya me había acostumbrado a recibir de ella.
Di dos pasos hacia delante y como pude trate de respirar.
" que iba a valorar madre? El hecho de que me hayan encarcelado en un horrendo pueblo para condenarme a una vida de las misma 4 calles? O que me ocultaran 2 años de mi vida? A eso te refieres con que tenía que ser agradecida?" Bajo el tono de mi voz, escuchándome calmada y fría por fuera.
Sin embargo, por dentro era otra historia.
Ella exhala de forma ruidosa y me da la espalda por un par de segundos.
Como si buscara la paciencia que le faltaba.
"No intentes voltear las cosas para quedar como la inocente, tengo pruebas" Hablo, haciendo que se gire hacia mi, con su ceño fruncido. Sus manos enrollaban el dije de la pulsera que le regalo mi abuela, ese gesto que siempre hacía cuando pensaba en algo.