Andrés estaba sorprendido con Clare. Ella había aceptado ir a Hawái con la condición de que el granjero la acompañara a una celebración que esa misma mañana había recibido de los Lancaster, en una modesta carta de invitación que la pelirroja conocía muy bien.
Robert aún recordaba cuanto a Clare le encantaba esta fiesta que se llevaba a cabo todos los años. Ella era una mujer ambiciosa y en este día se reunían personas muy poderosas e influyentes.
Andrés observaba cómo a Clare le fascinaba lo ostentoso de ese lugar, que representaba su vida, pero no la de él, quien había crecido en una granja rodeado de animales que eran como sus amigos. Era su ahora esposa tan inalcanzable que solo pensarlo le provocaba desaparecer de este sitio, preguntándose si su decisión de no divorciarse fue la correcta.
Vestía un elegante traje negro que Clare había adquirido en un lugar desconocido, seguramente caro, tal vez en alguna de esas páginas donde pasaba tanto tiempo guardando todo lo que deseaba comprar. Le alegraba verla feliz mientras se maquillaba para la fiesta, y aunque este no fuera su ambiente habitual, no pudo negarse a acompañarla.
Ella brillaba en la mesa que habían reservado para ellos, luciendo un elegante vestido blanco y unas perlas en su cuello que no había sido un regalo de su esposo, sino un reflejo de una vida de lujos que había disfrutado en el pasado.
Andrés se sentía frustrado consigo mismo por no estar a la altura de sus expectativas. Esta situación lo angustiaba tanto que incluso sudaba en la mesa, mientras algunos lo miraban con una actitud de desprecio, como si fuera menos importante.
—¿Te sientes bien, Clare?
Clare que sonreía a la pantalla prestó atención a su esposo por un momento. Era diferente a la mujer que estaba llorando en la granja.
—Sí, eso creo.
La pelirroja volvió a mirar a su celular como si el pobre hombre no estuviera intentando entablar una conversación.
Andrés, en medio de su desesperación, se levantó de la mesa. Justo antes de decidir abandonar aquel lujoso lugar, se detuvo a observarla. En su interior, algo se movió al contemplar a esa mujer, que era completamente diferente a él, pero por la cual comenzaba a experimentar un extraño deseo de luchar.
—Clare...
Ella levantó la vista y sus ojos cautivadores lo miraron con interés. Su figura era una verdadera obra de arte y sus labios se asemejaban a un corazón.
—Dime.
—Clare... —repitió embelesado.
—¿Te pasa algo, Andrés?
"Me pasas tú", quiso decir pero se detuvo.
En lugar de eso, se acercó a ella y le tomó una mano, lo que la sorprendió y la llevó a levantarse. La atrajo hacia su espacio, y mirándola a los ojos, le dijo:
—Vamos a bailar... —sus ojos eran una súplica silenciosa de atención.
Ella abrió sus ojos con sorpresa.
—Nadie lo hace en este momento —dijo después de comprobar.
—Pues alguien lo tiene que hacer, ¿no? Vamos a hacerlo nosotros. ¿No te gustaría que ellos te vieran feliz conmigo?
Ella intentó apartarse pero él la detuvo sujetando con un poco de fuerza su mano.
—Andres, esto no funciona así —aseguró ella mirando a los lados.
—¿Cómo funciona entonces? Dime una cosa Clare, solo una cosa y prometo dejarte tranquila.
—Andres, por favor, no me hagas esto aquí —rogó nerviosa porque un grupo de personas los miraban con extrañeza.
Andrés se dio cuenta siguiendo la mirada de Clare y soltó su agarre pero igualmente le dijo:
—¿Te avergüenzo no?
Clare que estaba por irse a sentar nuevamente se detuvo y lo miró a los ojos.
—¿De qué hablas?
—Por eso no quieres siquiera mirarme a los ojos, es por eso, ¿no? Te da vergüenza haberte casado con un granjero.
—No digas cosas que no he pensando, Andrés. Por favor, siéntate.
—A mí nadie me manda —se dio media vuelta y descendió a la salida dejándola con la palabra en la boca.
Clare tuvo que cerrar los ojos por un momento ya que sintió una leve punzada en la cabeza producto del estrés de estos últimos días. Una vez se sintió preparada siguió al obstinado granjero que se había atrevido a dejarla con la palabra en la boca. ¡Era un maleducado! ¿Cómo se atrevió? Es que apenas lo encontrara se las iba a ver.
Aunque notó que algunas personas la miraban, no le dio importancia y continuó su camino hasta llegar a la entrada del edificio, donde vio a Andrés avanzar a una velocidad impresionante.
—¡Oye! Detente, por favor —ese hombre estaba furioso porque no le importaba que su esposa le gritara—. Andrés, ahora no te pongas así. Tienes que escucharme y entender lo difícil que es esto. No tiene nada que ver contigo.
Andrés se detuvo y se giró para mirarla, ella desde lo alto de unas escaleras que, de inmediato, se dio cuenta que eran peligrosas para ella, que llevaba unos tacones.
—¿No tiene que ver conmigo que tus padres te hayan quitado todo y te hayan dejado con un simple granjero? No pareces la misma chica astuta que conocí ese día en el altar, estás perdida en tus pensamientos, Clare.
Entonces se arrepintió de haberlo dicho cuando miró esos preciosos ojos verdes cristalizarse.
—Exactamente... —dijo con un hilo de voz—, has dado en el clavo, querido. Mis padres y toda mi familia se sienten avergonzados de mí. Tú tienes la suerte de contar con unos padres que te aman, incluso te apoyan con llevar a una mujer que no conocen a Hawái... No se trata solo de dinero, me duele lo que siento por mi familia. Tal vez al verme aquí puedan cambiar de opinión.
—Mis... —dijo pero se detuvo analizando bien su repuesta y una vez encontró que decir, avanzó en las escaleras hasta llegar a su altura y tomando sus manos le dijo—. Mis padres ahora son tuyos también y si te das la oportunidad de conocerlos te aseguro que ellos nunca se van a avergonzar de ti.
Sus lágrimas cayeron y el muchacho besó sus mejillas y luego su frente y cada lágrima que descendió.