V
A pesar de los gritos del exterior, que no cesaban, logré calmarme lo suficiente gracias a su abrazo. Me removí haciendo que me soltase.
—¿Se puede salir de aquí? —pregunté—. Viniste a casa, tiene que haber una salida.
—Es peligroso.
—No parece que aquí vaya a estar más segura que afuera.
Por un instante dibujó una mueca que parecía de dolor.
—¿Te encuentras bien?
—Júlia, estoy muerto, ¿tú qué crees?
Sentí el calor de la sangre agolpándose en mis mejillas. Aquella había sido una pregunta estúpida. La más estúpida jamás pronunciada.
—Hay un camino a través del bosque, en línea recta desde la entrada de la casa —explicó poniéndose en pie y ayudándome después a levantarme—. Lleva a la curva cerrada de la C-13 por encima de Esterri d’Àneu.
En la que él perdió la vida, no me atreví a pronunciarlo en voz alta.
Abrió la puerta con cuidado, haciendo de escudo entre el pasillo y yo. Avanzó con sigilo con una mano estirada al frente y la otra manteniéndome tras él. No veía nada y eso me ponía nerviosa.
—¡Corre, Júlia!
Aquella cosa, salida de a saber dónde, se lanzó sobre Víctor, ambos rodaron por el suelo. El ser lanzó un chillido agudo y sostenido que me hizo reaccionar.
Corrí.
El pasillo era largo, estrecho y estaba oscuro. Me movía a ciegas cazando los pequeños destellos que se colaban por debajo de lo que suponía eran puertas, tratando de dar con la salida. Choqué con una superficie de madera, tironeé y batallé hasta que logré que cediera dando, al fin, con el exterior.
El cielo tenía un turbio tono verdoso decorado por unas irreales nubes negruzcas. El bosque se retorcía sobre sí mismo como si los árboles tratasen de defenderse los unos a los otros de una amenaza invisible. Los lamentos proseguían, aunque no veía a persona alguna que pudiese emitirlos.
Giré sobre mí misma para ver el lugar del que acababa de salir. Una vieja masía de piedra desnuda, con minúsculas ventanas para mantener el frío fuera y el calor dentro. Parecía atrapada en el tiempo, hacía años que no se construía nada así, parecía incluso más antigua que cualquier otra que jamás hubiese visto.
Me aparté del edificio pisando con cuidado, evitando hacer ruido con las ramas secas, procurando ser sigilosa y evitar así que, aquella cosa, diese conmigo cuando se librase de Víctor. Divisé un tronco seco caído en el suelo, era pequeño, pero con suerte podría ocultarme lo suficiente como para recuperar el aliento y calmarme.
—¡Joder, joder, joder!
No era un tronco, el cuerpo retorcido de un hombre yacía entre la hojarasca seca y oscura, el terror desencajaba su mandíbula mientras el resto de él permanecía tenso. Giró sus ojos perturbados hacia mí, me quedé petrificada, como un ciervo en mitad de la carretera viendo los faros de un coche acercarse a toda velocidad.
—¡Júlia! —chilló Víctor a lo lejos con el eco de aquella risa acompañándole.