VI
Para cuando quise reaccionar ya era tarde. El cadáver, aquel que había confundido con un tronco, se movió infundido con un hálito de vida que le hizo agarrar mi tobillo, apretándolo con fuerza.
—¡Maldita sea, Júlia, muévete!
Pero no pude hacerlo. De repente las ganas de luchar, así como las de huir, parecieron esfumarse, como si mi instinto de supervivencia hubiese decidido echar el cierre por vacaciones.
Le vi. Un niño, esquelético y andrajoso, moviéndose como flotando hacia mí. Tras él, todo aquello que, a primera vista, me había parecido maleza, iba cobrando vida a su paso; eran cadáveres, como el que me sujetaba el tobillo.
—¡Júlia!
Víctor corría hacia a mí, pero no sentí alivio alguno al pensar que podría salvarme, que me daría una salida; no obstante, no fue así, estaba aletargada.
—Me estás molestando —aulló aquella cosa, la voz surgida de su interior contrastaba con su apariencia infantil. Su voz, cualquiera la identificaría como de mujer anciana—. Eres un estorbo, ya no me diviertes.
Con un leve gesto de su deforme mano, Víctor, cayó al suelo desmadejado como una muñeca de trapo.
—¿Por dónde íbamos?
Un sinfín de ojos amarillentos se fijaron en mí, expectantes. Los lamentos y aullidos se extinguieron; el silencio lo llenó todo. Aquel ser, flotando hacia mí, secuestró todos mis sentidos.
Y de repente no existía nada más.
¿Cuánto tiempo pasó? ¿Qué ocurrió durante aquel tiempo? ¿Qué me hizo? No sabría decirlo.
Sentí algo clavarse en mi costado. Caí al suelo, creo que chillé, aunque no podría asegurarlo. Aturdida me arrastré, intentando ignorar el dolor lacerante. Aquella cosa permaneció inmóvil con una sonrisa siniestra en su boca, mostrando sin reparos sus dientes afilados.
Quizás se me había acabado la suerte, tal vez estaba más segura en aquella cama con Víctor, puede que eso estuviese esperando a hiciese justo lo que hice.
Gotas gruesas y gélidas cayeron sobre mí, la lluvia furiosa llenó el bosque de ruidos igual que la primera noche en València d’Àneu. El olor a tierra mojada empezó a emanar del suelo.
Inspirando hondo seguí arrastrándome, no podía rendirme, si lograba llegar a aquella salida de la que me había hablado Víctor…