Bowie

CAPÍTULO 10

- ¿Sí estás consciente que el Emperador y tú están siendo participes en un delito de escala internacional? - pregunta el hombre por debajo de la capucha, observando atentamente la reacción de Mamba.

- Ahora, tú también. - contesta sonriente Mamba, pelando hábilmente una manzana con el letal filo de un cuchillo kukri.

El hombre desvía la mirada hacia la parte exterior del carruaje automático, que se desliza suavemente por el irregular terreno de la llanura aledaña al Bosque de los Llantos.

Es un hombre de apariencia joven, muy delgado, casi con la suficiente masa muscular para que el cuerpo no se le desarme, piel morena clara, con los ojos de color gris con pequeño destello azulado, de cabello negro peinado en una coleta samurai, con la parte de la nuca y los lados rapados. Usa una gabardina de piel oscura, rayando en negra, distintiva de los clanes del imperio, pero la tonalidad de ésta es amarillenta, mostrando orgullosamente el escudo del clan Khopesh.

- Solo voy a revisar al androide, no voy a repararlo o a involucrarme en ese asunto. - advierte el hombre sin apartar la mirada de la ventana.  

Ante esta advertencia, Mamba suelta una risa burlona, lo que atrae la atención del soldado, claramente molesto.   

- ¿A qué se debe tu risa?

- A que, en cuanto veas de quién se trata, cambiarás de opinión. - contesta Mamba. - Créeme, yo lo hice.

El resto del viaje transcurre sin mayor complicación, y también sin otro intento de conversación. Aunque Mamba conoce a ese hombre desde que era un bebé, él nunca se ha caracterizado por ser un gran conversador, al menos, no con todo el mundo, solo había una mujer con la que las palabras le brotaban de la boca como lava de un volcán en erupción: Cobra.

El carruaje encuentra un sendero rocoso, pero menos accidentado que el resto del interior del bosque, que usan los magos y brujas para llegar a la Aldea Errante, nombre que se le dio debido a que la aldea era un conjunto de casas vacías, libres de ser usadas por cualquier mago o bruja que llegara en busca de un hogar, jamás ha tenido los mismos habitantes y es imposible censar la población. La Aldea Errante tiene una especie de sentimiento propio, aparecen y desaparecen casas misteriosamente, con los aditamentos necesarios para albergar a quien es digno de su protección y asilo; como es el caso de las dos personas mágicas que Mamba está ayudando.

- ¿Desde cuando trabajas con brujas y magos nigromantes? - pregunta el hombre, cortando el silencio de tajo.

- Desde hace… como dos o tres días. - contesta Mamba, viendo por la ventana y tratando de reconocer por dónde está yendo el carruaje, hasta que vislumbra la casa, esto la hace esbozar una sonrisa.

- Hoy estás muy risueña.

- Sí… es que estoy contenta. - Mamba regresa la mirada al hombre. - Y tú también te pondrás muy feliz al ver quién te espera en esa casa.  

 

 

- ¿De qué tribu eres? - le pregunta Cobra al mago, que está a escasos metros de ella, preparando algunas pociones con sustancias extrañas que burbujean y crepitan dentro de sus contenedores.

- ¿Cómo dices? - contesta el mago con otra pregunta, sin dejar de hacer lo que está haciendo.

- Le dijiste a Mamba que querías darle a tu hermano una sepultura como lo marcaba su tribu. - explica Cobra, bajando el libro que está leyendo. - ¿De qué tribu eres?

- No tiene caso que te diga.

- ¿Por qué?

- Porque esa tribu está prácticamente extinta. - contesta ásperamente, esperando que la aprendiz entienda que es un tema del que no quiere hablar.

- Mi tribu también está extinta. Y, aun así, espero saber más de ella.

- Cobra… no quiero hablar de eso.

La mujer, sentada en su silla de ruedas al pie de la ventana, no tiene de otra más que quedarse con el sentimiento de frustración.

Está a punto de lanzar otra pregunta insistente, cuando escucha los propulsores de un carruaje acercándose; su atención se desvía hacia la ventana. El movimiento abrupto de la cabeza de Cobra hace que la mirada del mago se enfoque en la mujer.

- ¿Qué sucede?

- Alguien viene. - contesta sin desviar la mirada del exterior. - Es Mamba.

El mago se acerca a la ventana, encontrando nada, tanto afuera de la casa como en el camino de terracería que se abre enfrente del jardín delantero.

- ¿Hasta dónde puede llegar tu vista, Cobra?

-  Más allá que la tuya, evidentemente. - la actitud de la mujer se vuelve tan fría y distante como la del mago.



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En el texto hay: androides, necromancia, magosybrujas

Editado: 23.06.2021

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