Brillará el sol

Dios

Como resortera me levanto de golpe de la cama, en el camino se va quedando la sabana. Busco algo en con lo que pueda cubrirme. Solo encuentro una almohada.

—Buenos días —Saluda como si nada y la sonrisa no se ha quitado de su rostro.

Trato de actuar lo más normal posible, aunque por la forma en que me encuentro es imposible parecer alguien cuerda.

—Creo que es hora de que me vaya.

Busco con la mirada mi ropa, no la encuentro por ningún lado.

—mmmm, ¿Dónde ha quedado mi ropa? —pregunto lo más natural posible.

Sin decir nada, se levanta de la cama.

Dios mío, esto es el paraíso porque creo que estoy viendo a un ángel sin alas.

Me doy unas cachetadas mentalmente, concéntrate en lo importante Sol; encontrar tu ropa.

Camina hacia la puerta y yo voy tras él, claro antes tuve que cubrirme con una sábana, no piensen que andaré por una casa desconocida como Dios me ha traído al mundo.

Puedo darme una idea del desastre que armamos anoche, incluso hay cosas tiradas, entre ellas la ropa de ambos que se encuentra desperdigada por todo el apartamento.

Mi rostro pasa por todos los colores posibles, de blanco a rojo intenso cuando me va tendiendo cada prenda entre ellas la que hasta hace poco solo podía ver yo.

Corro al primer baño que encuentro y cierro con llave.

Paso más tiempo del debido bajo la regadera. Mientras mi cuerpo se va relajando voy sintiendo como si un auto me hubiera arrollado. Ahora me duele cada rincón del cuerpo.

Cuando por fin me decido a salir me doy cuenta que ya alguien ha limpiado, posiblemente Lo haya hecho Marcos. Busco mi bolsa, por fortuna no tengo que buscar demasiado, lo encuentro en un perchero.

¿Será muy grosero de mi parte salir sin despedirme? No sé, ni me importa lo único que en estos momentos deseo es salir de aquí y olvidar lo que sea que haya pasado anoche. Abro la puerta de manera sigilosa.

Y justo cuando voy a salir escucho la voz potente de Marcos.

—Piensas irte sin decir adiós.

Pongo la mano sobre mi corazón dejándole ver que me ha dado un susto.

—Es tarde y necesito ir a casa para después ir a trabajar.

—Tranquila que hoy es sábado, y siempre podemos tomarnos el día.

Regularmente los días sábado voy a la oficina medio día, para no acumular demasiado trabajo el lunes. Pero ese no es el único motivo por el que quiero salir corriendo de aquí.

—Me tengo que ir. —Digo sin más y salgo por la puerta.

Justo en el umbral, siento su agarre.

—No te vayas —Su voz suena a suplica.

Dudo por unos segundos sobre qué es lo mejor en estos casos, al final opto por dar la vuelta y caminas sobre mis pasos recorridos.

Sin soltarme me dirige a lo que imagino es la cocina.

Como la noche anterior, me retira la silla para que me siente, sin decir nada lo veo moverse de aquí para allá, depositando platos frente a mí.

Un desayuno que se ve delicioso.

—Desayuna y después creo que es necesario hablar —Expresa señalándome lo que tengo frente a mí.

Así lo hago.

Lo único que se escucha es el sonido de los cubiertos mientras desayunamos, a ratos siento que esto es muy incómodo, a ratos me siento como si estuviera en casa olvidándome de lo que paso.

Tengo miedo de terminar el desayuno y enfrentarme a la conversación que no quiero tener.

Pero todo plazo tiene que llegar a su fin aun cuando tratemos de retrasarlo.

Ayudo a Marcos a ordenar la cocina.

—¿Tú has hecho todo esto?

Pregunto como una forma de romper este silencio.

—Claro, hace mucho que tuve que aprender a hacer las cosas por mí.

—Así que eres todo un hombre independiente.

—Se podría decir que sí, aunque no puedo ser del todo libre. —pareciera que las últimas palabras que ha dicho escondieran algo.

No estoy segura si en estos momentos quisiera aunar más en la vida de este hombre.

—Acompáñame. —Me pide cuando ya la cocina ha quedado impecable.

Lo sigo hasta donde el me indica, que es la sala. Me invita a sentarse y el hace lo mismo.

—Lo que pasó anoche…

—Mira, lo mejor que podemos hacer es olvidarlo —Lo interrumpo.

—¿Olvidarlo dices? Será lo último que haría, no podría. Quiero que me dejes hablar y después lo harás tu —Asiento—. Dirás que esto es una locura, pero no es así; después de mucho pude disfrutar de estar con alguien y no hablo del plano carnal, hablo de una entrega más profunda, una entrega que involucro sentimientos que no sabía que existían dentro de mí. Anoche que te vi dormida me abracé a ti disfrutando de la agradable sensación que hace mucho no tenía. Tú me pides olvidar y olvidar es algo imposible, no podre ya sacarte de mi mente. Es como si anoche tú me hubieras marcado como tuyo. No es una locura lo que digo, pero te aseguro que jamás habrá otra mujer que pueda ocupar el lugar que has ocupado. Y por último te confieso que siempre te vi en la distancia, siempre te vi como algo inalcanzable, jamás llegue siquiera llegue a imaginar que podíamos llegar a ser incluso amigos; así que solo me conformaba con admirarte desde lejos.

Termina su discurso y lo único que puedo pensar en mi mente es ¡Dios! ¿Cómo jamás me di cuenta de esto?, eso que dice me ha dejado algo descolocada, jamás imagine que este hombre tuviera ese tipo de sentimientos por mí, me quedo muda y ya nada de lo que estaba pensando decir tiene sentido o más bien las palabras simplemente no salen.

—La verdad no sé qué decirte, jamás imagine nada de lo que me acabas de decir y ahora todo lo que tenía planeado decir se ha ido por un tubo. Lo que si es que quiero ser sincera contigo y decirte que no recuerdo nada de lo que paso anoche.

Lo que digo al parecer lo deja algo descolocado, lo puedo ver en su expresión.

—Lo que estas queriendo decir es que… —no termina de decirlo. —¿Nada de nada?




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