Buscando a mi madre

Capítulo 7: Disculpen que las interrumpa

Narra Mulan

 

En el suelo frío, ella se encuentra de rodillas, llorando e implorando a Dios que esto sea solo una pesadilla. La pobre se muerde, se pellizca y, por último, se jala sus hermosos cabellos castaños.

Cree que al hacer eso podrá despertar de la fatal realidad que le tocó vivir. ¡Qué vida tan miserable la que muchos seres humanos tenemos!

Después de varios minutos, ya no se escuchan llantos. Sigue en el suelo, pero en silencio. El señor Oliver, al verla en esas condiciones, sale huyendo como alma que lleva el diablo. La dejó sola; tal vez él también sufre al verla en esa condición, ummmm, no creo, ese hombre se ve que no tiene corazón.

Después de 5 minutos de completo silencio, la toco por sus hombros y la llamo, pero no contesta. Se quedó dormida, ¡o eso supongo! Debo buscar a alguien para que me ayude a llevarla a su cuarto.

Salgo hacia la cocina en busca de ayuda. Gracias a Dios, ya conozco esta enorme casa. Rumbo a la cocina, veo a la señora Teresa, el ama de llaves. Ella fue la que me ayudó a conocer esta enorme casa. Tiene el cabello amarillo largo y recogido en forma de cebolla, ojos grandes de color negro, es pequeña y gordita. Le gusta levantarse temprano y es muy eficiente en su trabajo. Tiene un tono de voz dulce y amable y aparenta tener unos 30 años.

Al llegar a la cocina, también veo a la señora Flora, la encargada de la cocina. Está sentada en una silla. Es una mujer alta, blanca, con cabello negro rizado y ojos pequeños de color negro. Es muy puntual y ordenada, pero tiene cara de cascarrabias. Es una persona mayor, pero conservada. Se ve que se tiñe el cabello porque no tiene ni una cana.

Me detengo y carraspeo para que ambas puedan voltear a donde estoy. Ellas están muy concentradas conversando sobre Jazmín, así que, sin ánimos y con un tono de voz preocupado, interrumpo.

—Hola... Disculpen que las interrumpa, pero ¡necesito su ayuda!

—Señorita Mulan, no se preocupe, no hay nada que disculpar. Díganos, ¿qué ha pasado? ¿Cómo tomó la niña la noticia? —pregunta la señora Teresa con la mirada triste y su semblante decaído.

—Muy mal, señora Teresa, muy mal —repito con voz temblorosa—. Necesito que me acompañen al comedor, la niña se quedó dormida en el suelo, así que hay que llevarla a su cuarto. Y como ustedes pueden ver, yo soy muy delgada para poder levantar a la niña del suelo y subir las escaleras con ella, hacer eso lo veo imposible...

—¿Cómo así? Señorita Mulan, ¿está segura de que la niña está dormida, no será que se desmayó? —interrumpe bruscamente la señora Flora—. Voy a llamar a Argenis para que te ayude a trasladar a la niña a su cuarto, ella es muy pesada y nosotras tampoco nos consideramos capaces de subir a la niña por esas escaleras tan inclinadas. —Agrega la señora Flora, va hacia un teléfono pegado a la pared y toma la bocina del teléfono, y marca el número 3, toca el número en repetidas ocasiones.

En menos de lo que canta un gallo aparece un hombre corriendo, tiene los zapatos al revés, es el chófer principal de la familia Smith, es un hombre alto, cabello negro con bigotes y ojos iguales a su cabello, debe tener como 35 años. Nos mira a todas con mirada de pocos amigos.

—Buenas noches, señoras, recibí una llamada de emergencia, ¿pasó algo? —dice molesto, ya que tiene el ceño fruncido. Antes de que alguien responda a su pregunta, él murmura con disgusto y malhumor—. Por lo que veo no, pues todas se ven bien, así que con su permiso me retiro —dice, poniendo sus zapatos en forma correcta y dando la vuelta para retirarse del lugar.

—Señor Argenis, lo he mandado a llamar porque la señorita Mulan necesita su ayuda. –Dice con voz amable la señora Teresa—. Disculpe si le causamos alguna molestia llamarlo a estas horas. —Añade ella, con voz temblorosa.

No entiendo qué es lo que pasa con estos dos, Teresa no fue quien lo llamó y ¿por qué se puso tan nerviosa? De verdad no me interesa la vida ajena, en estos momentos hay algo que sí me está preocupando y es Jazmín.

—Disculpen que los interrumpa, pero es urgente, necesito que me ayuden a llevar a la niña a su cuarto, se ha quedado dormida en el piso del comedor. —Interrumpo de manera cortante, las miradas y la incomodidad que había entre ellos crecen al escucharme hablar. —¡Sígame! Por favor... —Añado rápidamente, antes de que alguien diga algo más.

Doy tres pasos y volteo hacia atrás, pero en ese instante noto que el hombre de corbata negra no está siguiendo mis órdenes.

—Señorita, debo informarle que no se me permite subir a las recámaras, así que lamento no poder ayudarla —escupe este hombre con voz ronca—.

—Señor Argenis, ¡es una orden! Así que le agradezco que lo haga por las buenas, porque si no, tendré que decirle al señor Oliver  que usted no quiere colaborar conmigo —digo con frialdad y un poco enojada—. Y no se preocupe, su trabajo no estará comprometido, ya que hay dos personas presentes que pueden testificar a quien sea de que ha sido una orden de parte mía de que usted suba a la niña a su recámara —exclamo con mi tono de voz tajante—.

—Sí, está bien —dice el hombre de corbata negra de mala gana.

Avanzamos hacia el comedor en silencio y ahí está Jazmín en el suelo frío.

El señor Argenis la carga en su hombro y rápidamente sube las escaleras. Se detiene en la cumbre y espera a que yo termine de subir y lo dirija hacia la habitación de la pequeña.

Seguimos caminando por un pasillo, llegamos al cuarto, abro la puerta y él pasa con cuidado y acuesta a la niña. La arropo y salgo con él. Lo acompaño a las escaleras, pero en ningún momento nos dirigimos la mirada. Solo reina entre nosotros un silencio muy incómodo.

Baja las escaleras y se aleja a pasos veloces. De verdad que lamento haber sido tan dura y grosera con el señor Argenis.




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