Buscando a mi madre

Capítulo 11: Odio este día.

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------En la actualidad------

------Narra Jazmín-----

Acabo de salir del hospital donde trabaja el doctor. Odio los hospitales, especialmente por las inyectadoras, pero el doctor tuvo paciencia conmigo. Me tenían que poner un relajante porque toda la noche no paré de llorar, las manos me temblaban y, según el doctor, caí en una crisis nerviosa.

Ayer me levanté a medianoche y pensé en lo que había hablado con mi madre y lo que el señor Oliver me había dicho. Empecé a llorar y a recordar a mi mamá, pero sentí a alguien durmiendo conmigo. Pensé que era ella, así que me monté encima, la abracé y empecé a besarla. Yo creí que había vuelto por mí, pero no fue así. Era Mulan que estaba a mi lado cuidando de mí.

Así que empecé a llorar y a llorar toda la noche. No dormí más, Mulan tampoco lo hizo.

Pero ahora me siento con una tranquilidad. Creo que fue ese tranquilizante que me pusieron en la nalga. ¡Cómo me dolió! Todavía siento la pierna como si hubiera hormigas por dentro.

Llegamos a la casa del señor Oliver. Es enorme. No, mejor dicho... gigante. Podrían vivir mil personas aquí. Observo todo a mi alrededor con asombro. Al salir del hospital no lo noté, pero ahora veo que el lugar está rodeado de grandes palmeras y flores de todos los colores: rosadas, amarillas, anaranjadas.

Entramos a la casa. Apenas cruzamos la puerta, veo a dos niños más grandes que yo. Tienen ojos azules y cabello castaño. Junto a ellos está una señora delgada, muy bonita, con el cabello amarillo y los ojos igual de azules. También está el señor Oliver.

—Hola, Jazmín, ¿cómo te fue en el hospital? —me pregunta Oliver con una sonrisa que casi me hace sonreír.

—Bien —respondo en un susurro, sin ganas de decir más.

—Ella es mi esposa. Se llama Emily —dice con tono cálido. Me acerco y le ofrezco la mano, pero ella me abraza con tanta fuerza que siento crujir mis huesos. Me aparto enseguida. ¡Qué confianzuda es esta señora!, pienso.

—Y ellos son mis hijos. El mayor se llama Mario y el menor, Nelson. Ellos son tus hermanos ahora —dice mientras les toca los hombros—. Jazmín, quiero que te lleves bien con ellos. Quiero que nos veas a todos como tu familia..

—Perfecto —respondo apenas. Veo cómo la señora bonita le dice algo a Oliver, pero no entiendo qué dice.

—Mi esposa dice que eres bienvenida, y que nunca olvides que este es tu hogar.

Siento tanto sueño que mi rostro se queda serio, sin mostrar ninguna emoción. Me siento vacía. Seca. Como si nada viviera dentro de mí.

Mulan dice algo en su idioma. Luego hace una leve inclinación y toma mi mano. Nos retiramos, subimos las escaleras y llegamos a una habitación grande.

—Jazmín, ve a bañarte, por favor —dice Mulan con voz suave pero firme. Yo solo la miro, me dejo caer sobre la cama y suspiro.

—Sí —respondo sin energía. Ella sale de la habitación, y yo aprovecho para acomodarme en la inmensa cama. Cierro los ojos. Solo quiero dormir.

Pasan los días, las semanas… los meses. Todavía no sé nada de mi mamá. Desde que me despierto hasta que me acuesto, practico ese idioma nuevo. Inglés. He llorado tanto que ya no tengo lágrimas. Todos los días tomo una pastilla que me ayuda a sentirme tranquila… o al menos a no gritar por fuera ya que por dentro mi vida es una tortura.

Casi no veo a la señora Emily ni a sus hijos. Me encierro en esta habitación. No me gusta salir. Solo lo hago para desayunar, almorzar y cenar. En esos momentos, intento compartir con ellos, pero me miran tan feo que me siento como una cucaracha… o algo peor. Como un bicho raro. Muchas veces dicen cosas que no entiendo. En las noches, los escucho discutiendo.

Yo solo saludo y me despido en inglés, como Mulan me enseña. Eso es lo único que me sale bien.

*****

Un año ha pasado desde la última vez que vi a mi madre. Un año completo. Hoy es mi cumpleaños, pero odio este día. No quiero que me hagan nada, ni un solo gesto. Si intentan felicitarme, voy a tirar todo al suelo, lo prometo. No sé qué tengo en este día, pero algo dentro de mí al despertar se quebró.

En este año, he aprendido a hablar inglés, a escribirlo, aunque, para ser honesta, hay pocas cosas que me faltan. Pronunciar las palabras es lo que me ha costado más, porque mi mente parece quedarse atascada, como si los sonidos de la lengua se resistieran a salir de mi boca. A veces me da miedo decir algo mal, porque sé que me miran con desconfianza, con esa mirada que aún me quema.

Gracias a mi comportamiento —o a mi total apatía—, ya no me dan más sedantes. Las pastillas ya no llegan a mi cuerpo, ni en la mañana ni en la noche. Es una pequeña victoria personal, aunque eso no significa que mis noches sean tranquilas.

Algunas veces, cuando el silencio me consume, recuerdo a mi mamá. Recuerdo su voz, cálida y firme, como si pudiera escucharla aquí mismo. Todos los días, en un impulso casi automático, miro la foto que ella me regaló, aquella que está colgada en la cadena que siempre llevo alrededor de mi cuello, la que me dio de corazón. Me siento vacía cada vez que la miro. Triste. Desesperada por saber si alguna vez volveré a verla.

No entiendo por qué se olvidó de mí. ¿Acaso nunca me quiso? ¿O simplemente la vida la arrastró lejos de mí?

Estoy acostada en la cama, con la sábana hasta la nariz. No quiero levantarme. No hoy. Hoy es el peor día de todos. Hoy, hace un año, me arrancaron de su lado, del lado que me sentía segura. Ese lado donde todo era fácil, donde no existía el dolor.

Porque un padre puede ser cualquiera, pero una madre... una madre lo es todo. Ella es como el aire. Sin ella, es casi imposible respirar, casi imposible vivir.

Mi estómago duele, pero no es hambre. Es un vacío que nunca se llena, que nunca se irá. Mi corazón también duele, siento que lo tengo herido, como si cada latido fuera un recordatorio de lo que perdí.




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