Buscando a mi madre

Capítulo 65: Bomba Molotov

He preferido guardar silencio, es cierto que por mi desconfianza estoy en este país, todos están en peligro por mi culpa, solo un milagro me ayudará a salir de aquí.

Espero que lleguemos a Kabul con vida y sin ninguna herida.

Desde la camioneta, observo a lo lejos varias montañas con cuevas y varios budas gigantes destruidos, según Heydar ya hemos salido de la provincia Balj, nos encontramos en una autopista, al pasar el auto el polvo se levanta, todo el camino está solitario, montañas a nuestro alrededor, es lo único que logramos visualizar.

—¡Qué paisaje tan bonito! —Le digo a Adel con una sonrisa.

—¡Demasiado bello! ¡Eso es nieve! —Habla el joven, señalando la cima de las montañas.

—¡Hermoso! —Me encantan las montañas, son marrones y algunas negras y en la cima blanca y sin hablar del cielo tan azul, se ve estupendo.

—Aprovecha de disfrutar del paisaje, es único en todo el mundo. —Con orgullo, habla Heydar.

—¡Qué triste que todos hablen tan mal de nuestro país! —Murmura Jamil mirando el panorama.

—Sí, es cierto, este país tiene lugares hermosos. —Digo con un suspiro.

—Vamos a pasar por unas montañas donde hay varios lagos, por ese lugar recortaremos camino hacia Kabul, tal vez nos encontremos varios talibanes, así que todos, mantengan la calma. —Comunica Alam.

Todos estamos en completo silencio, seguimos avanzando por una carretera que llaman A76. Pasamos un gran túnel donde hay poca iluminación y el calor es insoportable, el polvo reduce la visibilidad, Alam maneja con cuidado, después de salir de este túnel tan largo, tomamos una carretera sin pavimentar.

Hacia el horizonte hay picos nevados, pastos secos y algunos lagos de un azul intenso, y en la orilla tiene toques turquesas.

—Alam, ¡para el auto! Quiero apreciar mejor el lago. —Propongo.

—Es peligroso, debemos continuar. —Objeta Alam.

—¡Qué mal! De todos modos no hay nadie, todo está muy solitario.

—Alam, algo está pasando, todo está muy tranquilo. —Dice Heydar con recelo.

—Descansemos un rato. —Insisto ignorando el comentario de Heydar.

—¡Está bien! —Acepta Alam mientras se orilla al costado del gran lago, yo y Adel nos bajamos, Alam y Heydar y Jamil miran a nuestro alrededor con desconfianza.

—¿Puedo quitarme la burka? —Pregunto con bochorno.

—No, es peligroso. —Grita Alam exaltado.

—¡Tengo sed! —Murmuro.

—Podrías morir, si algún talibán te llegara a ver sin la burka. —Dice Alam.

—Si son malos. —Hablo con tristeza.

—Ellos son muy estrictos, tratan de cumplir con las leyes del Corán a la perfección. —Murmura Heydar, yo estoy recostada del auto.

—¿Qué es el Corán? —Pregunto.

—Es como la Biblia. —Responde el hombre guapo.

—¿Y ese libro les dice como deben de tratar a las personas? —Cuestiono con mi tono de desprecio.

—Sí, el profeta Mahoma fue quien escribió el Corán; sin embargo, ellos malinterpretan la ley del islam, nadie puede ir en su contra, o mueren. —Informa Alam con desagrado.

—O sea, ¿qué ellos hacen todo lo que ese hombre escribió?

—Pues, sí.

—¡Qué locura!

—Si no usas el burka, podrían darte una paliza. —Interrumpe nuestra conversación, Heydar.

—Entonces, prefiero tenerla puesta, aunque me esté muriendo del calor y de la sed.

—Los talibanes son muy radicales, se basan en su ley de la sharia, esta determina todos los aspectos de la vida de los musulmanes, cosas de la vida cotidiana, para todo lo que hacemos hay una ley, en especial para las mujeres. —Agrega Heydar.

—Las mujeres no pueden estudiar, solo deben obedecer a su esposo y guardar silencio, lo que su esposo diga, eso es, entre muchas cosas más, que no vale la pena mencionar. — Habla Jamil con su mirada fija en la vía.

—Todos deberíamos de ser libres y hacer lo que nos guste, nadie debería estar obligado a seguir esas normas tan absurdas.

—Esas son nuestras leyes, por eso es que muchos quieren abandonar el país, los talibanes están tomando el control de todos las provincias y cuando lo logren, todas las mujeres, incluyendo a las niñas, van a sufrir.

—¡Capitán! ¡Vienen varios carros! —Exclama Jamil.

—¡Vamos!, ¡móntese en el auto! —Grita con preocupación Alam.

Adel se monta rápido, luego Jamil y Heydar me dan la mano, ellos me ayudan a colocar el cinturón, al no poder hacerlo, por los nervios, lo dejan así, Alam arranca a toda velocidad.

Desde lejos empiezan a dispararnos, yo agacho mi cabeza, estoy muy asustada, los otros autos se están acercando a nosotros, creo que no vamos a poder escapar.

—Prepara la granada. —Suelta Alam, Heydar abre una caja, toma algo redondo y le quita el pasador.

Heydar, al ver acercarse un auto, lanza la granada y el carro se enciende, más atrás viene otro auto a toda velocidad.

—Alam, ¡nos están alcanzando! —Habla agitado Heydar.

—Enciende la bomba y lánzala con fuerza. —Dice Alam con la voz mortal.

Alam baja la velocidad, y Heydar trata de encender el trapo que está en la boca de una botella, pero él no logra hacer que el trapo encienda.

—Vamos Heydar, sigue intentándolo, ¡ya están aquí! —Grita asustado Alam.

—No será hoy y nunca. —Expresa Alam, al hombre que lo apunta con un arma, ese hombre dice cosas que no entiendo.

—Señor, ya encendió.

—¡Lánzala! —Heydar lo duda, así que yo, le quito la botella y la lanzo con fuerza al auto.

La botella cae en las piernas del hombre, este se quema, se escuchan gritos a lo lejos, ya que Alam ha puesto a toda marcha su camioneta.

—Señor, se han detenido.

—¡Maté a un hombre! —Lloriqueo.

—¿Él era el coronel? ¿Cierto?

—Sí, Jazmín, él no se iba a quedar tranquilo, antes que preguntes, eso era una bomba casera se llama bomba Molotov. —Declara Alam.

—¡Qué peligro! Podríamos haber muerto. —Digo con la voz acelerada.

—Tranquilízate, ya faltan dos horas para llegar a la capital. —Me grita Alam, yo siento que todo a mi alrededor da vuelta, tengo náuseas, siento que poco a poco empiezo a perder mis fuerzas.




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