Buscando a mi madre

Capítulo 74: Cordillera del Pamir.

-----10 horas después-----

-----Narra Jazmín-----

Hemos llegado a la Cordillera del Pamir, estamos en un pequeño pueblo, es muy hermoso, no parece que estuviéramos todavía en Afganistán.

En estas montañas las personas viven tranquilas y en calma, aunque he visto dos personas con discapacidades físicas, tienen una gran sonrisa y su rostro irradia alegría, la mayoría de los que están viviendo en este lugar han huido de la guerra entre los talibanes y el ejército afgano según Heydar.

Aquí todos son una familia, a simple vista se ve la unidad que poseen, ellos se cuidan y se ayudan a pesar de su pobreza y no le falta lo más importante que es el amor.

Estoy enamorada del paisaje que posee este lugar, las montañas son muy altas y llenas de nieve, hay muchas ovejas y la tierra es verde, el cielo es de un azul claro, al verlo pareciera que estuviera observando el mar, este valle es uno de los lugares más hermosos que he visitado en mis 28 años de vida.

Alam conversa con unos pastores de oveja, le sonrío y él me guiña uno de sus ojos marrones, los muchachos los acompañan en silencio, empiezo a alejarme poco a poco de ellos, toco el pasto este me hace cosquillas en mis manos, aunque estoy algo mareada por el largo viaje, estar en este sitio y respirar este aire tan puro me hace recargar energías, y me ayuda a alejár esos malos recuerdos que me persiguen a diario, desde que el avión se calló casi todo ha sido terrible, aunque no puedo negar que también he vivido cosas buenas, yo pienso que lo mejor que me ha pasado es conocer a Alam y tener a tres amigos verdaderos y leales como lo son Heydar, Jamil y el pequeño y dulce Adel, y por último estar en un lugar tan fantástico como este.

Serca de donde estoy varios niños juegan, lentamente me acerco a ellos, entre las casas de barro veo las cabecitas de varios de ellos, se divierten y gritan de alegría eso me hace muy feliz, tomo una flor que se encuentra entre la hierba, es muy pequeña y blanca, a levantar mi vista veo a una niña muy cerca de mí, ella mueve sus labios más no entiendo lo que me dice así que le sonrío, luego me inclino a ella y le regalo la flor, la pequeña muy feliz lleva la flor en su mano, ella corre hacia donde sus amiguitos, ellos desde lejos me ven con curiosidad, al verla llegar todos me sonríen y corren a mi dirección, ellos cantan y brincan a mi alrededor, son tan tiernos, la melodía que entonan es tan hermosa, aunque no entiendo nada, me gusta el ritmo y los sonidos que hacen.

—Jazmín —grita a lo lejos Heydar, me despido de los niños con mi mano, algunos de ellos me abrazan, yo les correspondo, beso sus frentes sudadas y salgo corriendo hacia donde me llama Heydar.

Al llegar donde ellos, intento disimular este malestar que siento, dos mujeres que acompañan a los pastores me saludan con cordialidad.

—Son bienvenidos a nuestro humilde hogar, pasen adelante —dice uno de los hombres, el otro señor se aleja con las ovejas hacia la parte trasera de la casa.

En este lugar las mujeres no se cubren el rostro, ellas nos sonríen abiertamente, una de ellas se nos acerca y nos coloca una pizca de harina en nuestros hombros.

—De esta manera ellas reciben a los viajeros. —Me susurra Alam mientras toma mi mano y la besa.

—Puedes quitarte la burka, ¡aquí eres libre!, nadie te va a acosar o tratar cruelmente por lo que digas, haga o por cómo te vistas. —Dice la señora mayor en mi idioma de nacimiento.

—Ven, pasa a esta habitación para que te duches y te coloques una ropa decente —Expresa la mujer joven tomando mi brazo con delicadeza.

Ella me aleja de Alam y él sonríe mientras se tapa la nariz y hace señas con la mano de que huelo mal, todos se ríen al verlo hacer esas muecas, yo estoy apenada por su culpa, lo ignoro y sigo a la mujer.

Con algo de desconfianza entro a la habitación, es algo oscura, la mujer me ayuda a quitarme la burka.

— ¡Qué hermosa eres! —Exclama la mujer tocando mi rostro, me siento algo incómoda, pero aun así dejo que lo haga— tienes un rostro perfecto —agrega ella.

—Gracias, señora. —Tartamudeo con vergüenza.

—No me digas señora, llámame Lina, yo no soy tan mayor como aparento —Comenta la mujer dándome un suave empujón con su hombro.

—Me disculpo doña Lina.

— ¡Doña!, tan solo tengo 35 años —continúa hablando ella con algo de humor, nos reímos, y eso ayuda a que me relaje un poco, es una linda persona me cae muy bien, ella me recuerda a mi amiga Isabella, la extraño mucho, espero y no sé allá olvidado de mí.

— ¿Cómo es que saben hablar también el mandarín? —Le pregunto.

—A una hora de camino vive un profesor, él nos ha enseñado a hablar el mandarín, el es chino.

— ¡Estupendo!, un chino viviendo en Afganistán, eso me sorprende y también me agrada.

—Tansu, es muy especial con nosotros y con nuestros hijos, estamos agradecidos con él, nosotros lo queremos mucho. Todos los pueblos que están en esta cordillera están libres de los talibanes y de los soldados afganos, gracias a eso es que podemos estudiar con libertad y sin miedo, aunque hay que caminar mucho para ir a la escuela, el esfuerzo vale la pena. —Parlotea Lina, ella me pasa una toalla, enrollada salgo de prisa, estoy temblando del frío.

Rápidamente me visto con un traje de dos piezas, el pantalón es holgado color rojo este se ajusta a mi cintura y me llega hasta los tobillos, me coloco una túnica de cuello alto y manga larga de color blanco, la señora me da una pañoleta la cual cuelgo sobre mis hombros, es de color rojo, pero muy suave al tacto, después de un mes dejo mi cabellera suelta y mi rostro al descubierto, me siento tan feliz, ya no volveré a ponerme una burka.

—Salgamos —Me invita Lina tomando mi mano con una gran sonrisa.

—Gracias por todo. —Le digo mientras la abrazo fuerte, veo que la tomé por sorpresa, su rostro está rojo como un tomate.




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