Con el pasar del tiempo
¡Todo empeoró!
Esas mujeres se pusieron muy agresivas particularmente la abuela que durante ese tiempo se comportó como una real bruja, lanzó cuchillos por el tragaluz de nuestra casa, dejaba bolsitas con excremento en nuestro patio de afuera, arrojaban agua con olor a sangre en nuestro frontis y en nuestro techo mis abuelos encontraron muñecos vudú con nuestros nombres. Por las noches se escuchaba un bombo y cantaban en un idioma que no entendíamos cada vez que lo hacían, toda nuestra casa olía a podrido.
Día tras día
El acoso de esa familia se había extendido incluso a cualquiera que nos visitara. Veían llegar a alguien y era lanzarle insultos, indirectas sonidos extraños, conjurar, maldecir, amenazar e intimidar. Debido a esto los pocos amigos que tuve nunca los invité a casa, me daba terror y vergüenza que pasaran por todo lo que yo. Mi casa aunque suene cliché se convirtió en mi lugar favorito, un espacio deseable, una entrañable prisión, no necesitaba que nadie me encerrará yo misma lo hacía porque salir significaba una necesidad de querer volver.
Sin embargo, hubo un día que un compañero faltó a la escuela y fue a buscarme a mi casa para solicitarme mis cuadernos, sinceramente no me di cuenta de su presencia estaba concentrada manejando mi bicicleta, mi abuelo me había convencido de salir a dar una vuelta, estaba en lo mío pensaba secretamente en una de las tantas historias que solía crear en mi cabeza para relajarme hasta que mi pequeño amigo me sacó del trance.