Mientras le explicaba lo que habíamos hecho en clase ese día, sí, esas “brujas” salieron y como siempre se ubicaron estratégicamente en posición de ataque y como siempre lograron intimidarme. En automático mi espalda se encorvó un poco y no se sí mi compañero notó mi desesperación y nerviosismo al hablar, pero quería que se fuera para poder esconderme quería salir huyendo de ahí. Solo tenía diez años, mucho no podía hacer, no sabía cómo sentirme y mucho menos como defenderme. Mi pequeño amigo parecía no darse cuenta de lo que ocurría y no le prestaba mucha atención a lo que decían las mujeres. Le expliqué rápidamente todo lo que pude y me despedí. Pero para llegar a casa debía pasar frente a la de esas mujeres, por lo general cuando eso ocurría cantaba, no había dinero para comprar audífonos en esa época, pero podía escucharla incluso cantarla en mi cabeza y sí estaba en un concierto mejor, el refugio perfecto y así evitar prestar atención a lo que decían, pero está vez pasaría frente a ellas muy consciente y escucharía claramente todo lo que decían.
- ¡Pareces señora! - - ¡Lo vas a aplastar! - - ¡Pobre bicicleta! - - ¡Asquerosa! –
- ¡Desde chiquita estás empezando, igualita a la madre! - esa frase en ese momento no la entendí.
- ¡MUUU! – dijeron todas al unísono.
La líder, la madre de las más jóvenes no decía nada, solo me observaba con su altiva y penetrante mirada. Yo estaba terminando de pasar, solo unos pasos más y llegaba a casa. Cuando de pronto la líder dijo
- ¡Jamás vivirás tranquila, nunca! - y al final dijo una palabra en otro idioma que todas repitieron al unísono - ¡numquam me hercule! -
Dijeron algo más, pero no alcance a oírlo porque entre en mi casa lo más rápido posible fue un gran alivio llegar, aunque no sé ni cómo lo logré porque me temblaban las piernas terriblemente.
Esa tarde lloré, lloré y lloré todo lo que pude abrazando mi almohada. Lloré con amargura, miedo, dolor y tristeza, lloré por no defenderme, por sentirme desprotegida, por no ser fuerte, por no hablar, por no decir lo que siento, por tener diez años y por no llorar libremente porque sí estaba llorando, pero en silencio para que nadie se diera cuenta.
No sé si esas mujeres eran brujas de conjuros, pero lo que sí sé es que eran brujas por maldad y crueldad, eran malas.
Lloré hasta quedarme dormida.