En esta vida hay dos clases de pájaros: aquellos que viven libres en sus nidos, y a los que los mantienen en jaulas. Los del primer grupo, cuando el momento llega, extienden sus alas y parten en busca de sus propias aventuras. Para los del segundo grupo existen dos clasificaciones: en la primera se encuentran aquellos que al probar sus alas y fallar deciden volver a la seguridad de su jaula; y la segunda es para aquellos pájaros que a pesar de fallar no vuelven a la jaula y continúan hasta lograrlo o hasta que ya no sean capaces de intentarlo.
Fabián Ballesteros pertenecía a este último grupo, y siempre lo había sabido, por eso no temía de la discusión que sabía se avecinaba.
Los dos hombres se veían fijamente. Sus temperamentos luchando el uno contra el otro por medio de sus miradas.
El más maduro de ellos fue el primero en romper el tenso silencio en el que se encontraban.
― ¿Entonces? Sigues pensando que la vida siempre te va a ofrecer de todo.
― Estoy seguro de ello.
― Ingenuo ― dijo como una acusación ―, la vida no es así de sencilla ― sentenció apartando su mirada y presionando la punta de sus dedos sobre la madera de la mesa.
― Lo es para quien sabe aprovechar las oportunidades que le ofrece ― respondió el joven con orgullo.
El hombre frunció el ceño.
― ¿Y qué esperas hacer de tu vida?
― La respuesta obvia, vivirla ― el hombre frente a él regresó su vista y se sorprendió al ver su rostro limpio de sarcasmo ―. Ya te lo he dicho, pienso aprovechar cada segundo de ella y hacer lo mejor que pueda.
― Suenas como un muchacho ―. Gruñó el hombre con desprecio ― ¡Despierta de una buena vez Fabián! ¡Ya eres un adulto! ¡La vida no es todo aventuras y sonrisas!
― ¿Y por qué no ha de serlo?
― Porque la gente es cruel, despiadada incluso. Y si no sales de una buena vez de esa burbuja de esperanzas y sueños imposibles en la que vives, alguien te la reventará. Y yo no te voy a ayudar a levantarte y lavar tus heridas ― advirtió viéndolo intensamente.
― Pero si nunca lo has hecho papá ― vio como el enojo salpicaba la mirada de su padre, haciendo que sus arrugas se acentúen y que su barbilla temblase; inhaló profundamente ―. No estoy aquí para pedirte permiso, como bien dices, ya soy un adulto.
― ¡Entonces empieza a comportarte como tal! ― Exclamó el hombre con rabia.
― Y según tú ¿cómo sería eso? Perderme en una oficina entre miles de escritorios y papeles sin importancia; para al final de mis días darme cuenta que he desperdiciado mi vida entera como uno más? ― inquirió con sarcasmo, lanzó un bufido ―Yo paso.
― ¡Basta ya Fabián! Me rehúso a ver cómo te convertirás en un ser mediocre por culpa de tu inocencia y estupidez.
El hombre le dio las espaldas a su hijo, se tocó el ceño con el dedo índice y pulgar.
― No te preocupes, no lo verás.
El hombre se dio la vuelta sorprendido; habría jurado que su hijo ya se había retirado. Estaba seguro que se habría marchado a su cuarto y que al día siguiente el asunto hubiese sido olvidado.
― ¿De qué hablas?
Los ojos grises de su hijo, los mismos de su esposa, brillaban con determinación.
― Te lo advierto Fabián, una vez que pongas un pie fuera de esta casa te estarás marchando para no volver, y no abriré mi puerta cuando regreses, no importa cuánto supliques por mi perdón.
― No te preocupes, ya deberías saber, después de dieciocho años de convivencia que yo no suplico ― dijo dándose vuelta y empezando a dirigirse a la puerta.
― Perderás a tu familia, serás un errante, un nómada. Y no podrás regresar.
El muchacho se detuvo un momento, alzó la vista a la puerta y presionando los puños con determinación tomó aire.
― Pues bien, no lo haré.
― ¡Fabián! ¡Ya ha sido suficiente! Dejémoslo así y vamos a ayudar a tu madre en el jardín. Mañana hablaremos, cuando dejes de insistir con esta actitud tan infantil y necia.
El chico regresó a verlo con rabia contenida.
― ¡No porque tu hayas sido lo bastante cobarde para quedarte aquí significa que yo también tengo que dejar mis sueños morir!
Su rostro se tiñó de un rojo furioso y la exclamación de sus labios salió sin que pudiese reanalizarla.
― ¡Largo de mi casa mocoso mal agradecido!
Fabián sintió por un momento temor, pero hizo, por una de las pocas ocasiones en su vida, como su padre le había comandado. Y caminó hacia la puerta, dónde sus cosas le aguardaban.
― ¡Muchacho! ― llamó el padre, logrando que su hijo lo regrese a ver ― Las llaves de mi casa ― pidió extendiendo la mano y dándole una mirada de acero.
Vio como la mano de su hijo iba inconscientemente a la trabilla de su pantalón donde colgaban las llaves junto con un llavero que contenía una foto de su familia y un pequeño globo terráqueo. Pareció desconcertado, como si le hubiese dado una bofetada. Entonces sus ojos se llenaron de furia.