Café a media tarde

CAPÍTULO VI DÉBORA

Mi padre nunca regresaba al punto de partida, era una de esas cosas que no las haría ni obligado.

 Incluso cuando empezaba a llover en la calle después de que hubiésemos salido de algún lugar se rehusaba rotundamente a volver cada vez que mi madre sugería regresar, de una manera muy discreta y silenciosa, con el mayor tacto que era capaz de reunir, hacía lo que muy pocas personas en su sano juicio harían, ignorar algo que ella comandase; y en ese silencio que caía como neblina sobre nosotros estaba aquella aprensión a volver sobre sus pasos a un lugar el cual había abandonado, a mirar atrás, aquella norma implícita que él siempre seguía.

Recuerdo que empezaba a ver distraídamente por la calle llena de niebla y lluvia, evitando deliberadamente la mirada furiosa de su esposa; mi hermano y yo solíamos compartir miradas entre alarmadas y divertidas a la interacción cada que ocurría.

Recuerdo que alguna vez lo cuestioné por ello, y recuerdo que me dijo: “Si has salido de un lugar es porque has hecho todo lo que podías hacer con el, ¿para qué volver a un sitio en el cual no queda nada de provecho para ti?”

Es por eso que cuando se vio obligado a volver a su país de origen, después de que el bufete para el que trabajaba hubiese quebrado, supe que algo se había roto en su centro; y ese algo nunca iba a ser reparado, porque ese principio, ese estilo de vida y aquel rasgo tan marcado de su personalidad, el cual defendía tan furiosamente y con tanto esmero, ahora ya no era más que palabras en el aire; ya no simbolizaba nada más que una de las muchas reglas que no cumplía; y ya no importaba en absoluto, su regla de oro ya no valía nada, porque se había visto obligado a  incumplirla e ignorarla.

Las semanas que siguieron la nefasta noticia que cambio la vida de mi familia pasaron como una tortuga, era como si el universo estuviese conspirando para hacer que nuestro sufrimiento durara el mayor tiempo posible. Mi padre no decía nada; no era como si fuese de los que hablan mucho, no, el solía ser de las personas que estaban en el centro de todo porque tenía amigos que eran del tipo de personas que estaban rodeadas de gente que los seguía a todos lados, “populares” los llamarían algunos, pero él era aquel que solo estaba ahí por juntarse con las personas indicadas y que solo veía lo que ocurría a su alrededor, permitiendo que los otros tomaran las riendas del asunto y jugaran la parte que les correspondía, por lo general daba su opinión sobre algún tema, se reía de los chistes que hacían los demás y participaba de la conversación las suficientes veces como para que no se dieran malos entendidos, pero siempre dejando que el resto brillase mientras él los observaba de manera analítica, decidiendo cuál de ellos era digno de su confianza, era una buena estrategia, estar en el centro de todo, donde puedes observar en todas las direcciones.

Pero aquellas semanas simplemente no abrió la boca, ni siquiera para molestar a mi madre o decirle a mi hermano que debería dejar de agujerear y dañar los puños de sus sacos.

E intenté entenderlo, de verdad lo hice, pero no podía, nuestro dolor era diferente.

Mi hermano y yo íbamos a perderlo todo, jamás habíamos conocido más hogar que aquel en el que vivíamos, y él nunca nos había mencionado nada de su lugar de origen; mi madre era básicamente lo mismo, mamá había nacido y sido criada ahí, siendo hija única y esperando ser enterrada en el mismo lugar que sus padres, y ahora no podría; aunque ahora que lo pienso eran el mismo tipo de dolor, porque nuestro país, al igual que uno de los valores fundamentales en la vida de mi padre, era parte de nuestra esencia, y era igual de irremplazable.

El último día en cambio fue un completo torbellino, de verdad que el cosmos entero conspiraba en nuestra contra, o en la mía más específicamente, en el preciso instante en el que quería llenarme de cada pequeño detalle y memorizarlo todo, en el que quería atrapar cada momento que alguna vez había vivido en ese lugar y recordarlo durante el mayor tiempo posible, el tiempo parecía competir contra el TGV, burlándose de mí cada vez que veía de manera alarmada el reloj en mi muñeca.

Debí de haberlo sospechado desde antes, justo después de que mi padre vendió la motocicleta, era ridículo nunca haberlo sospechado, mi papá adoraba esa cosa, a pesar de solo conducirla los fines de semana. Pero no lo hice, ni siquiera me preocupé, había estado demasiado ocupada con los exámenes y demás acontecimientos que se daban en el último mes del año como para haberme preocupado de mi padre vendiendo algo que amaba tanto. Era ridículo.

Sin embargo, sabía que algo así estaba por ocurrir, fue justo una semana antes de que nos diesen finalmente la noticia.

Había estado caminando por entre los pasillos del apartamento en busca de un vaso de agua, cuando los escuche discutir en la oficina de mi padre, recuerdo la clara irritación y animosidad en su tono de voz mientras decía muy lentamente y de forma extrañamente quebrada: “Edelyne, no, esa no es una opción.”  Y ella respondiendo mucho más irritada que él: “Pues es la única alternativa que nos queda Joseph.”




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