Café a media tarde

CAPÍTULO VIII REBECCA

El nombre Fabián no era para ella más que eso, un nombre. Nunca había tenido nada a lo que asociarlo, solo imágenes a blanco y negro de un niño mediano de cabello ondulado y figura delgada, y recuerdos borrosos de un hombre desalineado y muy confiado; no recordaba su voz ni nada que pudiese destacar.

     ― Entonces lo ha ocultado por… ― inquirió encendiendo el carro.

     ― Unas dos o tres semanas, al parecer quería estar seguro.

     ― Y dice que vio a una chica de diez y tantos con … ¿cuál era su nombre otra vez?

El chico rubio a su lado soltó un suspiro exasperado, viendo como la pelirroja miraba por la ventana antes de mover el volante para salir del parqueadero. Pero antes un carro se cruzó en su camino.

     ― ¡Se pide permiso mijita! ― dijo entre irritada e indignada con el ceño fruncido y su cabello rojo corto cayendo lacio sobre su rostro, ocultando el lado derecho de su cara.

Alejandro esbozó una pequeña sonrisa ante sus palabras.

       ― ¿Y cómo pides permiso mientras conduces? ― le peguntó divertido, pero sin olvidar su conversación previa.

      ― Te inclinas hacía delante y haces así ― explicó haciendo lo mismo y moviendo la mano de un lado a otro con una sonrisa juguetona ― es simple.

Él dejó escapar una risa que indicaba toda su dentadura, echando su cabeza atrás y haciendo que el movimiento de su manzana de Adán se notase aún más en su cuello estirado.

     ― No te rías, lo digo enserio ― dijo ella sonriente.

Se vieron atentamente durante unos minutos antes de soltar carcajadas descontroladas.

Se demoraron unos momentos antes de poder controlar la risa de nuevo, para cuando lo hicieron ya se encontraban en la rampa de salida.

       ― Teo, ya sabes, el chico que vive al frente de la anterior casa de los abuelos ― dijo para recordarle el anterior tema de conversación.

Ella bufó, esperando a que el otro carro avanzara.

        ― Y eso tiene que ver ¿por qué …?

Él intento ver su expresión en la oscuridad del subsuelo, pero pronto lo vio como una causa perdida.

       ― Rebecca, esto va enserio, el tío William dice que la chica era extremadamente parecida a la abuela.

Ella rodó los ojos.

        ― El tío William necesita una novia. Espero que junte de una buena vez el coraje para pedírselo a Samantha ― dijo despistadamente ―, ¿por qué no se mueven? ― Preguntó, pitándole al de enfrente ― ¡Mi abuelo de sesenta y un años se mueve más rápido que tú!

        ― Sabes que no te puede escuchar, ¿verdad?

        ― Cállate, es terapéutico.

        ― Estoy bastante seguro de que necesitas terapia ― le dijo con una sonrisa.

La pelirroja le sacó la lengua.

         ― Al igual que toda la familia, sobre todo el tío William, está tan traumado que anda viendo a la abuela de niña, la próxima vez mi padre declarará haber visto al abuelo bailar la conga con mi abuelo Roberto.

        ― No seas ridícula ― le bufó ― el abuelo se cortaría una mano antes de bailar nada con tu abuelo.

Ella rodó los ojos.

      ― Verás ― empezó rodando los ojos y moviendo el volante ―, la abuela ya no está más con nosotros ― se inclinó sobre el volante para ver con el ceño fruncido al carro de adelante ―, lo cual es una pena, pero ya sabíamos que iba a pasar. No me mires así, sabes que es cierto ― le dijo al sentir su mirada furiosa en ella ―. Y creo que todos están teniendo crisis existenciales, ya sabes, ninguno dejó el nido por completo nunca, y ahora ― terminó de subir la cuesta ― todos tuvieron que crecer de repente ― finalizó de forma distraída.

El chico rubio sintió más que vio cómo su prima se encogía de hombros. Sabía que no era la mejor para lidiar con sentimientos muy fuertes, y era mejor no empujarla, ya la había visto lo suficientemente desesperada en el hospital.

      ― ¿No te parecen demasiadas coincidencias? ― le preguntó alzando las cejas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.