Cuando había conocido a Joseph en su cuarto semestre de universidad ella había estado estudiando idiomas y él leyes, en el último semestre. Para ser sincera consigo misma, siempre le pareció que Joseph no encajaba precisamente bien con su profesión, era sin duda peculiar ver a un hombre que parecía tan despreocupado estudiar una carrera tan seria como leyes.
Los habían presentado en un grupo de estudio al que la llevó un amigo que había conocido en una fiesta y lo que la había impresionada, más incluso que sus ojos, era aquella pequeña sonrisa de un solo lado, esa en la que solo alzaba una esquina de su boca y estiraba sus labios.
Pero la verdad era que ella lo había observado desde mucho antes del grupo de estudio, ¿cómo no podría?, si cuando llegaba a la universidad hacía que varias cabezas se volteasen en dirección de su Harley y cada mañana que lo veía llegar se preguntaba qué hacía un muchacho como ese en su día a día, no podía evitar sentir curiosidad por aquel chico de actitud despreocupada y lustrosa motocicleta.
Cuando la presentaron en el grupo de estudio ella había estado teniendo problemas con su español y él con su inglés, idioma en el cuál ella había alcanzado la suficiencia a sus dieciocho años, así que se ayudaron mutuamente: ella le ayudaba con su inglés, y él a cambio le daba clases de español. Con el tiempo empezaron a hablar de cosas más simples que los términos jurídicos y el correcto uso de la tilde en palabras agudas, graves, esdrújulas y demás; él la empezó a dejar en la puerta de sus clases y la solía ir a dejar a su departamento en su motocicleta.
Un mes después de su primer encuentro él le robó un beso cuando la dejó en su departamento antes de arrancar en su motocicleta y entonces todo empezó. Salían menos entre amigos y más entre los dos, iban al cine y viajaban a la playa los fines de semana.
Poco a poco se había enamorado de aquel joven de sonrisa descuidada, ojos grises brillantes e ideas alocadas que eran dichas por sobre el viento de su Harley, y antes de que pudiese darse cuenta ya lo amaba y se imaginaba recorriendo el mundo con él, teniendo una familia.
Y un día, de repente todo se volvió más tangible aún, él conoció a sus padres, justo después de que él se graduase de la universidad y empezase a hacer trabajos aquí y allá.
Fue un diecisiete de marzo el día en que bajó una de sus rodillas frente al porche del edificio en el que vivía y le indicó un anillo de oro blanco con un diamante robándose toda la atención dentro de una caja negra. Después descubriría que en la parte interior del anillo se encontraba un pequeño zafiro. “Porque al verlo me hizo recordar que tus mejores cualidades están escondidas para el resto del mundo, excepto por aquellos que se molestan en mirar más cerca.” le había explicado después de indicárselo.
La propuesta no había sido para nada lo que se hubiese esperado. Joseph se había agachado, como quien se va a amarrar los cordones de los zapatos y empezó a hablar: “Hace unos días compré una joya muy peculiar, y no lo sé, pensé ¿por qué no ver cómo le queda?” Recordaba cómo había sacado la caja y la había abierto, sacando el anillo enseguida y poniéndose en pie. “Pero, estoy bastante seguro de que te quedará perfecto ¿Tú qué crees?” Ella solo había asentido y se lo había puesto. “Me alegra que haya sido hecho a tu medida, porque espero que lo uses por el resto de tu vida, acompañado de otro que tendrá como pareja uno mío. ¿Qué dices compañera de estudio? ¿te gustaría seguir aprendiendo conmigo?” Él le había estado sonriendo con esa sonrisa que la hizo fijarse en él y ella le devolvió la sonrisa. “Claro que sí.” Le había respondido ella.
Para cuando ella se graduó viajaron a su hogar en Marseille, y se quedaron allí, unidos para siempre. Él empezó a trabajar para un bufete de abogados; y ella empezó a hacer traducciones para diferentes empresas hasta que pudo hacerse de un pequeño despacho que terminó agradeciendo gran parte de sus ganancias al bufete para el que trabajaba él. Fue antes de que su pequeño despacho empezase a tomar fuerza que Débora apareció en sus vidas.
La niña sacó los ojos del padre y no podía decir que tenía nada de ella, excepto sus manos, manos de pianista, y de repente era madre, era responsable de una vida y sabía que había ciertas cosas que tenían que cambiar.
No fue hasta los seis años de Débora y el nacimiento de Amaro que el despacho empezó a generar más problemas que ganancias, y decidió cerrarlo, intentó buscar trabajo, pero Joseph le había convencido de no envolverse por completo en una oficina y terminó trabajando en casa con pequeñas traducciones y viendo crecer a sus hijos.
Los años pasaron y todo iba bien, ella solía traducir documentos importantes del bufete para el que trabajaba su esposo y un día notó ciertas irregularidades. Fue en ese punto que todo empezó a ir en picada.
Le habían asegurado que todo iba bien, pero él no era ingenuo, y tomó precauciones, empezó a ahorrar y, un mes antes de que el anuncio de la quiebra llegase, vendió la motocicleta. Ella supo en ese momento que habría que hacer cambios más drásticos, y se lo sugirió dos noches después de la venta de la Harley: regresar al lugar que lo vio crecer, allá la vida era más barata, y no tendrían que preocuparse por pagar la renta tan alta que pagaban por el apartamento.
Él nunca hablaba mucho de su país, incluso en Lille era un tema del que no se hablaba, pero era un hecho que era extranjero; sabía que tenía un hermano, William, pero más allá de eso nunca había llegado; y jamás le había molestado, con el tiempo se habían olvidado por completo del tema y habían continuado con sus vidas.