Esa mañana de la casa de tres pisos salieron Débora y Amaro, ya que su madre había partido unos minutos después de la salida del sol. En la cera se encontraron con Teo, quien les sonreía animadamente.
Amaro corrió a abrazarlo y Débora le ofreció una pequeña sonrisa a modo de saludo.
― Mamá se adelantó ― contestó ella a la pregunta aún no formulada de él.
Empezaron a caminar.
― ¿Sigue nerviosa?
Ella asintió.
― Ya le he asegurado que ningún niño puede ser peor que Amaro.
Teo rio y Amaro le sacó la lengua.
Continuaron conversando hasta llegar al colegio.
En la entrada de la primaria vieron a un grupo de niños que veían a Amaro de forma extraña.
― ¿Vas a estar bien amiguito? ― preguntó Teo agachándose a su nivel.
El niño hizo una mueca confiada.
― Claro que sí, ya sé jugar fútbol. Y, como dije antes, soy más bien un solitario. Y, a parte, tengo que proteger a Lisandro
Después de eso salió corriendo a la fila que marcaba su grado, no sin antes pasar alborotando el cabello de Lisandro a modo de saludo.
― ¿A qué se refiere? ― preguntó Débora a Teo mientras esté se incorporaba.
― Digamos que en una de sus excursiones por la ciudad se topó con ellos, y el encuentro no fue precisamente placentero.
Ella asintió.
Puede que su hermano prefiriese estar solo, pero le gustaba llevarse bien con todo el mundo, mantener la armonía, y no le agradaba las críticas de personas ajenas a su entorno.
Empezaron a caminar al área de secundaria, y se tuvieron que dividir ya que Teo era un año mayor a ella.
― ¿Te veo a la salida?
Ella le sonrió.
― Claro que sí bufón.
Él inclinó la cabeza, como haciéndole una reverencia.
― Que tenga un excelente día princesa.
― Igualmente Teodoro.
Él hizo una pequeña mueca a la mención de su nombre. Y empezó a caminar en dirección a Felipe que los saludaba con la mano alzada.
Débora asintió a modo de saludo y se empezó a dirigir a su fila, pero inesperadamente dio vuelta sobre sus talones.
― Teo ― lo llamó Débora.
Él regresó a verla.
― Me preguntaba sí quisieras ir al molino después de almuerzo.
― Me encantaría ― aseguró sonriente.
Ella le regresó la sonrisa y se dirigió a la fila que le correspondía.
― Vaya, eso de encontrarse por la tarde es lo suyo ¿no? Apuesto a que el molino se ve encantador en el atardecer, y con una buena taza de té verde, resultaría aún más espléndido.
Teo viró los ojos.
― Como extraño a Hugo ― susurró alzando la cabeza al cielo.
Felipe lanzó una carcajada y le golpeó amistosamente la espalda.
― Dime, ¿qué tiene de interesante ese molino?
Teo lo vio incrédulo.
― ¿No viste lo que logró pintar tu prima ahí?
― Para empezar, nosotros también ayudamos, o bueno, seguimos sus órdenes. Segundo: Que no te escuche, que se le suben las piñas a la cabeza.
El chico lo vio confundido.
― Cosa de Amaro ― respondió sin importancia ―. Pero yo no le veo lo fantástico, solo es un ave.
― Como si tu pudieses dibujar algo que no sean palos y círculos.
El chico lo miró ofendido.
― ¡Qué suerte que Hugo ya se fue! ¡Se sentiría ofendido!¡Me estás denigrando por defenderla a ella! ― exclamó dramáticamente.
Teo rodó los ojos y sacudió su cabeza.
― Te recuerdo que es tu prima.
― Claro, por eso me debería de apreciar más, a fin de cuentas, compartimos ADN, ¡somos idénticos!
― Claro que no, sus ojos, a diferencia de los tuyos, son bastante fantásticos, al igual que su talento para el dibujo.
― Los de la abuela ― siguió burlón.
― No ― dijo moviendo la mirada a la chica en cuestión ―, los de Aricia son muy diferentes a los de tu abuela.
― Sí, aprovecha mientras puedas todo lo que extraña a Rebecca, no veo otra razón para que te permita estar cerca de ella.
Sus intentos eran inútiles, y lo sabía, Teo ya no le estaba prestando atención.
Débora sintió una mirada sobre ella, y al regresar a ver se encontró con la de Teo.
Algo en la forma en que la miraba le recordaba a la primera vez que su abuelo Saulo la había visto, pero esta vez no sintió la nostalgia en la mirada, no se sintió como un recuerdo, sino como la protagonista.