Café a media tarde

CAPÍTULO XIX

Al ser maravilloso que me dio la vida:

Lamento no haber estado en los últimos veinte años; lamento profundamente no haberte acompañado cuando regabas el jardín, por haber estado ocupado explorando la ciudad con Diego. Lamento lamentarme, porque es inútil, jamás te podré decir esto a la cara porque por mi orgullo herido olvidé que lo más importante en esta vida es la familia; lamento, más que nada en esta vida, que tú hayas tenido que pagar las consecuencias de mis diferencias con papá, fui egoísta y no pensé el daño que te hacía.

No planeo refugiarme en la típica excusa de que era joven y no sabía lo que hacía, porque sabía que, tras cerrar esa puerta negra, decidía también cerrar la puerta de mi vida a todos ustedes. Lamento, sobre cualquier cosa no haberte hecho feliz antes de morir, sé lo que habrías deseado: que papá y yo nos reconciliemos, o tan solo verme una última vez. Talvez lo pueda hacer ahora, es una pena que hayas tenido que morir para poder darme cuenta que el rencor trae secuelas graves; que es terrible vivir con resentimientos; y, por sobre todas las cosas, que la familia es lo más importante que la vida nos puede ofrecer.

Lamento que no puedas ver tu deseo cumplido, pero, supongo que como el ser maravilloso que eres, siempre deseaste más mi felicidad que la tuya. Y, si algo he aprendido últimamente, es que la felicidad solo se logra estando en paz con uno mismo y con las decisiones que toma. Puede ser que la vida, Dios, el destino, o lo que le quieras llamar, me haya traído de regreso aquí para enseñarme a perdonar y dejar ir las cosas que alguna vez me lastimaron, y créeme cuando digo que esta vez no desaprovecharé la oportunidad.

Me ha costado mamá, y muchas veces en el tiempo en el que no fui completamente yo, mi mente se movía hasta tu recuerdo, y me mirabas desaprobatoriamente, sé que te decepcioné durante mucho tiempo, y lo siento en el alma, porque decepcioné a muchas personas, incluyendo a mí mismo, no sabes cuanta aversión hacia mí me genera el recuerdo de esos días; pero creo que, al fin, estoy empezando a hacer las cosas bien.

Hubo días en que me sentí un completo cobarde, podía sentir el enojo de Débora hacia mí, la desesperación de mi esposa y la nostalgia que los ojos de Amaro tenían cuando me veía y no encontraba a su padre. No sabes cuanto lamento todo aquello que les hice pasar, porque cuando más me necesitaron, me alejé, y sé que la única manera de remediar eso es demostrarles que no va a volver a pasar. Porque son el tesoro más grande que tengo, y, como esa brújula que llevaba conmigo a todos lados, son un recuerdo de la felicidad que soy capaz de alcanzar y los que me muestran el camino para llegar a la misma. 

Y si lo vuelvo a estropear, me volveré a levantar, porque eso fue lo que me inculcaste y ya no quiero seguir decepcionando a quien más me ha amado.

Siento mucho que Débora y Amaro no hubiesen tenido la oportunidad de conocerte, mi culpa, nuevamente; siento que los hubieses amado como solo tú sabías y criado tan bien como al resto, con tus palabras oportunas y tus caricias suaves. Ellos también te hubiesen adorado, pero ya nunca lo sabré.

Gracias madre hermosa por haberme dado las llaves del hogar en el que ahora vivo; gracias por haberme hecho el hombre que Edelyne merece; gracias por siempre haber creído en tus hijos.

Te amo mamá, te amaré hasta el último de mis alientos, porque me enseñaste lo que solo una madre puede enseñar: amar desinteresadamente, sonreír de forma honesta, disfrutar de lo cotidiano y buscar la felicidad incluso en la más oscura de las situaciones.

Eres una mujer valiente, para mí, la más valiente de todas, y espero que, donde quiera que estés, obtengas la felicidad que tanto te mereces, y que siempre nos otorgaste a tus hijos.

Con todo el amor que soy capaz de reunir, y que de seguro se queda corto a comparación del tuyo,

Tu hijo: Joseph Fabián Ballesteros Maschwitz.

PS: William al fin se va a casar, nos lo contó por teléfono en Navidad, dice que traerá a su futura familia en año nuevo, estoy seguro que Samantha te agradaría, si lo logró enamorar después de todo, tiene que ser la indicada; porque ni yo, que soy su hermano favorito, lo aguantaría los trecientos sesenta y cinco días del año.

 

Joseph dobló la carta y, sacando el encendedor que le pidió prestado a Miguel, fue quemando el papel, viendo como el humo escalaba hasta el cielo frente a la tumba de su madre.

      ― Te amo ― declaró en el silencio del lugar.

Salió de aquel sitio y subió a la camioneta parqueada frente a la entrada.

Un hombre de canos cabellos y profundas arrugas lo esperaba adentro.

Cerró la puerta, se puso el cinturón de seguridad y el carro arrancó.

Todavía se veían casas decoradas con luces que adornaban las ventanas y puertas.

      ― ¿La extrañas? ― preguntó.

      ― Con cada fibra de mi ser. Siento que cada respiración que tomo es una robada de las que le debieron tocar a ella.

Él asintió sin saber que decirle, no sabía como consolarlo; su padre jamás había necesitado consuelo de nadie más que el de su esposa, y él no era el indicado para darle ninguna clase de consuelo en ese momento. Se habían lastimado demasiado mutuamente, y, aunque la herida empezaba a sanar, no podía forzar las cosas, quería que todo se arreglase, de forma auténtica, al igual que con Débora, porque de otra manera resultaría hipócrita. De ser muy apresurado le resultaría más como un teatro y ya había actuado suficiente en su vida.




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