Café a media tarde

CAPITULO XIII

Todo estaba en silencio, Amaro al fin se había quedado dormido y Débora estaba encerrada en su cuarto, al entrar a casa se habían encontrado con Teo y él los había saludado entusiasmado mientras Débora le devolvía el saludo con una sonrisa tímida; Amaro tenía una sonrisa gigantesca y movió su mano de un lado al otro emocionado; Edelyn le había sonreído suavemente y Joseph había movido su cabeza a modo de saludo, aún muy afectado por haber convivido por su familia durante tanto tiempo.

Después, habían entrado en silencio a la casa y se había formado el silencio actual.

Joseph estaba sentado en el comedor y bebía una taza de café lentamente. Detestaba este lugar, detestaba su cotidianidad y como todo el mundo se sentaba conformes con sus vidas, sin querer más. Detestaba como su padre tenía la osadía de hacerlo sentir culpable cuando había sido él quien lo ahuyentó en primer lugar, había sido él quien siempre lo veía con reproche y quien siempre tenía una mueca de desaprobación en sus labios; había sido él quien siempre buscaba posibles errores en su hijo para luego poder echárselos en cara y poder juzgarlo por ellos. Detestaba aún más que el sentimiento de culpa existiese, porque veía como todo se desmoronaba a su alrededor.

Odiaba este lugar y todo lo que estaba haciendo con su familia, odiaba en la patética existencia que lo había convertido.

Su esposa se sentó a lado de él en la mesa y tomó la taza de café y la colocó lejos del alcance de su esposo, quien no la regresó a ver siquiera.

La mujer colocó su mano sobre la de su marido, sus anillos capturando los últimos rayos del sol del día.

      ― Lo odio.

      ― ¿A tu padre?

Él asintió.

      ― Odio a Saul.

Ninguno de los dos regresó a verse.

 Él no preguntó como ella supo que la necesitaba ni como logró que hablara de algo que había evitado casi toda su vida. Ella no preguntó porque llamaba a su padre por su nombre de pila, porque lo alienaba de esa forma, tampoco preguntó por el café que había estado tomando.

      ― Nunca pudimos entendernos. Nunca me demostró que me veía como algo más que una decepción. Intenté tanto cuando era un niño… Intenté tantas veces ser todo lo que él quería que fuese, me destruí tantas veces y me volví a construir, me coloqué tantos rostros y cree tantas nuevas facetas que llegó un punto en el que no sabía quién era yo realmente, los únicos momentos en los que sentía todo el peso de esos…personajes que había creado para complacerlo desaparecer, era cuando estaba lejos de él. Y aún así, no siempre lo lograba, no podía respirar de pensar en cuan desesperado estaba por su aceptación, por lograr que cuando me viese encontrase al fin conformidad con quien era. Deseaba tan…desesperadamente un día despertar y no encontrarlo mirándome, pero no viendo realmente, sino viendo todos los errores que había en mí, quería que por un día no pasase su juicio ― su voz se llenaba de dolor y resentimiento, sus ojos se cristalizaban y sentía una opresión que se extendía de su pecho a su garganta ―. Siempre quise salir de aquí, no porque desease salir y explorar el mundo como le hice creer a todos, no como me convencí a mí mismo de que aquella era la razón, lo único que quería verdaderamente era escapar. Quería escapar de él y de toda la insatisfacción que irradiaba, quería huir como el cobarde que siempre he sido. Siempre fui un cobarde, nunca me atreví a ser yo por miedo a mi padre, y me oculté en la excusa de ese temor y respeto para tener algo que justificase mi cobardía ― sus puños estaban apretados y empezó a temblar ―. Toda mi vida se define en una palabra: cobardía. Siempre esperé a que mi madre actuase de mediadora, siempre me consolé en Will y me refugiaba en Diego, pero no era suficiente. Yo quería su amor, y nunca sentí que me lo dio.

 >>A Miguel y Zacarías siempre les alborotaba el cabello y les sonreía, siempre los felicitaba por sus logros, por muy escasos que fuesen, y ¿a mí? Nunca, fui de los mejores alumnos de mi generación durante toda mi vida, todos mis profesores lo felicitaban cuando lo veían por la calle y él apenas asentía, era el miembro más destacado del club de debate y nunca le importó, llegué a ganar concursos en mi colegio, puede que no siempre el primer lugar, pero lo hacía y para él nunca era suficiente. Los padres de varios de mis compañeros lo felicitaban por tener un hijo como yo, pero él solo hacía una mueca y asentía. Incluso cuando fui el mejor egresado de mi promoción no revolvió mi cabello, apenas me tocó el hombro y me dio una sonrisa apretada, tal vez porque ya para ese punto me había rendido y había intentado ser yo, claro que resultó que mi “verdadero” yo era aún menos placentero para él.

 >>A Casandra siempre la escuchaba, recordaba sus conversaciones punto por punto, ¿yo? Yo le podría decir que descubrí la cura para el cáncer y a él no le interesaría saber cómo lo hice, siempre que intentaba hablar con él su atención estaba en otro lado, y al día siguiente preguntaba algo que ya le había explicado.

 >>Con Will siempre reía, jugaba futbol con él y le contaba historias de cuando era niño. Siempre que yo intentaba hacerlo reír me veía apáticamente y me decía que deje de comportarme como un mono ridículo, que creciese, si quería jugar con él se iba rápidamente y se enojaba porque según él no corría lo suficientemente rápido o posicionaba mal mi cuerpo; disfrutaba el futbol, pero lo que realmente hacía que juegue era él pero para él no era suficiente, si no era el mejor no le importaba; y las únicas veces que me contaba historias era para demostrarme con sus “lecciones de vida” todo lo malo que yo hacía a sus ojos.




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