El aire estaba cargado de anticipación. Clara lo sentía en la forma en que Kafka se movía inquieto por el apartamento, en cómo Julián afinaba el piano sin tocarlo, y en cómo ella misma se detenía frente al espejo más tiempo de lo habitual, observando su barriga como si buscara respuestas en su reflejo.
Faltaban dos semanas para la fecha estimada de parto. La maleta estaba lista. Las mantas dobladas. Las canciones elegidas. Pero algo en el ambiente parecía fuera de lugar.
Y entonces, sonó el timbre.
Julián fue quien abrió. Clara escuchó su voz desde la sala. Una voz que no usaba con ella. Una voz que sonaba… incómoda.
—¿Sofía? —dijo él, como si el nombre le quemara la lengua.
Clara se incorporó lentamente. Kafka se detuvo en seco. Y en la puerta apareció una mujer con el tipo de belleza que no necesita presentación: pelo oscuro, labios decididos, y una mirada que parecía saber más de lo que decía.
—Hola —dijo Sofía, con una sonrisa que no era del todo amable—. No sabía que vivías aquí. Me lo dijo Marta. Pensé que podríamos hablar.
Julián no respondió de inmediato. Clara se acercó, sin prisa, con la mano sobre su barriga como si fuera una declaración silenciosa.
—Hola —dijo ella, sin sonreír.
Sofía la miró. Luego miró a Julián. Y entonces soltó:
—No vine a causar problemas. Solo quería cerrar algo que quedó abierto.
Clara sintió que el aire se volvía más denso. Julián se pasó la mano por el pelo, como hacía cuando no sabía qué decir.
—¿Podemos hablar afuera? —preguntó él.
Clara asintió. No por cortesía. Por necesidad.
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Desde la ventana, Clara los vio hablar. No discutían. Pero tampoco parecía una conversación ligera. Sofía gesticulaba. Julián escuchaba. A veces bajaba la mirada. A veces se tocaba el pecho, como si algo le doliera.
Kafka se subió al alféizar y la miró como si dijera: ¿Vas a quedarte ahí?
Clara se sentó. Respiró hondo. Y esperó.
Veinte minutos después, Julián volvió. No dijo nada al principio. Se sentó frente a ella. Luego, con voz baja, dijo:
—No fue una visita planeada. Ella… quería saber si yo había cambiado. Si lo nuestro había sido real.
Clara no respondió. Solo lo miró.
—Le dije que sí. Que fue real. Pero que ya no es lo que soy. Que ahora estoy aquí. Contigo. Con ustedes.
Clara bajó la mirada. Luego dijo:
—¿Todavía piensas en ella?
Julián dudó. Luego respondió con honestidad:
—A veces. No porque quiera volver. Sino porque fue parte de mí. Pero tú… tú eres lo que quiero construir. No lo que quiero recordar.
Clara se levantó. Fue a la cocina. Volvió con dos tazas de té. Le dio una. Se sentó a su lado.
—No me molesta que haya venido. Me molesta que todavía tenga poder sobre ti.
Julián la miró. No con culpa. Con respeto.
—No más. Hoy fue el último eco.
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Esa noche, Clara escribió en el cuaderno:
> “El pasado no siempre golpea. A veces susurra. Pero hoy, decidimos no escucharlo.”
Julián dejó una nota en la almohada:
> “Gracias por no pedirme explicaciones. Gracias por dejarme elegirte.”
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Los días siguientes fueron más tranquilos. Clara y Julián retomaron su ritmo pausado. Él cocinaba sin preguntar. Ella dibujaba sin explicar. Kafka dormía en lugares nuevos cada día, como si explorara el mundo antes que el bebé.
Una tarde, mientras Clara pintaba una cigüeña con gafas para su nuevo libro, Julián se acercó con una caja pequeña.
—¿Qué es esto?
—Una carta. Para ti. Para después del parto. No la abras ahora.
Clara la tomó. La guardó en el cajón. No preguntó. Pero sintió que algo se había cerrado. Y algo nuevo se estaba abriendo.
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La noche antes de la última cita médica, Clara y Julián se sentaron en el balcón. El aire era fresco. La ciudad parecía más lenta. Kafka dormía en una caja de cartón que había declarado suya.
—¿Crees que estamos listos? —preguntó Clara.
—No. Pero creo que estamos juntos. Y eso, para mí, es más importante que estar listo.
Clara apoyó la cabeza en su hombro. El bebé se movió. Julián puso la mano sobre la barriga. No dijeron nada más.
Y así, entre visitas inesperadas, certezas nuevas y silencios que acompañan, Clara comprendió que el amor no siempre llega en forma de promesas perfectas. A veces llega con jazz en la otra habitación, con espacio para respirar, y con un test de embarazo que lo cambia todo… lentamente, pero con firmeza.
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