Café con Sorpresa

Capítulo 10: Ritmos nuevos, notas suaves y el arte de volver

El bebé tenía dos meses y medio, y Clara aún no sabía qué día era. El tiempo se había convertido en una secuencia de siestas breves, pañales infinitos y canciones improvisadas que Julián cantaba mientras calentaba biberones. Kafka, con su habitual dignidad felina, había aceptado al nuevo miembro de la familia con una mezcla de resignación y curiosidad. A veces se sentaba junto al moisés como si vigilara un experimento humano en curso.

Clara había dejado de intentar controlar el caos. Ya no se preocupaba por tener la casa ordenada, ni por responder mensajes a tiempo, ni por recordar si había comido. Su cuerpo aún se sentía extraño, como si no terminara de volver a sí misma. Pero había algo nuevo: una ternura que no se parecía a nada que hubiera sentido antes.

Una mañana, mientras el bebé dormía sobre su pecho, Clara abrió su cuaderno por primera vez en semanas. Las páginas en blanco la intimidaban. No sabía qué dibujar. No sabía si aún podía.

Julián apareció con una taza de té y una sonrisa cansada.

—¿Volviendo al papel?

—Intentando. No sé si tengo algo que decir.

—Entonces dibuja lo que no se puede decir.

Clara lo miró. No con pasión. Con gratitud.

—¿Y tú? ¿Has tocado el piano últimamente?

—Solo cuando él llora. Creo que le gusta el jazz. O al menos se calla cuando toco.

—Eso no significa que le guste. Puede que esté confundido.

—Como todos nosotros.

Ambos rieron. El bebé se movió. Kafka estornudó. Y el día comenzó.

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Las semanas siguientes fueron una coreografía imperfecta. Clara dibujaba cuando podía. Julián tocaba el piano en voz baja. El bebé empezaba a reconocer voces, gestos, rutinas. Y entre todo eso, el amor entre Clara y Julián seguía creciendo. No como una explosión. Como una raíz.

Una tarde, Clara se sentó frente a su escritorio con el bebé dormido en una mochila ergonómica. Dibujó un hipopótamo con ojeras y una taza de café. Luego escribió:

> “Ser madre es como ilustrar sin boceto. Improvisar cada línea. Y aceptar que algunas saldrán torcidas.”

Julián entró con una caja de partituras. Se sentó en el suelo. Le mostró una hoja.

—Estoy componiendo algo. No sé si es para él, para ti, o para mí.

Clara lo leyó. Las notas eran suaves, lentas, como si caminaran en puntas de pie.

—Suena a madrugada.

—Porque fue escrita a las tres de la mañana, mientras él gritaba y tú dormías por fin.

Clara se acercó. Le tocó la mejilla. No lo besó. Pero lo miró como si lo hiciera.

—Gracias por no rendirte.

—Gracias por dejarme quedarme.

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Una noche, mientras Clara bañaba al bebé, Julián apareció con una caja de madera.

—¿Qué es eso?

—Un regalo. Para ti. Para nosotros.

Dentro había una libreta nueva, una grabadora portátil, y una nota:

> “Para cuando quieras volver a contar historias. Para cuando quieras volver a escucharlas.”

Clara lo abrazó. No por el regalo. Por el gesto. Por la paciencia. Por el amor que no exige.

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Los días se volvieron más amables. Clara empezó a salir a caminar con el bebé. Julián retomó sus clases de música. Kafka volvió a dormir en su rincón favorito. Y el apartamento, aunque lleno de juguetes y ropa sin doblar, parecía más hogar que nunca.

Una tarde, Clara y Julián se sentaron en el balcón con el bebé dormido entre ellos. El sol caía lento. El aire olía a jazmín.

—¿Crees que esto es lo que llaman plenitud? —preguntó Clara.

—No lo sé. Pero si no lo es, se le parece bastante.

Clara apoyó la cabeza en su hombro. Julián le acarició el brazo. No dijeron nada más.

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Esa noche, Clara escribió en su cuaderno:

> “Hoy sentí que estoy volviendo. No como antes. Como nueva. Como madre. Como artista. Como mujer que ama sin prisa.”

Julián dejó una nota en la nevera:

> “El amor no siempre es fuego. A veces es brasa. Y eso también calienta.”

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Y así, entre ritmos nuevos, notas suaves y el arte de volver, Clara comprendió que el amor no siempre llega en forma de promesas perfectas. A veces llega con dibujos torpes, con canciones nocturnas, con un bebé que sonríe por primera vez. Y con una mano que no te suelta, incluso cuando todo cambia.




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