El bebé tenía veintiún meses cuando empezó a correr. No caminar. Correr. Por el pasillo, por el parque, por la cocina. Kafka, resignado, se había convertido en una sombra silenciosa que esquivaba juguetes y pies diminutos con la agilidad de un gato que ya lo ha visto todo.
Clara y Julián lo miraban con una mezcla de orgullo y vértigo. Cada paso era una declaración de independencia. Cada caída, una lección. Cada risa, una victoria.
—¿Te das cuenta de que ya no nos necesita para moverse? —dijo Clara una tarde, mientras lo veía correr detrás de una pelota.
—Nos necesita para saber que puede volver —respondió Julián.
Clara lo miró. Le tomó la mano. No la soltó.
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Esa misma semana, llegó una propuesta inesperada. A Clara le ofrecieron ilustrar una colección internacional de cuentos infantiles. Un proyecto grande. Exigente. Con viajes, reuniones, y fechas límite ajustadas.
Julián recibió una oferta para dirigir la música de una producción teatral en otra ciudad. Tres meses de trabajo intenso. Ensayos diarios. Posibilidad de crecer. De volver a un escenario más amplio.
Ambos se miraron. No con emoción. Con preguntas.
—¿Y si uno acepta y el otro no? —preguntó Clara.
—¿Y si los dos aceptamos? —dijo Julián.
—¿Y el bebé?
—Y nosotros.
El silencio se instaló entre ellos. No como un muro. Como una pausa necesaria.
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Esa noche, Clara escribió:
> “Hoy sentí que el amor también se pregunta. Que no siempre tiene respuestas. Que a veces solo escucha.”
Julián dejó una nota en la nevera:
> “No quiero elegir entre crecer y quedarme. Quiero crecer contigo.”
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Pasaron los días hablando. No solo de logística. De miedo. De deseo. De culpa. De sueños que habían guardado en un cajón. De lo que significaba ser padres sin dejar de ser ellos mismos.
Una tarde, mientras el bebé dormía y Kafka roncaba en su caja, Clara dijo:
—Tengo miedo de que si me voy, me pierda algo importante.
—Y si no vas, ¿no te pierdes algo también?
—¿Y si no puedo con todo?
—Entonces lo hacemos a medias. Como siempre.
Clara lo miró. No con certeza. Con confianza.
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Decidieron aceptar. Pero con condiciones. Clara viajaría una semana al mes, dejando todo organizado en casa. Julián se encargaría del bebé, con ayuda de Lucía y su madre. Él comenzaría los ensayos un mes después, cuando Clara regresara. Se turnarían. Se cubrirían. Se cuidarían.
No era perfecto. Pero era posible.
El día que Clara hizo su primera maleta, el bebé la miró con ojos grandes.
—¿Mamá va?
—Mamá va. Pero vuelve.
—¿Promesa?
—Promesa.
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Durante esa semana, Clara trabajó como no lo hacía desde antes del embarazo. Ilustró, presentó ideas, conoció autores, caminó por calles nuevas. Pero cada noche, llamaba por videollamada. El bebé le mostraba dibujos. Julián le cantaba canciones. Kafka aparecía en segundo plano, como un testigo mudo.
Una noche, Julián le dijo:
—Hoy dijo “mamá avión”.
Clara sonrió. Luego lloró. No por tristeza. Por amor.
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Cuando volvió, el bebé corrió a sus brazos. La abrazó como si supiera que el mundo era más grande, pero que su madre seguía siendo su centro.
Julián la esperó con flores. No por protocolo. Por alegría.
—¿Cómo fue?
—Intenso. Hermoso. Raro sin ustedes.
—¿Volverías?
—Sí. Pero solo si tú también vuelves a lo tuyo.
Julián asintió. Y así lo hizo.
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Durante los tres meses siguientes, se turnaron. Se organizaron. Se equivocaron. Se rieron. Se cansaron. Se extrañaron. Se reencontraron.
El bebé creció. Empezó a decir frases como “Papá vuelve pronto” y “Mamá dibuja lejos”. Kafka, como siempre, se adaptó.
Una noche, Clara y Julián se sentaron en el balcón con una copa de vino y el monitor del bebé encendido.
—¿Crees que esto es sostenible? —preguntó Clara.
—No lo sé. Pero creo que estamos encontrando una forma.
—¿Y si un día no funciona?
—Entonces lo cambiamos. Pero no nos soltamos.
Clara lo besó. No con urgencia. Con calma. Como quien elige quedarse.
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Esa noche, Clara escribió:
> “Hoy entendí que el amor también elige. Que no siempre fluye. Que a veces se construye. Y eso basta.”
Julián dejó una nota en la almohada:
> “Gracias por elegirnos. Incluso cuando el mundo te llama.”
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Y así, entre cruces de caminos, pasos firmes y el amor que elige, Clara comprendió que el amor no siempre llega en forma de promesas perfectas. A veces llega con maletas, con videollamadas, con una mano que no te suelta, incluso cuando todo cambia.
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