Capítulo 19: Preguntas nuevas, juegos compartidos y el amor que decide
El bebé tenía dos años y tres meses cuando llegó a casa diciendo “Mateo amigo”. Clara lo miró con sorpresa. Era la primera vez que mencionaba a alguien fuera de su círculo familiar. Julián, que estaba preparando la cena, se asomó desde la cocina.
—¿Mateo?
—Mateo juega. Mateo corre. Mateo no come zanahoria.
Kafka, desde su rincón, estornudó. Clara lo interpretó como una señal de aprobación social.
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Durante los días siguientes, Mateo se convirtió en parte del vocabulario cotidiano. “Mateo dijo”, “Mateo tiene”, “Mateo no quiere dormir”. Clara y Julián lo escuchaban con ternura. Su hijo estaba empezando a construir su propio mundo. Con sus propias relaciones. Con sus propias historias.
Una tarde, mientras el bebé dormía y Kafka vigilaba desde el pasillo, Clara y Julián se sentaron en el sofá con una manta compartida.
—¿Te has preguntado si queremos otro hijo? —preguntó Clara, sin rodeos.
Julián se quedó en silencio. Luego dijo:
—Sí. Pero no sé si lo quiero por deseo o por costumbre.
—¿Y cómo se distingue?
—Creo que el deseo se siente como espacio. La costumbre como presión.
Clara lo miró. No con urgencia. Con calma.
—¿Y tú qué sientes?
—Siento que aún estamos aprendiendo a ser tres. Pero también siento que hay amor suficiente para cuatro.
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Esa noche, Clara escribió:
> “Hoy sentí que el amor también decide. Que no siempre nace. Que a veces se elige.”
Julián dejó una nota en la nevera:
> “No sé si quiero otro hijo. Pero sí sé que quiero seguir creciendo contigo.”
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La conversación no terminó ahí. Durante las semanas siguientes, volvieron al tema. A veces con miedo. A veces con ilusión. A veces con silencio. Clara hablaba de su cuerpo. De su tiempo. De su arte. Julián hablaba de su música. De su energía. De su capacidad de sostener.
Una tarde, Clara dibujó una escena: tres figuras en una cocina, una cuarta en el aire, como posibilidad. Lo tituló: “Tal vez.”
Julián lo colgó en el pasillo. Lo llamó “nuestro boceto emocional.”
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Mientras tanto, el bebé seguía creciendo. Empezó a invitar a Mateo a casa. Jugaban con bloques, con peluches, con palabras inventadas. Clara los observaba como si fueran una obra en proceso. Julián los acompañaba como si fueran una banda sonora en construcción.
Una noche, después de que Mateo se fue, el bebé dijo:
—Mateo tiene mamá y bebé chiquito.
Clara lo miró. Luego lo abrazó.
—¿Y tú quieres bebé chiquito?
—No. Quiero gato nuevo.
Kafka se ofendió. Julián le compuso una canción en compensación.
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Esa noche, Clara y Julián se sentaron en el balcón con té y el monitor encendido.
—¿Y si no lo decidimos ahora? —preguntó Clara.
—Entonces lo dejamos crecer como idea. Como dibujo. Como canción.
—¿Y si nunca lo decidimos?
—Entonces sabremos que lo que tenemos es suficiente.
Clara lo besó. No con urgencia. Con calma. Como quien elige quedarse.
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Esa noche, Clara escribió:
> “Hoy entendí que el amor también duda. Que no siempre responde. Que a veces solo pregunta.”
Julián dejó una nota en la almohada:
> “Gracias por preguntar conmigo. Incluso cuando no hay respuesta.”
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Y así, entre preguntas nuevas, juegos compartidos y el amor que decide, Clara comprendió que el amor no siempre llega en forma de promesas perfectas. A veces llega con dibujos en el aire, con conversaciones sin cierre, con una mano que no te suelta, incluso cuando todo cambia.
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