Café con Sorpresa

Capítulo 22: Preguntas pequeñas, cambios grandes y el amor que se renueva

El niño tenía casi tres años cuando empezó a hacer preguntas que no tenían respuestas fáciles.

—¿Por qué el cielo no se cae?
—¿Dónde duerme el sol?
—¿Kafka tiene mamá?

Clara respondía con dibujos. Julián, con canciones. A veces inventaban respuestas. A veces decían “no lo sé” con la honestidad de quien también está aprendiendo.

Una tarde, mientras el niño jugaba con bloques y Kafka dormía con una pata sobre su cara, Clara dijo:

—¿Te das cuenta de que ya no pregunta solo por curiosidad? Quiere entender el mundo. Quiere entenderse.

Julián asintió. Luego añadió:

—Y nosotros también estamos aprendiendo a entenderlo a él. Cada día es distinto.

Clara lo miró. Le tomó la mano. No la soltó.

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El jardín infantil organizó una jornada de puertas abiertas. Clara y Julián asistieron con el niño, que los llevó de la mano por cada rincón como si fuera el guía de un museo.

—Aquí pintamos. Aquí dormimos. Aquí Mateo llora. Aquí yo canto.

Clara se emocionó. Julián grabó un audio. Kafka, en casa, disfrutó de la paz temporal.

Esa noche, Clara escribió:

> “Hoy sentí que el amor también observa. Que no siempre interviene. Que a veces solo acompaña desde el borde.”

Julián dejó una nota en la nevera:

> “Gracias por mirar conmigo. Incluso cuando no sabemos qué estamos viendo.”

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En casa, el niño empezó a hablar de cosas que no habían sucedido. “Hoy volé con Mateo.” “Kafka me habló.” “Mamá era un pez.” Clara lo escuchaba con atención. Julián le seguía el juego. No por cortesía. Por respeto.

—Está imaginando. Está creando. Está probando el mundo desde adentro —dijo Clara una noche.

—Y nosotros tenemos que sostener ese espacio sin romperlo —respondió Julián.

—¿Y si un día deja de compartirlo?

—Entonces lo esperaremos. Como se espera a quien se ama: sin prisa.

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Clara recibió una propuesta para ilustrar una colección de cuentos sobre emociones. Julián fue invitado a componer para una serie de podcasts infantiles. Ambos aceptaron. No por ambición. Por deseo.

El niño, al enterarse, dijo: “Mamá dibuja sentimientos. Papá hace música de pensar.” Kafka bostezó.

Una tarde, Clara dibujó una escena: el niño con una linterna, Clara con un pincel, Julián con una nota musical, y Kafka con una corona. Lo tituló: “Exploradores de lo invisible.”

Julián lo colgó en el pasillo. Lo llamó “nuestro mapa emocional.”

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Una noche, mientras el niño dormía y el silencio se instalaba como una manta, Clara y Julián se sentaron en el sofá con una copa de vino.

—¿Te has sentido distinta últimamente? —preguntó Julián.

—Sí. Como si algo estuviera cambiando. No afuera. Adentro.

—¿Y eso te asusta?

—No. Me mueve. Me hace querer mirar más lejos.

—¿Y hacia dónde?

—No lo sé. Pero quiero que sea contigo.

Julián la besó. No con urgencia. Con ternura. Como quien elige quedarse.

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Esa noche, Clara escribió:

> “Hoy entendí que el amor también se renueva. Que no siempre empieza. Que a veces continúa con otra forma.”

Julián dejó una nota en la almohada:

> “Gracias por seguir caminando. Incluso cuando el paisaje cambia.”

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Y así, entre preguntas pequeñas, cambios grandes y el amor que se renueva, Clara comprendió que el amor no siempre llega en forma de promesas perfectas. A veces llega con linternas, con cuentos, con una mano que no te suelta, incluso cuando todo cambia.




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