Café con Sorpresa

Capítulo 27: Maletas abiertas, despedidas suaves y el amor que se despide sin irse

El último mes de la residencia llegó con una mezcla de gratitud y melancolía. Clara había terminado la primera versión de su novela gráfica. Julián había grabado tres piezas con músicos locales. El niño sabía cómo llegar al jardín sin ayuda. Kafka había conquistado el sofá y el respeto del vecindario felino.

Una tarde, mientras Clara revisaba sus ilustraciones y Julián afinaba su teclado, el niño dijo:

—¿Cuándo volvemos a la casa de antes?

Clara lo miró. No con sorpresa. Con ternura.

—Pronto. ¿La extrañas?

—Extraño mi ventana. Extraño mi cama. Extraño a Mateo.

Kafka estornudó. Julián interpretó eso como una señal de que también él estaba listo.

---

Los días siguientes se llenaron de preparativos. Maletas abiertas. Libros envueltos. Dibujos guardados. Clara y Julián hacían listas. El niño preguntaba si los juguetes también viajaban. Kafka se metía en las cajas como si supervisara el embalaje.

Una tarde, Clara dibujó una escena: los tres en una estación, esta vez con la mirada hacia atrás. Lo tituló: “Despedida suave.”

Julián lo colgó en la cocina. Lo llamó “nuestro cierre con gratitud.”

---

El último día en la ciudad fue lento. Pasearon por los lugares que se habían vuelto rutina. Compraron pan en la tienda de la esquina. El niño saludó a su maestra con un dibujo. Kafka se negó a salir de su rincón favorito.

Esa noche, Clara escribió:

> “Hoy sentí que el amor también se despide. Que no siempre se queda. Que a veces se transforma en recuerdo.”

Julián dejó una nota en la almohada:

> “Gracias por hacer de este lugar un hogar. Incluso sin raíces.”

---

El viaje de regreso fue tranquilo. El niño miraba por la ventana y decía cosas como “el cielo también se mueve” y “Kafka está pensando.” Clara lo escuchaba. Julián lo grababa. Kafka dormía.

Al llegar, la casa de siempre los recibió con olor a polvo y memoria. El niño corrió a su habitación. Clara se quedó en la cocina. Julián abrió las ventanas. Kafka se instaló en su rincón habitual como si nunca se hubiera ido.

---

Los primeros días de regreso fueron de ajuste. Clara desempacaba con pausa. Julián reorganizaba sus partituras. El niño volvía al jardín. Todo era familiar, pero distinto. Como si el viaje hubiera cambiado la forma de mirar.

Una tarde, Clara y Julián se sentaron en el balcón con té y el monitor encendido.

—¿Te sientes en casa? —preguntó Julián.

—Sí. Pero también siento que ahora sé que el hogar puede moverse. Que no es un lugar. Es una forma de estar.

—¿Y eso te asusta?

—Me da libertad.

Julián la besó. No con urgencia. Con calma. Como quien reconoce lo que sigue siendo suyo.

---

El niño empezó a hablar de lo vivido. “Allá dibujé un árbol que cantaba.” “Allá papá tocaba en la plaza.” “Allá Kafka tenía amigos invisibles.” Clara lo escuchaba. Julián lo grababa. Kafka lo ignoraba.

Una tarde, Clara dibujó una escena: la casa de antes, la casa de ahora, y una línea que las conectaba. Lo tituló: “Volver también es avanzar.”

Julián lo colgó en el pasillo. Lo llamó “nuestro puente invisible.”

---

Esa noche, Clara escribió:

> “Hoy entendí que el amor también vuelve. Que no siempre regresa igual. Que a veces regresa más grande.”

Julián dejó una nota en la nevera:

> “Gracias por volver conmigo. Incluso cuando no sabíamos qué encontraríamos.”

---

Y así, entre maletas abiertas, despedidas suaves y el amor que se despide sin irse, Clara comprendió que el amor no siempre llega en forma de promesas perfectas. A veces llega con ventanas abiertas, con recuerdos que se convierten en raíz, con una mano que no te suelta, incluso cuando todo cambia.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.