Café con Sorpresa

Capítulo 36: Dudas pequeñas, pausas largas y el amor que espera

El niño tenía cinco años y nueve meses cuando, al volver del jardín, dijo:
—Hoy no entendí nada.
Clara lo miró con calma. Julián levantó la vista desde el piano. Kafka, desde su rincón, estornudó. Clara lo interpretó como una señal de que algo necesitaba espacio.

—¿Nada de nada? —preguntó ella.

—La maestra explicó algo sobre el tiempo. Pero no sé si el tiempo es una cosa o una idea.

Julián sonrió. Clara lo miró. Le tomó la mano. No la soltó.

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Durante los días siguientes, el niño empezó a hablar de lo que no entendía.
—¿Por qué hay días que se sienten más largos?
—¿Por qué a veces me enojo sin saber por qué?
—¿Por qué Kafka nunca contesta?

Clara respondía con dibujos. Julián con canciones. A veces decían “no lo sé” con la honestidad de quien también se pregunta. Kafka lo ignoraba, por protocolo.

Una tarde, Clara escribió:

> “Hoy sentí que el amor también espera. Que no siempre responde. Que a veces solo acompaña la duda.”

Julián dejó una nota en la nevera:

> “Gracias por no apurarlo. Incluso cuando queremos entender.”

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Clara empezó a notar que el niño se quedaba más tiempo en silencio. No por tristeza. Por pausa. Por reflexión. Julián lo observaba con respeto. Kafka dormía cerca, como si supiera que el silencio también es compañía.

Una tarde, Clara dibujó una escena: el niño sentado en una piedra, rodeado de signos de interrogación suaves, con ellos dos detrás, sosteniendo relojes sin manecillas. Lo tituló: “Pausas largas.”

Julián lo colgó en el pasillo. Lo llamó “nuestro tiempo sin prisa.”

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El niño empezó a decir “hoy no quiero hablar” y “solo quiero pensar un rato.” Clara lo abrazaba sin palabras. Julián lo acompañaba con melodías sin letra. Kafka se subía al respaldo del sofá como si entendiera.

Una noche, mientras el niño dormía y la casa estaba en calma, Clara y Julián se sentaron en el balcón con té.

—¿Te has sentido más quieta últimamente? —preguntó Julián.

—Sí. Como si estuviéramos aprendiendo a estar sin hacer. A estar sin decir.

—¿Y eso te asusta?

—Me da profundidad. Me da raíz.

Julián la besó. No con urgencia. Con ternura. Como quien reconoce lo que sigue siendo suyo.

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Esa noche, Clara escribió:

> “Hoy entendí que el amor también se calla. Que no siempre explica. Que a veces solo respira cerca.”

Julián dejó una nota en la almohada:

> “Gracias por esperar conmigo. Incluso cuando no sabemos qué viene.”

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Los días siguientes fueron más lentos. Clara trabajaba con pausa. Julián componía sin urgencia. El niño pensaba en voz baja. Kafka dormía más que nunca.

Una tarde, el niño dijo:

—Creo que el tiempo es como Kafka. Está, pero no siempre se deja ver.

Clara lo miró con asombro. Julián lo anotó. Kafka estornudó. Clara lo interpretó como una revelación.

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Y así, entre dudas pequeñas, pausas largas y el amor que espera, Clara comprendió que el amor no siempre llega en forma de promesas perfectas. A veces llega con relojes sin manecillas, con silencios compartidos, con una mano que no te suelta, incluso cuando todo cambia.




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