Café con Sorpresa

Capítulo 38: Días que se van, palabras que quedan y el amor que recuerda

El niño tenía seis años recién cumplidos cuando, al guardar sus dibujos en una caja, dijo:
—Este ya no lo quiero colgar. Lo quiero guardar.
Clara lo miró con ternura. Julián levantó la vista desde el piano. Kafka, desde su rincón, estornudó. Clara lo interpretó como una señal de que algo estaba cerrando suavemente.

—¿Por qué lo quieres guardar? —preguntó ella.

—Porque ya pasó. Pero quiero acordarme.

Julián sonrió. Clara lo miró. Le tomó la mano. No la soltó.

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Durante los días siguientes, el niño empezó a hablar más del tiempo.
—Este día fue largo.
—Este mes fue rápido.
—Este año tuvo muchas cosas.

Clara lo escuchaba con atención. Julián lo anotaba. Kafka bostezaba con elegancia.

Una tarde, Clara escribió:

> “Hoy sentí que el amor también recuerda. Que no siempre vive en presente. Que a veces se queda en lo que fue.”

Julián dejó una nota en la nevera:

> “Gracias por guardar conmigo. Incluso lo que ya no se ve.”

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El jardín organizó una despedida para cerrar el ciclo. El niño preparó una caja con piedras pintadas, dibujos doblados y una carta que decía: “Gracias por enseñarme a preguntar.”
Clara lo ayudó a envolverla. Julián le escribió una canción. Kafka se metió en la caja por accidente.

Durante la ceremonia, el niño entregó su caja con una sonrisa tímida. Dijo: “Esto es para que no se olviden de mí.”
Clara lo abrazó. Julián lo besó en la frente. Kafka se retiró al armario, por protocolo.

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Esa noche, Clara dibujó una escena: el niño caminando hacia adelante, con una mochila llena de recuerdos, y ellos dos detrás, sosteniendo una caja abierta. Lo tituló: “Días que se van.”

Julián lo colgó en el pasillo. Lo llamó “nuestro álbum sin páginas.”

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El niño empezó a preguntar por fotos antiguas.
—¿Dónde está la de mi primer dibujo?
—¿Y la de Kafka en la maleta?
—¿Y la de ustedes en la casa de los dibujos?

Clara buscó en cajas. Julián organizó un nuevo álbum. Lo llamaron “Nuestro libro de lo vivido.”

Una tarde, el niño lo hojeó con atención. Luego dijo:

—Quiero que sigamos haciendo recuerdos. Para cuando sea más grande.

Clara lo abrazó. Julián lo besó en la frente. Kafka se subió al respaldo del sofá como si entendiera.

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Esa noche, Clara escribió:

> “Hoy entendí que el amor también se convierte en memoria. Que no siempre se guarda en palabras. Que a veces vive en gestos.”

Julián dejó una nota en la almohada:

> “Gracias por hacer que cada día valga la pena ser recordado.”

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Los días siguientes fueron más lentos. Clara trabajaba con calma. Julián componía sin prisa. El niño dibujaba escenas del pasado. Kafka dormía más que nunca.

Una tarde, Clara y Julián se sentaron en el balcón con té y el monitor encendido.

—¿Te has sentido más cerca de lo que fuimos? —preguntó Julián.

—Sí. Como si todo lo que vivimos estuviera aquí, en lo que somos ahora.

—¿Y eso te asusta?

—Me da paz. Me da sentido.

Julián la besó. No con urgencia. Con ternura. Como quien reconoce lo que sigue siendo suyo.

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Y así, entre días que se van, palabras que quedan y el amor que recuerda, Clara comprendió que el amor no siempre llega en forma de promesas perfectas. A veces llega con cajas llenas de dibujos, con álbumes sin páginas, con una mano que no te suelta, incluso cuando todo cambia.




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