Capítulo 39: Deseos en voz alta, caminos abiertos y el amor que impulsa
El niño tenía seis años y un mes cuando, mientras desayunaban en la cocina, dijo: —Cuando sea más grande quiero tener una casa con ventanas redondas y una escalera que cante. Clara lo miró con ternura. Julián levantó la vista desde el piano. Kafka, desde su rincón, estornudó. Clara lo interpretó como una señal de que algo nuevo estaba empezando.
—¿Y qué más quieres? —preguntó ella.
—Quiero que ustedes vivan cerca. Y que Kafka tenga su propio cuarto.
Julián sonrió. Clara lo miró. Le tomó la mano. No la soltó.
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Durante los días siguientes, el niño empezó a hablar más de lo que deseaba. —Quiero aprender a leer sin ayuda. —Quiero tener una bicicleta con alas. —Quiero que los días duren más cuando estoy feliz.
Clara lo escuchaba con atención. Julián lo anotaba. Kafka bostezaba con elegancia.
Una tarde, Clara escribió:
> “Hoy sentí que el amor también impulsa. Que no siempre sostiene. Que a veces empuja con suavidad.”
Julián dejó una nota en la nevera:
> “Gracias por caminar hacia lo que viene. Incluso cuando no sabemos qué es.”
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Clara recibió una propuesta para ilustrar un libro infantil. Julián fue invitado a componer música para una serie de cuentos. El niño dijo: “Ustedes hacen cosas que se pueden tocar y escuchar. Yo quiero hacer cosas que se puedan imaginar.”
La casa se llenó de bocetos, acordes, ideas, y risas. Todo parecía en movimiento. Todo parecía en expansión.
Una tarde, Clara dibujó una escena: los tres en una colina, mirando hacia un horizonte lleno de puertas abiertas. Lo tituló: “Caminos abiertos.”
Julián lo colgó en el pasillo. Lo llamó “nuestro mapa sin destino fijo.”
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El niño empezó a decir “cuando sea grande quiero ser muchas cosas” y “no quiero elegir solo una.” Clara lo celebraba. Julián lo acompañaba con melodías sin final. Kafka lo ignoraba, por protocolo.
Una noche, mientras el niño dormía y la casa estaba en calma, Clara y Julián se sentaron en el balcón con té.
—¿Te has sentido más en movimiento últimamente? —preguntó Julián.
—Sí. Como si estuviéramos empezando algo nuevo. No por cambio. Por deseo.
—¿Y eso te asusta?
—Me da impulso. Me da aire.
Julián la besó. No con urgencia. Con ternura. Como quien reconoce lo que sigue siendo suyo.
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Esa noche, Clara escribió:
> “Hoy entendí que el amor también sueña hacia adelante. Que no siempre espera. Que a veces se lanza.”
Julián dejó una nota en la almohada:
> “Gracias por imaginar conmigo. Incluso cuando no hay certezas.”
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Los días siguientes fueron más livianos. Clara trabajaba con entusiasmo. Julián componía con alegría. El niño creaba con libertad. Kafka dormía más cerca de todos.
Una tarde, el niño dijo:
—Quiero que sigamos haciendo cosas juntos. Aunque cada uno haga cosas distintas.
Clara lo miró con los ojos húmedos. Julián lo abrazó. Kafka estornudó. Clara lo interpretó como un aplauso discreto.
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Y así, entre deseos en voz alta, caminos abiertos y el amor que impulsa, Clara comprendió que el amor no siempre llega en forma de promesas perfectas. A veces llega con ventanas redondas, con escaleras que cantan, con una mano que no te suelta, incluso cuando todo cambia.
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