Capítulo 40: Crecer despacio, entender juntos y el amor que acompaña
El niño tenía seis años y tres meses cuando, mientras regaba las plantas del jardín, dijo: —Creo que estoy creciendo. No porque sea más alto. Porque pienso diferente. Clara lo miró desde la ventana. Julián levantó la vista desde el piano. Kafka, desde su rincón, estornudó. Clara lo interpretó como una señal de que algo estaba floreciendo.
—¿Y cómo piensas ahora? —preguntó ella.
—Pienso que no todo se entiende rápido. Y que está bien.
Julián sonrió. Clara lo miró. Le tomó la mano. No la soltó.
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Durante los días siguientes, el niño empezó a hablar más de lo que significaba crecer. —Antes pensaba que los adultos sabían todo. —Ahora creo que también aprenden. —Y que a veces se equivocan sin querer.
Clara lo escuchaba con atención. Julián lo anotaba. Kafka bostezaba con elegancia.
Una tarde, Clara escribió:
> “Hoy sentí que el amor también se transforma en comprensión. Que no siempre guía. Que a veces camina al lado.”
Julián dejó una nota en la nevera:
> “Gracias por crecer conmigo. Incluso cuando no sé cómo hacerlo.”
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Clara y Julián empezaron a hablar más de sus propios cambios. De lo que habían aprendido. De lo que aún les costaba. De lo que querían seguir descubriendo. —A veces me doy cuenta de que soy más paciente que antes —dijo Clara. —Y yo más honesto conmigo —respondió Julián.
El niño escuchaba desde su rincón. Kafka dormía sobre sus pies.
Una tarde, Clara dibujó una escena: los tres en una escalera, cada uno en un peldaño distinto, pero unidos por una cuerda suave. Lo tituló: “Entender juntos.”
Julián lo colgó en el pasillo. Lo llamó “nuestro ascenso compartido.”
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El niño empezó a decir “no entiendo todo, pero quiero seguir preguntando” y “crecer no es solo hacerse grande.” Clara lo celebraba. Julián lo acompañaba con melodías sin final. Kafka lo ignoraba, por protocolo.
Una noche, mientras el niño dormía y la casa estaba en calma, Clara y Julián se sentaron en el balcón con té.
—¿Te has sentido más clara últimamente? —preguntó Julián.
—Sí. Como si estuviéramos aprendiendo a mirar hacia adentro. No por miedo. Por deseo.
—¿Y eso te asusta?
—Me da profundidad. Me da raíz.
Julián la besó. No con urgencia. Con ternura. Como quien reconoce lo que sigue siendo suyo.
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Esa noche, Clara escribió:
> “Hoy entendí que el amor también se convierte en espejo. Que no siempre ilumina. Que a veces refleja.”
Julián dejó una nota en la almohada:
> “Gracias por mirarte conmigo. Incluso cuando no es fácil.”
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Los días siguientes fueron más pausados. Clara trabajaba con más conciencia. Julián componía con más intención. El niño preguntaba con más calma. Kafka dormía más cerca de todos.
Una tarde, el niño dijo:
—Creo que crecer es como regar una planta. No se nota al principio, pero un día hay una flor.
Clara lo miró con los ojos húmedos. Julián lo abrazó. Kafka estornudó. Clara lo interpretó como una ovación silenciosa.
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Y así, entre crecer despacio, entender juntos y el amor que acompaña, Clara comprendió que el amor no siempre llega en forma de promesas perfectas. A veces llega con preguntas suaves, con escaleras compartidas, con una mano que no te suelta, incluso cuando todo cambia.
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