Me llamo Carolina Herrera Díaz, sí ya sé lo que estáis pensando, “como la famosa diseñadora”, pero dejadme deciros que, a diferencia de mí, ese no es su verdadero nombre, buscarlo en la Wikipedia si no me creéis.
Soy una persona tenaz, perfeccionista, muy segura de mi misma. Puede que algunos digan que soy un poco prepotente, que siempre quiero destacar y ser el centro de atención.
No me afecta lo que piensen.
Yo siempre he sabido que soy especial, genuina. A pesar de que no solo debo compartir mi nombre con una persona famosa, también existe una réplica exacta de mi cuerpo y mi cara. Mi hermana gemela Ali. Externamente somos idénticas, como dos gotas de agua, aunque eso es solo un espejismo. Somos como las dos caras de una misma moneda. Ella es tímida y reservada, yo quiero comerme el mundo. La he metido en innumerables líos a lo largo de nuestra vida, ella odia mi forma de ser, pero siempre ha secundado todos mis planes, su sentido de la responsabilidad no le ha permitido nunca abandonarme y ha asumido la culpa por mí en innumerables ocasiones.
De niñas era divertido intercambiarnos y conseguir que ni nuestra propia madre pudiera diferenciarnos, pero a medida que fuimos creciendo, me di cuenta que quería tener mi propia identidad, por eso a los doce años me corté el cabello y me lo teñí de rubio platino, estuve castigada un mes, pero valió la pena, logré ser “Cali”, como me llamaban cariñosamente en esa época, y no, “una de las gemelas”, fue maravilloso sentirme por un tiempo una persona independiente de mi hermana.
Os cuento todo esto porque estoy a punto de hacer la locura más impulsiva que pudierais imaginaros, porque, aunque no os lo he dicho, he madurado mucho y ahora soy muy racional, desde que dejé atrás mi adolescencia he sopesado los pros y contras de todas mis decisiones. He luchado mucho para conseguir mis metas, y no quiero perder todo lo que he obtenido, por eso he trazado un plan que no puede fallar y que me permitirá tener mis espaldas cubiertas.
Os cuento algo más de mí. Soy periodista, trabajo en una pequeña revista que comenzó su andadura hace tres años, pero que ha crecido hasta el punto de que va a ser premiada como la mejor revista novel de España. He estado ahí casi desde el principio, trabajando codo a codo con Andrés, mi novio, (y dueño de la revista), ha sido maravilloso superar dificultades, incertidumbres, problemas y ver como poco a poco nuestros esfuerzos daban fruto.
Conocí a Andrés nada más terminar la carrera, yo buscaba trabajo y él acababa de fundar la revista, solo contaba con un pequeño equipo de redactores y un fotógrafo.
Me enorgullece decir, que mis ideas para reportajes contribuyeron al éxito creciente de la revista.
Al principio era emocionante, nos quedábamos hasta bien entrada la noche planeando como lograr aumentar la tirada, como conseguir la entrevista exclusiva con la persona más influyente del momento, el reportaje más interesante. El trabajo intenso y las muchas horas compartidas nos llevaron a una complicidad que pronto se convirtió en algo más y comenzamos una relación.
Pero todo ying, tiene su yang, y en este último año las cosas han ido cambiando, mi trabajo ya no me apasiona tanto, mientras que, por el contrario, Andrés siente cada vez más la presión del éxito y le dedica interminables horas a la revista.
Los grandes grupos editoriales competidores que monopolizan el mercado quieren absorbernos, porque ven peligrar su hegemonía. Nos hemos ido posicionando en un lugar en el que ya somos un contrincante al que batir y se han lanzado como tiburones a la lucha para derrotarnos.
Andrés ya no tiene tiempo para mí, ni para nosotros. Nos hemos distanciado, hasta el punto de que hace más de dos semanas que no pasa ni por casa.
Tuvimos una gran pelea en la que yo solo le pedía que lo dejáramos todo y nos fuéramos juntos, una semana, a París, una escapada lejos del trabajo y las obligaciones, para volver a recuperar nuestra magia. La relación había languidecido hasta un punto que apenas nos tocábamos y cuando lo hacíamos yo sentía que Andrés solo lo hacía por cumplir, ya no había deseo, él no me rechazaba, pero siempre era yo quien iniciaba el acercamiento, Andrés estaba tan sumido en sus problemas que nuestra relación había pasado a un segundo plano. Él me tachó de egoísta, de no ser capaz de entender la tensión a la que estaba sometido, según él, no había dejado de quererme, pero debía dedicar todos sus esfuerzos a la revista que estaba en un momento muy crítico.
Hacía casi un mes que estaba tratando desesperadamente de obtener fondos que nos permitieran continuar con la publicación hasta que nos dieran el premio. Me había prometido que después tendríamos patrocinadores que nos apoyarían y él podría volver a tener tiempo para nosotros, pero era una discusión recurrente, llevábamos meses de promesas, siempre surgía un nuevo problema que requería toda su atención, yo me negué a escucharle, le eché en cara todas sus promesas rotas.
Vi en sus ojos la decepción, salió de casa dolido por mi terquedad y falta de comprensión. Yo me quedé de nuevo sola, terriblemente frustrada y enfadada, entendía sus razones, pero sabía que, si Andrés no cambiaba de actitud, nuestra relación estaba abocada al fracaso, así que en los días siguientes no traté tampoco de arreglar las cosas.
Ahora solo nos dirigimos la palabra en la oficina por cuestiones de trabajo, así que creo que mi plan va a dar resultado.