Fuimos a recoger a Ali y Andrés al aeropuerto, James había insistido en enviarles su avión para que viajaran más cómodos, a menudo James me desconcertaba con gestos como este. Yo sabía que, en el fondo, no quería que vinieran, y sin embargo les proporciona su avión privado para la visita.
Continuamente notaba esas contradicciones en él, que me generaban inseguridad, era como si contuviera en su interior, dos personalidades totalmente opuestas, una extremadamente generosa y amable, y otra fría, distante, dominante y exigente. Sus cambios de humor me afectaban enormemente, mi estado de ánimo dependía del que tuviera James. Sabía que eso estaba mal, pero no podía evitar esa dependencia emocional.
Yo quería que estuviéramos bien siempre y procuraba contentarlo en todo, seguir sus normas, pero parecía que nunca conseguía hacer las cosas a su gusto e inevitablemente discutíamos. Otras veces me salía mi carácter y nos peleábamos agriamente pues yo me negaba a acatar todas sus decisiones. Entonces James desaparecía durante días sin decirme a dónde iba, y yo me moría de ansiedad, era su manera de castigarme por rebelarme.
Cuando volvía me traía algún regalito, generalmente alguna joya muy costosa, hacíamos el amor sin hablar, sin explicaciones ni reproches y era como si no hubiese pasado nada. Yo no me atrevía a iniciar una conversación para aclarar las cosas por miedo a una nueva discusión y todo iba quedando enterrado, como el rescoldo de un fuego mal apagado, que aún quemaba cuando lo tocabas y podría encenderse de nuevo.
Cuando bajaron del avión, los esperábamos a pie de pista con una limusina en una zona privada del aeropuerto, parecía como si James quisiera hacer ostentación de su riqueza y privilegios.
Abracé a mi hermana con cariño, nos mantuvimos así mucho tiempo, yo me solté antes de lo que hubiera deseado, no quería que notara que, para mí, ella era en esos momentos como un puerto seguro.
James y Andrés se saludaron formalmente estrechándose la mano.
Cuando Andrés se dirigió a mí, yo traté de ocultar mi nerviosismo e incomodidad, lo saludé levantando la mano.
—Hola, me alegro que hayáis venido —dije con una trémula sonrisa manteniendo la distancia.
Él se acercó con naturalidad y me plantó un beso en cada mejilla.
—Me alegro de verte, estás espectacular. Te sienta bien la vida en Nueva York. —Su saludo fue cordial, sin rastro de la animosidad con la que nos habíamos despedido la última vez que hablamos en su oficina.
—Gracias. Bienvenidos —respondí yo de una manera mucho más formal.
Inmediatamente dirigí un rápido vistazo a James, para estudiar su reacción. Él había saludado a Ali muy educadamente, estrechándole la mano. En ese momento su cara parecía una máscara, inexpresiva e impasible.
—¿Subimos al coche? —dijo sin mostrar ninguna emoción.
El chófer esperaba con la puerta abierta, durante el trayecto Ali no paraba de hablar, comentando entusiasmada todo lo que veía por la ventanilla. Ella era una gran devoradora de series y películas, inevitablemente no dejaba de asombrarse de que Nueva York le resultara tan familiar, probablemente había contemplado sus calles miles de veces en la pequeña pantalla, toda la ciudad era un gran plató de televisión.
Para complacerla, James pidió al chófer que nos hiciera un recorrido por algunos barrios emblemáticos y le prometió que tendría a su disposición el coche para recorrer la ciudad a su antojo durante su estancia.
Ali estaba encantada, yo sonreía viéndola feliz, y esperaba que todo saliera bien.
James propuso ir a comer al famoso restaurante “ Per Se”, uno de los más caros y exclusivos de Nueva York, situado estratégicamente con vistas a Central Park y la plaza de Columbus Circle.
Pero Ali, tenía muy claras sus ideas de lo que quería hacer en la ciudad, insistió en que todos compráramos perritos calientes y hamburguesas en un puesto callejero y que fuéramos a comérnoslos a Central Park, tal como había visto hacer innumerables veces a los protagonistas de sus series favoritas.
Al menos, accedió a que nos sentáramos en una mesa con bancos de un área de descanso dispuesta para comer con vistas al lago, yo ya estaba temiendo que propusiera que nos sentáramos directamente en el césped.
James estaba empezando a descubrir lo diferentes que somos mi hermana y yo. Ella tiene unos gustos mucho más sencillos que los míos y su idea de la felicidad es un paseo con su perro por el parque, dudaba de que se dejara impresionar por nuestro estilo de vida en Manhattan.
Pasamos la tarde caminando por Central Park y al llegar la noche, como imaginé que ambos estarían cansados del viaje, propuse pedir comida y cenar en casa.
—Síiii —aplaudió Ali, entusiasmada como una niña pequeña—, pidamos comida china, y salgamos a comer en la terraza, disfrutando las vistas. Cada vez que me hacías una videollamada desde allí, deseaba poder hacerlo.
Yo me reí de su euforia. Desde que había llegado estaba disfrutando totalmente la visita. Me alegraba mucho por ella. Los últimos años se había encerrado tanto en sí misma que apenas salía de casa, únicamente para pasear con su perro. De repente me sentí culpable por no haber indagado nunca la razón, por no haber estado allí para ella, quizás me necesitó y no supe verlo. Ahora me estaba recordando a la niña y adolescente que fue, siempre un poco detrás de mí en todos mis locos planes, pero en el fondo disfrutando de nuestras aventuras.