El silencio en que se sumió el piso tras la salida de James era opresivo, me pesaba una losa, tuve que salir a la terraza pues me faltaba el aire para respirar.
La tarde caía sobre las copas de los árboles de Central Park.
Me encogí en el sofá de exterior que dominaba las preciosas vistas que se fueron nublando por las lágrimas que comenzaron a derramarse sin control por mis mejillas.
No supe cuánto tiempo estuve así, llorando desconsoladamente, expulsando una tensión y un dolor que había permanecido oculto dentro de mi cuerpo demasiado tiempo.
Me había estado engañando a mí misma, había enterrado en mi interior, todas las señales que apuntaban hacia el fracaso de la relación.
No había querido verlas, había pretendido que bastaba con una actitud positiva, con quedarse solo con los buenos momentos y minimizar los estragos que hacían en mi alma y en mi ánimo, algunos gestos, algunas palabras hirientes, las malas caras y los rechazos ocasionales de James.
Pero finalmente, tuve que reconocer que este ultimátum y este abandono de James, habían evocado en mí el recuerdo de multitud de situaciones parecidas que se habían hecho, a fuerza de repetidas, habituales en nuestra relación.
Me percaté de que había habido demasiadas ocasiones en las que me había traicionado a mí misma, mis necesidades, mis ideas y valores, silenciándolos o mostrándome de acuerdo con determinadas peticiones, solo por evitar un conflicto. Solo por tener la falsa creencia de que vivir en pareja consistía en transigir, aceptar y justificar algunas situaciones y actitudes, cuando lo cierto es que nuestra pareja no debería opacarnos ni anularnos, sino proporcionarnos alegría, apoyo y motivos para crecer como personas hasta que lleguemos a dar lo mejor de nosotros mismos.
Comprendí que día a día, mi espíritu se había ido apagando inadvertidamente, adaptándome a las demandas James sin apenas darme cuenta. Y lo había hecho en un afán de no fracasar, de no reconocer que quizás había actuado irreflexivamente cuando conocí a James y tomé la impulsiva decisión de abandonar la vida que había llevado hasta entonces, sin sopesar las consecuencias.
Desde ese momento había estado decidida a tener éxito, a que las cosas con James salieran bien, aunque tuviera que sacrificar algunas cosas importantes para mí.
Mi personalidad se había ido diluyendo en ese proceso, pues cada vez que trataba de hacer valer mi opinión surgía el conflicto, James estaba demasiado acostumbrado a que nadie le llevara la contraria y a imponer su parecer en todo.
Tuve que reconocer que no éramos una pareja que compartiera intereses, o que se aportaran cosas uno al otro para crecer juntos, sino que éramos competidores. La mayoría de las veces James se había comportado conmigo como hacía en otras facetas de su vida, avasallándome, imponiéndose, y a duras penas yo había logrado mantenerme en mi posición. Había ido perdiendo poco a poco mi identidad y la libertad para expresarme abiertamente. James había ido tomando el control de la relación desde el principio, y yo era tan culpable como él pues lo había permitido, por eso él esperaba que me adaptara a sus necesidades y decisiones aplastando cualquier indicio de independencia u oposición por mi parte.
El espejismo de la apasionada atracción física que compartíamos me habían hecho creer erróneamente que éramos la pareja perfecta, que todo tenía solución porque nos deseábamos desenfrenadamente, porque el cuerpo, las caricias y los besos de James, tenían el poder de hacerme olvidar cualquier afrenta sufrida.
Pero finalmente la venda había empezado a caerme de los ojos, era cuestión de tiempo, las palabras de James sobre mi hermana habían hecho que viera lo injusto e irracional, de su juicio.
Me di cuenta de que la intención de James era acapararme, aislarme, separarme de mi familia y mis amigos, distanciándome física y emocionalmente de ellos. No se había molestado en tratar de conocerlos y averiguar sus intenciones, él había hecho sus conjeturas y las había asumido como ciertas sin ninguna prueba.
Esa tendencia de James a pensar lo peor de los demás, a estar a la defensiva, considerando a todos enemigos potenciales, no era sana, pensé que en realidad necesitaba ayuda, pero una ayuda profesional, psicológica, yo no había conseguido en todo el tiempo que estuvimos juntos cambiar esa actitud.
Concluí que, James no era culpable de lo que nos estaba pasando, solo estaba enfermo, si se dejaba ayudar, tal vez conseguiría dejar de vivir en ese mundo competitivo donde solo sobrevivía el más fuerte, ya que él había extrapolado esa convicción a todos los aspectos de su vida, incluida su relación conmigo.
Comprendí por fin, que todo el tiempo había habido entre nosotros una lucha de voluntades. ¡Qué ciega había estado!, la tristeza invadió mi corazón, las lágrimas arrasaban mi cara, dejándome vacía por dentro, cavilé si sería capaz de conseguir que James aceptara ayuda, si sería capaz de hacerle entender que nuestra relación debería basarse en el equilibrio, no en el dominio de uno sobre el otro.
Por un momento me sentí sin fuerzas, James se me aparecía como un gigante al que debía vencer, y al mismo tiempo, también pude verlo como un niño pequeño asustado e indefenso abandonado en un lugar yermo, lleno de amenazas, donde habría tenido que aprender a sobrevivir, un lugar del que solo yo podría sacarlo.