Calidad total

Introducción

Realmente necesito este trabajo.

Por favor, Dios, necesito este trabajo.

Tengo que conseguir este trabajo.

No sé si esto sirve como motivación, pero es una vieja costumbre. Siempre que voy en busca de algo importante, es inevitable que en mi lista de música suene "I hope I get It", del musical "A Chorus line". No estoy postulando a ningún musical de Broadway, nunca he sido buena bailando. Soy de aquellas que tienen dos pies izquierdos, como dice la gente. En la escuela jamás fui capaz de postular a algo que requiriera coordinación, esfuerzo físico, o siquiera un poco de ritmo. Es bastante obvio que jamás fui de las populares, ya que siendo sincera no servía siquiera como mascota del equipo de porristas.

En realidad no es algo que lamente. No es importante que no sepa bailar, ni cantar, ni nada similar. Eso no quita que sea una artista. No pinto, no hago esculturas, no escribo; pero lo soy. O al menos así lo siento, así quiero que sea. Hago arte usando comida. Cocino, y cocino muy bien. No es por creerme, pero no se puede negar lo innegable. Creo obras de arte en platos blancos de hermosos diseños. Algo que no solo es bello a la vista, sino que también sabe delicioso. Una artista completa.

Descubrí que amaba la cocina siendo niña. No diré que mis padres eran pobres, pero sí pasábamos apuros con el dinero. Papá tenía un trabajo que le consumía todo el día, mamá tenía dos empleos de medio tiempo. Y aunque ella siempre dejaba comida lista para mi hermano y para mí, esta no era de mi agrado, menos del de Edu. Él incluso simplemente se negaba a comer. No reniego de mamá, hizo todo lo posible por sacarnos adelante, pero en serio su comida era a veces cualquier cosa menos comestible. Por suerte mamá empezó a tener menos tiempo para cocinar, así que nos dejaba el dinero para que compremos algo de nuestro gusto. Así empezó todo.

Al principio nos llenábamos de porquerías. Hamburguesas, pizza, salchichas, y una larga lista de comida chatarra que lleva a la obesidad. Pronto nos aburrimos también de eso, ya ni la pizza nos hacía gracia, el olor de las papas fritas me daba náuseas. Así que decidí ponerme a cocinar. Tenía diez años, y también la decisión de preparar algo que valga la pena para mi hermano y para mí. Compré un recetario regresando de la escuela una tarde, y ese día empecé a experimentar.

No diré que me fue de maravilla ni bien empecé, mi primera receta fue un desastre y Edu se burló de mí por una semana. Pero eso no me detuvo, me había encaprichado con intentarlo hasta hacer algo decente. Poco a poco fui mejorando, hasta que finalmente hice un puré de papás y un estofado tan rico que no podía creerlo. Edu tampoco, se estuvo riendo de mí todo el rato mientras cocinaba, pero cuando tuvo el plato al frente su expresión cambió. Medio en broma, y sin reconocer que se había equivocado, me pidió que siguiera cocinando. Y digamos que de todas las cosas que me ha dicho ese muchacho insoportable, eso fue lo único útil. "Sigue cocinando, Priss. Cada vez te queda mejor".

Pronto, y casi sin darme cuenta, era la única que cocinaba en casa. Hasta preparé una cena para mis padres, ellos quedaron encantados, y yo estaba feliz porque al fin había conseguido sentirme satisfecha haciendo algo que me gustaba.

Ya lo dije, nunca fui buena para muchas cosas, hasta en los estudios era bastante patética. Lo único para lo que servía era para cocinar, y Dios, en serio que amaba eso. Miraba programas de cocina en la televisión, y cuando en casa al fin pudimos costearnos una computadora e Internet, empecé también a seguir tutoriales. Cocinar había sido al principio una necesidad, luego un gusto, un bonito pasatiempo, hasta convertirse poco a poco en mi vida entera.

No fue necesario pensarlo mucho, la decisión estaba tomada. Estudiaría cocina y sería una de las mejores chefs del mundo. Ese era mi sueño, lo único que deseaba en verdad. Cuando veía en la televisión a los chefs me sentía maravillada. Quería esos sombreros altos, ese impecable traje blanco, hasta esos brillantes y finos cuchillos. Yo quería esa vida, quería aprender mucho, quería formar parte de ese mundo de la gastronomía. No me costó mucho entrar a Le Cordon Bleu, aunque la mensualidad era más alta que el promedio de escuelas de cocina, yo quería entrar a la más prestigiosa de todas y por suerte mis padres me ayudaron.

Después de unos años de estudio es que la realidad te golpea de frente. Si, Priss, claro, quieres ser la mejor chef del mundo. Pero primero consigue un empleo decente, primero paga el piso donde te paras, primero aprende a que te pisoteen. Es así en todos lados, ¿no? Hay que construir desde abajo, hay que pasar por mucho, hay que llorar de impotencia de vez en cuando. Quieren alguien con experiencia de cinco años, pero buscan personas muy jóvenes, ¿es que acaso esta gente no sabe que el trabajo infantil está penado? Quieren gente que haga lo que sea por sus empresas, que trabaje más de ocho horas diarias sin descanso por un sueldo miserable. Quieren que todo salga bien, pero no se esfuerzan en mantener a su personal.

He pasado por varias entrevistas de trabajo, en algunas me ha ido bien, en otras apenas veían mi currículo, no me prestaban atención y finalmente me soltaban el clásico "Nosotros te llamaremos". Es bastante frustrante buscar buenos empleos, solo para darte cuenta que no eres y quizá nunca seas lo que buscan. Quizá muy joven, muy inexperta, muy delgada, muy rubia, muy lo que sea. Pero siempre hay algo, y eso jode mucho.

Me había prometido solo trabajar en restaurantes de cinco tenedores, así tendría un buen estándar y aprendería más, pero cuando la familia necesita el dinero a veces no queda de otra que aceptar cualquier cosa que te propongan. En mi caso, tenía el día muy ocupado en las últimas clases de la escuela de cocina, así que no podían darme un trabajo por horas, ya que querían a alguien con mayor disponibilidad de tiempo. O dicho de otra manera, alguien a quien explotar más horas por el mismo precio que yo pedía por mi trabajo.




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