Calidad total

Capítulo 1: La chica nueva

Cocina de "The Oak Room", 10.30am

Faltaban solo dos horas para el almuerzo, pero esa cocina ya estaba en movimiento. Necesitaban todo listo para las comidas del día, los asistentes se apresuraban en picar, hervir y hacer todo lo que los chefs les pedían. Se sentían un poco presionados, después de todo a ellos también los presionaba el chef principal. Si algo salía mal iba a ser la culpa de todos y después no querían verlo maldiciendo por ahí, porque quizá hasta se le daba por pedir a algunos de los asistentes que lo ayuden a hacer un plato. Eso era como una prueba de fuego, el mínimo error podía costarles caro.

—Dije que quiero un kilo de tomate en concassé* para ahora, ¡no para mañana! —dijo Kate en voz alta. La mujer tenía cuarenta años, aunque a algunos les parecía más joven. Todos sabían que en ausencia del jefe era ella a quien tenían que obedecer, era su mano derecha. Y siendo sinceros, todos querían hacerlo bien para no tener que soportar el mal humor del jefe, y también para no meter en problemas a Kate.

—¡Ya vamos! —contestó uno de los asistentes mientras sumergía los tomates en el agua hirviendo.

—¿Alguien ha visto a Adriano? —le preguntó a uno de ellos.

—Me parece que se fue arriba, lo mandaron a llamar.

—Bien, gracias, ¡y apúrense con esos tomates!

Kate se quitó el gorro y fue hacia la oficina de Adriano, quizá ya había regresado. Para variar parecía que ella era una especie de asistente personal y últimamente estaba haciendo de agenda. Se sentó un momento en uno de los sofás de la oficina, nunca dejaba de sorprenderse de lo ordenado que era, un maniático a decir verdad. Aunque tenía que reconocer que gracias a eso el restaurante funcionaba tan bien. Pasaron cinco minutos hasta que él llegó.

—¿Dónde has estado?

—Tuve una urgencia, y felizmente que estás aquí. Necesito dejarte a cargo, no confío en nadie más.

—¿Perdón? ¿Se te olvida que día es hoy?

—No, ni idea.

—En media hora tienes que empezar a entrevistar a los practicantes.

—Tonterías —dijo sin prestarle la menor atención—. Tengo que salir.

—¡Ah no! Llevas retrasando las entrevistas cerca de dos semanas.

—¿Y eso qué?

—Los pobres chicos se van a aburrir.

—¡Por favor, Kate! Conseguir gente que quiera practicar acá no es problema, ¿sabes cuántas escuelas de cocina hay?

—No se trata de eso, se trata de que ellos tienen la ilusión de trabajar en este restaurante y tú simplemente desapareces. No es justo.

—No se trata de lo que es justo o lo que no, Kate. Tengo que ir a esa reunión con Thomas. Ya sabes, inversionistas y demás estupideces necesarias. Además sabes que no soy bueno para las entrevistas, la última vez me equivoqué.

—¡Por favor, Adriano! No seas ridículo, cualquiera tiene errores, son practicantes. Están aquí para aprender, no son perfectos.

—En mi cocina lo tienen que ser.

—¿Entonces qué? ¿Te vas a ir sin más?

—Ya te dije, estás a cargo, y eso incluye las entrevistas.

—No, debes estar bromeando. Tú tienes que elegir.

—Te daré las características que quiero. Buen currículo, prácticas anteriores. ¡Ah! Y sobre todo que ame la cocina, sabes cómo identificar eso.

—Si claro, como si fuera tan fácil.

—Vamos, tú puedes hacerlo, suerte con eso —se acercó sonriente, haciéndole sonreír a ella también, le dio un beso en la mejilla y se fue. Pero antes que cierre la puerta ella recordó algo.

—¿Cuántos practicantes?

—Solo uno —contestó y se fue.

—¿Uno? Pero que... ¡Adriano! —salió detrás de él. Iban a ir más diez postulantes, según las políticas del Plaza había que dar oportunidad al menos a dos, ¿y le decía que solo uno?— ¡Espera! —Adriano se detuvo en seco—. ¿Estás bromeando?

—Solo uno y eso es todo lo que tengo que decir. —Se fue, Kate tenía claro que iba a ser una difícil decisión. Todos los postulantes iban con ilusión, si habían pasado las pruebas de recursos humanos era por algo. Le daba pena tener que rechazar a tantos y no dar la oportunidad a uno más.

—¿Y ahora qué pasó? —escuchó una voz tras de ella, cuando volteó saludó al joven. Al menos él sí comprendía que tan difícil era trabajar con Adriano. Cameron no llegaba a los treinta años, hasta lucía aún más joven. Alto, guapo, de cabellos negros y una mirada azul que conquistaba a cualquiera, el maître* era un éxito con las damas en el restaurante.

—Hola, Cam. Hoy es la entrevista con los practicantes y se va.

—Ya sabes cómo es, no le gustan los nuevos, menos si son para entrenamiento.

—Si, por él y busca solo profesionales, pero debe seguir las políticas del hotel. En fin, ¿y tú? ¿Por qué tan temprano?

—No lo sé, no tenía nada que hacer. Supongo que iré a dar una vuelta.

—Mejor quédate cerca, ¿me ayudas a recibir a los practicantes?




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