—Y en resumen, Rachel, esa será tu labor por ahora —le decía sonriente el jefe de los stewards—. No es tan simple como parece, ya lo ves.
—Si claro, solo tengo que fregar duro y sacarle toda la grasa a las estúpidas ollas —decía con voz cargada de rabia.
—Pero cuidado con las ollas, son muy delicadas. Por ahora solo lavarás las del servicio que no lo son tanto, así te acostumbras y te vuelves más rápida. Solo un par de días más, ¿si?
—¿Sabe que sufro de artritis y no puedo estar haciendo estas cosas? —dijo inocentemente.
—¡Oh claro! No intentes evadir el trabajo. Ya verás que al final te acabas acostumbrando.
—Lavar platos, la gran diversión —dijo irónica en voz baja.
—¿Perdón?
—No, nada. Solo decía lo entretenido que es hacer esto.
—¿Ves? No es tan difícil, eres una chica muy capaz y pronto estarás lista para lavar la vajilla como se debe, y quien sabe las copas.
—Ya es suficiente, ¿no? —Parecía que la chica hubiera perdido la noción de algunas cosas, sobre todo porque le hablaba a su supervisor como si fuera uno más.
—Sé que no estás muy contenta de estar aquí, ¿sabes? Nosotros los stewards somos parte fundamental de la cocina, ¿acaso crees que todos esos se pondrían a lavar lo que ensucian? Sería un desastre, nos necesitan.
—Por supuesto. Todos necesitan a un "lava platos" —dijo en el mismo tono.
—No te preocupes, ya te acostumbrarás.
—Edgar —le dijo con toda confianza al hombre—, ¿ya te acostumbraste? Digo, ¿cómo pudiste?
—Simplemente me di cuenta de la importancia de lo que hago, espero lo descubras pronto, en esta área todos son muy amigables.
—Lo tendré en cuenta —suspiró resignada.
—Muy bien, Rachel. Y recuerda que la calidad...
—Soy yo. Si ya sé, ya sé. ¡Estoy harta de la frase!
—Eres una chica muy entusiasta, ahora al trabajo.
Edgard se alejó dejándola sola con su frustración por un rato más. No podía creer como había acabado así, y todo por lo que a su parecer era nada. Nada, simplemente un castigo excesivo de parte de ese maldito chef Hartmann.
—Maldito, desgraciado. Como no te parte un rayo —decía con rabia mientras fregaba una de las cacerolas—. No, mejor porque no se prende la cocina y te explota en la cara, o te cortas las manos con esos cuchillos tan lindos que tienes. ¡Ah! Ya sé, ¿por qué no mejor te tiras contra un bus? ¿O te ahogas en el mar? Se me ocurre que mejor te ahogues en agua llena de espuma mientras que las almas de los stewards caídos te arrastran a la perdición...
—Rachel —le dijo una chica de al lado, todo lo que estaba hablando lo decía entre dientes y apenas se le escuchaba—, ¿estás bien?
—Sí, estoy perfecta. Lavando cacerolas, ¿que no ves? —contestó molesta.
—Bueno, yo solo decía...
—No digas nada mejor —dijo mientras volvía a sus maldiciones.
Ni pensar que hasta hace solo un par de días todo era felicidad. Con un buen currículo se había presentado hace seis meses y postuló para ser practicante en la prestigiosa cocina del ahora odiado "maldito chef Hartmann". Entró junto con dos chicos más, pero a los tres meses estos se fueron diciendo que ya no podían por "falta de tiempo". Todos sabían que no era cierto, que se retiraron pues ya no aguantaban a Adriano y sus exigencias. Pero ella no, ella era una sobreviviente. Es más, el mismísimo en aquel entonces "gran y maravilloso chef Hartmann", la había felicitado por su perseverancia y le dijo que era una de las mejores elecciones que había hecho para su equipo, y por supuesto, no quería ser decepcionado.
Ella se sentía orgullosa y segura, se había acostumbrado a sus métodos y a su exigencia, lo que era mejor aún, no estaba bajo el cargo de alguno de los chefs, sino de él mismo. No faltaba nada para tener su contrato y al fin sería parte de la brigada. Sí, era una cocinera capaz, él lo sabía y por eso trabajaba con ella.
Pero quizá se confió mucho y ese fue su error. O quizá su error fue ir a esa fiesta un día antes. Incluso intentó regresar temprano a casa esa noche, pero igual se sintió cansada al día siguiente. Cansada y distraída a decir verdad, mareada. Ok, con una fuerte resaca. Ese día para su mala suerte tenían un banquete y Adriano estaba más insoportable que nunca.
—Tres cebollas blancas un brunoise* ¡Ya! —le dijo a la chica quien se caracterizaba por su rapidez.
—¡Ahora mismo! —trató de responder enérgica, aunque en realidad se sentía morir. Pero al momento de recoger las cebollas no conseguía recordar cuál era la que le pidió, así que tomó la oscura y las picó—. ¡Listo! Acá tiene —dijo alcanzándole el recipiente.
—Señorita —dijo un poco irritado—, le pedí cebolla blanca, ¿qué es esto? —Oscura. Rayos, ¿en qué estuvo pensando?
—¡Lo siento! Ahora mismo le entrego la blanca.
—Apresúrese. —La chica se sintió nerviosa por primera vez desde que entró. Rápidamente hizo lo propio con la cebolla blanca y se la alcanzó sin decir nada. Adriano empezó a escoger lo que iba a usar de la cebolla por el momento cuando vio algo que no le agradó—. Señorita, ¿qué corte le pedí?
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Editado: 04.10.2023