Los invitados entraban en grupos hacia el salón principal. Unos iban vestidos con elegancia, otros dejaban mucho que desear, y aunque quizá no era el estilo correcto para algunas personas se podría decir que todos llevaban atuendos costosos. Tenía que ser así, no cualquiera podría costearse una boda en el Plaza, aunque las exquisiteces y "falta de estilo" de los novios había entorpecido un poco la organización de la boda. Al fin estuvieron todos ubicados de acuerdo a lista y petición de la nueva pareja de esposos. Ellos eran los únicos que faltaban por llegar. Después de un rato de espera aparecieron al fin.
Cameron los estaba esperando para recibirlos en la puerta del salón. Y ahí los vio llegar con una preciosa niña de las flores que seguía haciendo su labor a pesar de que ya no era el momento. Las damas de honor caminaban entre risas diciéndole algunos chistes internos a la novia quien se reía escandalosamente. Bueno, la novia parecía ser una joven no perteneciente a un círculo social sofisticado. No era clasista, pero Cameron podía distinguir a la gente rica de la que pretendía serlo, y no era necesario ser un experto para darse cuenta de las dos realidades entre las familias de los novios. Ambos hacían una pareja extraña, ya entendía el porqué de las tantas reformas al momento de la organización. Pero a pesar de esas diferencias se veían muy felices, él buscaba sus labios a todo momento y ella sonreía naturalmente de una manera maravillosa como solo saben los que aman.
Sin querer veía algo de esa pareja reflejado en lo que él sentía por Anne. Claro que su caso era todo lo contrario, era ella quien estaba en una posición privilegiada y él era solo un maître. Sin apellido de renombre, sin familia de abolengo, sin una fortuna que malgastar. Tampoco es que le importara mucho, en realidad jamás le había interesado ese tipo de cosas. Simplemente amaba su trabajo y no pensaba cambiarlo por nada. Al menos no de momento, tenía tantas cosas planeadas para un futuro no muy lejano. Pero el incidente de aquella vez con los padres de Anne le hizo replantearse algunas cosas, por más que ambos quisieran hacer como que esos problemas no existieran. Era como tapar el sol con un dedo.
—Buenas tardes y bienvenidos —les dijo a los novios ni bien estuvieron cerca—, mi nombre es Cameron Hartley, seré el maître encargado de que tengan un banquete maravilloso y en nombre de todo mi equipo los felicito por la elección que han hecho de compartir su vida juntos. Espero personalmente que sean muy felices y que pasen sus años como lo han deseado.
—¿No es genial? ¡Muchas gracias, joven! —dijo la novia sonriente. La niña de las flores pasó corriendo hasta llegar a los brazos de su madre y las damas de honor, que parecían ser amigas de la novia, pasaron después de que una le pidió descaradamente el número de teléfono. Este solo se limitó a sonreír y esperó la señal de Arnie, quien les dijo que ya estaban todos bien acomodados en sus respectivos lugares. Apareció entonces el organizador quien le hizo señas a Cameron, ya era momento de que los novios entraran.
—¿Listos para su entrada triunfal? —ellos asintieron emocionados y entonces a una señal del maître el cuarteto de cuerdas que contrataron a pedido empezó con una pieza especial para la entrada. Todos los presentes aplaudieron mientras la pareja avanzaba hacia el centro del salón para realizar su primer baile juntos.
Al menos eso daría tiempo para que en la cocina todo estuviera listo. Eran casi trescientas personas que servir, y en bar avisaron que ya tenían listos los aperitivos para los invitados. El trozo de pan caliente estaba listo para servirse ni bien terminara el baile y la mantequilla del maître ya estaba servida. Mientras todos tomaban fotos, se emocionaban, decían palabras de felicitaciones entre otras cosas, el personal en la cocina se preparaba para la acción.
En una mesa amplia se colocaban todos los platos de entrada y los chefs de apoyo servían la comida de la manera señalada por Adriano. Todo servido de acuerdo a las proporciones de su reglamento, todo en el mismo orden. Todo tratando de asemejarse en lo posible a la perfección, como a él le gustaba. Y era él quien le daba el toque final a todo, quien se encargaba de que todo saliera a su manera. No era trabajo fácil, el servido y la decoración de los platos era lo más complicado, además de asegurarse que la comida no se enfriara y no perdiera la textura deseada.
Brindis con el champagne traído de la misma región de Francia para la ocasión. Aplausos, besos, y que tomen asiento los novios mientras que el cuarteto de cuerdas empezaba con la música, porque el banquete estaba por comenzar. A una señal de Cameron, y luego otra de Arnie al área de bar, se sirvieron en pocos minutos los aperitivos para los invitados. Los meseros actuaban en esta primera fase con rapidez y discreción pues aún se podía decir que "no pasaba el pánico".
Algunos ni tocaron el pan. Algunos no sabían que la servilleta, por más doblado hermoso que tenga, se tenía que retirar del plato base y colocarse debidamente en alguna de las piernas. Otros parecían saberlo todo sobre etiqueta, sabían exactamente qué hacer con el pan, con la mantequilla, con la servilleta. Sabían cuál era el cubierto correspondiente para los respectivos platos, cuál su copa, cuál su vaso; todo lo necesario para un banquete como ese. En otras mesas, sin embargo, los meseros tuvieron que servir de profesores de etiqueta improvisados y discretos para ellos.
Llegó al fin el momento de servir el plato de entrada. Primero en la mesa principal, atendida personalmente por el maître como en todos los eventos. Arnie, como capitán de mozos, tenía que hacer una función parecida a la del maître mientras este se ocupaba atendiendo a los novios, los padrinos y los padres de cada uno. Para muchos, el plato de entrada no era solo una forma de calmar el hambre, sino la primera impresión. Se decía en el mundo de la cocina que a los chefs no les importaba mucho si a la gente le gustaba o no lo que servían, sino que siempre creían hacer lo correcto, sobre todo si eran chefs de renombre.
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Editado: 04.10.2023