Calidad total

Capítulo 26: Malos entendidos

Adriano se sentía bastante estúpido, reconocía que para ser un hombre adulto actuó como un crío, y hasta sintió deseos de regresar, pero una parte de él le decía que ya era demasiado tarde.

Repasó los hechos que lo llevaron a actuar así. Él la estuvo esperando hace buen rato para irse a pasar lo que quedaba del día juntos. Pero Priss tardaba mucho, así que decidió ir a verla. Lo que ante sus ojos apareció cuando pasó la puerta de esa cocina era una escena que casi lo saca de quicio. Ella entre sus brazos, con las manos apoyadas sobre el pecho de ese chico, los ojos cerrados y aferrándose a él como si fuera su único consuelo. Él le acariciaba los cabellos con suavidad, la tomaba con fuerza contra su pecho en un abrazo que le parecía perfecto de dos amantes, hasta hermoso. Ese debía de ser el exnovio de quien le habló.

Más que celos era como sentir que se le rompía el corazón, se le ocurrió que ella seguía queriéndolo, que ellos fueron muy felices una vez y que quizá él estaba arruinando todo. Ya sabía de la historia, terminaron por nada y ahora que estaban juntos otra vez quizá querían arreglar su relación. Y todo eso pasó por su mente en unos segundos.

Pronto ella descubrió su presencia y él no supo si quería escucharla. Era mejor que no, era mejor no decir nada e irse para tranquilizarse. Porque si le decía algo lo más probable era que fuera algo hiriente. Esa era la verdad, siempre sin querer lastimaba a quienes más quería diciendo cosas muy duras y expresándose como no debía, era un imprudente.

Y ahí estaba, sentado en su auto estacionado. Qué tonto se sentía ahora al haberla dejado sola, quizá las cosas no eran como él creía, o quizá era exactamente lo que pensaba. No entendía por qué se estaba martirizando, como si una parte de él le gustara sufrir, como si alguien dentro le gritara "¡Te lo dije!". Ese subconsciente malvado no era buen consejero, le taladraba la cabeza diciéndole cosas horribles como lo idiota que fue al creer que no debió volver a ilusionarse. "¿Cómo pudiste ser tan estúpido y creer que alguien iba a quererte?", pensó sin querer.

"Basta", se dijo y suspiró hondo. No quería seguir pensando y hacerse conjeturas sin antes saber la verdad. Tenía que controlarse, sacarse las tonterías de la cabeza, ¡pero qué difícil era! Como si una parte de él le hiciera creer que no era merecedor de esa felicidad que sentía cuando estaba con ella. Intentaría hacer algo, quizá avanzar con un inventario o algo que tenga que ver con el trabajo. Cualquier cosa que lo distraiga para no seguir pensando en todo eso.

 

*****************

 

Arnold condujo lo más rápido que pudo hacia la delegación donde tenían detenido al hermano de Priss. No hablaron durante todo el camino, pero él miraba de reojo como ella intentaba controlarse para no echarse a llorar. Respiró hondo, era muy difícil estar tranquila con todo lo que estaba pasando. Para variar, Adriano se había ido así sin darle oportunidad de explicarle algo y no sabía si llamarlo. La verdad era que no tenía ni la fuerza ni las ganas para nada, solo quería llegar a la delegación inmediatamente para intentar hacerse la fuerte y calmar a su madre quien era en ese momento la que más la necesitaba.

Llegaron al fin y Priss bajó rápido sin esperar a Arnold. Entró y buscó con la mirada a su madre. Ni bien hicieron contacto visual se unieron en un fuerte abrazo. Su madre temblaba de los nervios, lloró como una niña entre sus brazos y Priss no pudo evitar llorar también aunque en silencio para no atraer más lágrimas en los ojos de su madre. La oía apenas balbucear "mi niño..." y hasta sentía rabia por ese muchacho idiota que se había metido en problemas y hacía sufrir así a su madre.

—¿Dónde está papá? —le preguntó cuándo ya estuvo más tranquila.

—Buscando un abogado, llegará pronto, lleva buen rato afuera.

—¿Qué te han dicho? ¿Hay pruebas? ¿Testigos? ¿Quién ha hecho la acusación?

—Hay un testigo. Ya declaró, la acusación ya está hecha, si no hacemos algo tu hermano será trasladado. —Y empezó a llorar otra vez. Priss la abrazó fuerte, ahora era el momento de calmarse y hacer algo útil. Arnold entró pues se había demorado estacionando el auto. Ni bien la señora lo vio y este se acercó lo unió también al abrazo. Priss se separó un poco incómoda, era cierto que su padre consideraba al chico como miembro de la familia pero no era para tanto.

—¿Qué ha dicho el testigo? —insistió Priss.

—No sé bien, por eso tu padre fue por un abogado que nos ayude.

—¿Has visto ya a Edu?

—Si, al menos un momento. Sabes bien que tu hermano es inocente, ¡es incapaz de hacer una cosa así! Lo conozco, soy su madre y sé que no tiene culpa en todo esto.

—Arnie, quédate un rato con ella, ¿si? —este asintió—. Iré a ver a ese mocoso.

La tristeza y la desesperación por todo ya se le estaban pasando, en ese momento solo quería solucionar el asunto. No soportaba ver sufrir a su madre y empezaba a sentir rabia por ese hermano desconsiderado, ¿acaso solo pensaba en él? ¿No se daba cuenta de que dañaba a las personas que más amaba? Era un jovencito aún, de esos que viven creyendo que son los más listos de la ciudad y que nada les va a pasar, que creen que pueden engañar a todos y hacer lo que les daba la gana. Ahora mismo lo que Edu necesitaba no era un abrazo de consolación, era un par de buenas bofetadas por ser tan estúpido y meterse en tremendo lío.




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