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Capítulo 44: Milagros inesperados

Cerca de las once de la mañana, Priss llegó a la puerta del apartamento que compartía con Rachel. Sacó despacio las llaves, seguro que su amiga estaba durmiendo. Cuando era su día de descanso solía levantarse muy tarde y lo que menos quería era molestarla. Abrió la puerta y encontró todo completamente oscuro, era como si dentro del apartamento fuera de noche. Las cortinas negras y gruesas ayudaban bastante, hasta casi se tropieza con algo del piso. Moría de sed, así que se dirigió despacio a la cocina. La puerta de la habitación estaba cerrada, así que supuso Rachel seguía durmiendo. La cocina también estaba oscura, apenas se podía ver algo. Caminó hacia el interruptor, pero de pronto una luz se prendió, una linterna en realidad. Era Rachel.

—¡Mierda! ¿Por qué haces eso? ¡Me asustaste! —le dijo por qué aquello la tomó de sorpresa, y Rachel parecía algo seria.

—¿Dónde has estado, Priscila Hudson? —le preguntó casi como si fuera un interrogatorio.

—Donde Adriano, ¿no recuerdas que te llamé para contarte?

—Lo sé, pero me refería a exactamente en qué parte de la casa de Adriano estuviste. ¿Qué has estado haciendo? O, mejor dicho, ¿cómo lo has estado haciendo?

—No entendí... —Claro que comprendía lo que quería decirle, pero prefirió fingir que no.

—No te hagas la idiota conmigo. Tienes unas ojeras malditas, ¿segura que descansaste?

—Sí. Bueno, no del todo, nunca puedo dormir bien en casa ajena. Todo bien, Rachel, no sé a qué viene todo esto. Iba a regresar tarde, pero la familia de Adriano insistió en que me quedara solo esa noche y ya, todo tranquilo.

—¿Quieres decir que le ocultarás a tu mejor amiga el hecho de que estuviste toda la noche perdiéndote en los brazos de tu amado en un acto de amor, deseo y lujuria? —dijo tan dramáticamente que Priss no pudo evitar matarse de la risa.

—¿Era necesario? Que no pasa nada, mujer, el pobre acaba de salir del hospital. No lo quiero agitar aún.

—Está bien, supongo que mis ansias de drama y chisme fueron demasiado lejos hoy. Voy a creerte por ahora.

—Hablando de amores y todas esas cosas, ¿cómo te va con Arnie?

—¿Cómo me va? ¿Cómo me va de qué? —preguntó evadiendo su mirada.

—¿No dijiste que te gustaba? Y él no es un mal chico, me imaginé que al menos han conversado o algo, no lo sé.

—Somos amigos, nada más, ¿qué quieres que te diga? No sé ni en qué piensa, supongo que sigue enamorado de ti.

—Oye... —Priss se acercó a ella y la abrazó por la espalda—. No me gusta verte triste, me gusta cuando estás molestándome y llena de vida. No quiero que te pongas así por mi culpa.

—No es tu culpa, ¿cómo se te ocurre? Tú no puedes decidir quién se enamora de ti, además es tu ex, ¿no? Se supone que ya debería saberlo.

—Eres una chica linda, ¿por qué no intentas algo? ¿Por qué no salen? Que al menos él sepa que estás interesada, o al menos tú trata de averiguar si le gustas un poco, pero no dejes pasar la oportunidad.

—Si, lo sé. Ya veré que hago. Pero tampoco es que esté tan ilusionada, ¿si? Ni enamorada ni esas cosas... —Priss arqueó una ceja y la quedó mirando esperando que se rectifique—. Está bien. Si me gusta mucho, ¿ya estás feliz?

—Solo era una sugerencia. Por cierto, ¿ya tomaste desayuno? —Rachel negó con la cabeza—. Yo ya lo hice, ¿quieres que te prepare algo?

—Dale, sorpréndeme —sonrieron. Ojalá Arnie y Rachel pudieran concretar de una vez. De verdad que Arnold Overstrom era un experto en hacerse el idiota cuando alguien gustaba de él.

—Está bien, te voy a preparar el real desayuno —dijo Priss ya más animada—. Y hoy sí me quedo en casa para hacer la maratón de "Drag race"

—Cierto, que no puedo parar hasta arrastrarte a la religión, ¿en qué temporada te quedaste?

—Estábamos empezando la sexta temporada, ya me muero por más.

—¡Y te va a encantar! Dale, prepárame ese desayuno y luego me cuentas cuál es tu Top 3. —Priss le sonrió. Pocas cocas animaban más a Rachel que ver a sus drag Queens, así que mejor hablar de eso que de Arnold.

 

*************

 

—¡Yo abro! —gritó Anne al escuchar el timbre del apartamento de Cameron.

Era cerca del mediodía y ambos recién despertaban. Moría de hambre y ninguno tenía ganas de ponerse a cocinar, así que llamaron a un restaurante para que les lleve algo bueno que comer. Cuando ella abrió la puerta el chico que llevaba la comida se quedó boquiabierto. Lo recibido con el cabello desordenado y apenas una camisa obviamente masculina.

—Oh, justo a tiempo. Puede dejarlo acá. —El joven entró y dejó las cajas de la comida en una pequeña mesa que había a la entrada. No pudo decir nada mientras miraba a la chica que le pagó y le dejó algo de propina. Cuando se dio cuenta ya estaba fuera de la casa y con la puerta cerrada en sus narices—. Cam, ya podemos... —ella se giró a llamarlo y él apareció de sorpresa detrás a unos cuantos pasos. No supo en qué momento se fue acercando, pero se llevó una agradable sorpresa. Demasiado en realidad. Ahí estaba, frente a ella y completamente desnudo.




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