En días como ese, Camila odiaba la vida y deseaba no haber estudiado nunca un maldito curso de hotelería. Estaba cansada y con tremenda resaca después de la fiesta de Halloween, pero ese 1 de noviembre no era su día de descanso semanal, no había tiempo para lamentarse. Odiaba los horarios rotativos, odiaba no poder dormir como quisiera y recuperarse. Así eran las cosas en la carrera y lo mejor era que se acostumbre. A pesar de todo, no se arrepentía de nada, la fiesta estuvo estupenda y se divirtió al máximo. Nadie le quitaba lo bailado, aunque en ese momento odiara la vida y a cualquiera que se cruzara en su camino.
Ir a trabajar en feriado no era lo que le molestaba en realidad, sino que tenía exceso de trabajo, cosas que requerían su atención y tenía que concentrarse mucho. Considerando su resaca, ya hasta presentía que se iba a mandar algunas cagadas por distraída. A esa hora del día tenía que ir a pasear por todas las suites para supervisar que las chicas hubieran hecho bien su trabajo en el check out. ¿A quién rayos se le ocurre programar una inspección para ese día? Solo a Olivia, claro. Ni bien la gobernanta la vio en "modo cadáver", se le ocurrió darle más trabajo que nunca. Venganza laboral, le llaman.
En ese trabajo siempre era lo mismo, no le sorprendería que la hagan trabajar en Navidad. Si es que no renunciaba antes, claro. Había mandado su currículo al Ritz, o "los maniáticos del servicio", como se les decían en el mundo hotelero. Esos tipos vivían para sus huéspedes y encima les daban hasta dos mil dólares a cualquiera de los empleados para que solucione un problema por su cuenta sin consultarle al superior. "Todos los hoteleros son iguales", le había dicho Olivia una vez. Trabajan todos los malditos días del año sin un maldito descanso así sea navidad. Siempre lo supo, la hotelería era una de esas profesiones que nunca duerme.
"Debí estudiar cocina", pensó de pronto mientras el ascensor llegaba a la Suite Presidencial. "Si, debí dedicarme a restaurantes, mi mamá dice que cocino rico", pensó una vez más. Al menos como chef trabajaría en eventos como Priss lo hacía, además tenía la posibilidad de abrir su propio restaurante, eso sí que hubiera sido bueno. Porque hacer su propio hotel lo veía bien difícil. Quizá algún día. "Algún día", repitió en su mente al tiempo que abría la puerta de la Suite Presidencial.
Se suponía que no había nadie ahí, se suponía que ya deberían haber limpiado la habitación. Sin embargo, hizo un gesto de desagrado y marco la "equis" en su tablero al ver algunas prendas de vestir en el piso y algunos almohadones fuera de lugar en la primera de las salas. Todas las chicas de housekeeping sabían que si un huésped dejaba la ropa tirada estaban en su deber de recogerla, doblarla y ponerla en un lugar decente, y en algunos casos mandarla a la lavandería. Aunque eso también podía significar que la encargada de la limpieza de esa suite se había encontrado con el huésped y este le había dicho que deje todo como estaba, podía pasar. Y solo podría saberlo si iba a la habitación a verificar que todo estuviera en orden. La puerta estaba media abierta, así que entró sin cuidado.
No pudo reprimir el grito cuando vio aquello. Todo era un completo desastre, las cosas estaban rotas y desparramadas por todo el suelo, la habitación era un caos. Pero eso no era la importante, sino quién estaba ahí. El huésped de la suite presidencial estaba vestido con una túnica negra que le pareció familiar, y le fue aún más familiar cuando vio a un lado aquella máscara de "Anonnymus". Eso no era lo terrorífico, lo peor era la posición en la que estaba. Con la cabeza apoyada en el piso, las piernas y los brazos a los lados, apoyados de forma inusual. El primer impacto fue demasiado, pero tuvo que volver la vista para ver su rostro pálido y blanco, sus ojos abiertos de par en par, pero sin mostrar indicio alguno de que veía algo.
Se acercó un poco más aunque sea para saber si respiraba con debilidad, pero no había nada que le indicara que el huésped estaba con vida. Ahora estaba desesperada, ¡acababa de descubrir un cadáver! "¡Y no es cualquier cadáver!", pensó horrorizada. Era alguien con quien habían estado de fiesta por la noche, y además un tipo importante. Al mirar a su alrededor y ver cocaína entre otras pastillas desparramadas supo de inmediato la razón de la muerte.
Camila estaba nerviosa y no quería quedarse ni un minuto más ahí, ¡no podía soportarlo! Tomó el teléfono institucional y apretó con manos temblorosas el número de la oficina de seguridad. Barbie era el único que podía hacer algo. Cuando al fin este contestó le contó casi balbuceando que había encontrado muerto al huésped de la suite presidencial. Y en menos de diez minutos él ya estaba ahí con dos agentes más.
—¿Dónde está? —le preguntó ni bien entraron y ella solo señaló la habitación—. Quédate aquí, tenemos que hablar después. —Camila asintió y vio como los tres entraban a la habitación donde estaba el cadáver de Harry. Aún no podía creerlo, jamás pensó que podría pasarle algo como aquello. Si, siempre le habían dicho que en los hoteles pasa de todo, pero no estaba preparada para algo así. Sentía deseos de llorar, no quería verse involucrada en ese asunto, pero ya era demasiado tarde. Después de un rato que le pareció eterno, al fin Daniel Barbara y los demás salieron—. Vayan a llamar a la unidad especial. Que conserjería consiga el número de la familia, no digan para qué, ya saben. Esto es de máxima discreción. —Los hombres asintieron y se fueron inmediatamente. Ahora estaban los dos solos—. No tocaste nada, ¿verdad?
—No, nada —respondió Camila un poco nerviosa—. Solo me acerqué para saber si respiraba. Estaba en supervisando, se supone que ya deberían haber limpiado acá...
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Editado: 04.10.2023